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Filosofando

Dios en la filosofía experimental

Dios en la filosofía experimental

El modo en que Newton concibió el espacio y el tiempo revela el papel decisivo que Dios ocupo en su visón del universo. Conviene matizar con más detalle cómo relacionó la teología natural con su filosofía experimental, y cómo, en definitiva, pudo la religión natural encontrar apoyo en la ciencia. Siendo el objeto y el método de cada una obviamente diferentes, ¿de qué manera pudo hacerlas compatibles? Y, sobre todo, ¿cómo pudo admitir una hipótesis teológica tan determinante y sostener a la vez el lema de “no fingir hipótesis” en filosofía natural? ¿Puede considerarse Dios una hipótesis en su imagen filosófico-científica del mundo? Y, de serlo, ¿tuvo el carácter de una hipótesis deducida de los fenómenos o actuaba como mera conjetura? Es más, ¿consideró Newton que Dios era una certeza a salvo de cualquier duda racional? En el Escolio General aparece una descripción de los atributos de Dios. Newton comienza el escolio con un breve párrafo en el que refuta la hipótesis cartesiana de los vórtices mediante los datos observacionales de planetas y cometas. Pone de manifiesto cuál es la constitución del sistema solar (seis planetas girando alrededor del Sol en el mismo sentido plano, junto con sus lunas) y defiende la capacidad de la ley de la gravitación para explicar la regularidad y continuidad de las órbitas de los cuerpos celestes. Ahora bien, esta misma ley no puede dar razón inicial del sistema de órbitas. Partiendo de la constitución actual del universo, no puede suponer que “simples causas mecánicas den nacimiento a tantos movimientos regulares”. “Este sistema sumamente bello del Sol, los planetas y los cometas sólo pueden proceder del designio y dominio de un ser inteligente y poderoso”. I. B. Cohen, gran especialista en Newton, pregunta: ¿equivale la existencia de Dios a una hipótesis no deducida de los fenómenos? De serlo, semejante hipótesis no tendría cabida en la filosofía experimental, según la declaración del mismo Newton en el Escolio. La respuesta, según Cohen, es que, para Newton, Dios sí es una hipótesis derivada de los fenómenos, porque el sistema solar nos hace patente en su estructura que no puede haber sido producido solamente por causas mecánicas. En sus cartas al doctor Bentley y en la Cuestión 28 de la Óptica, Dios aparece como causa de las propiedades del universo y de los fenómenos, respectivamente. Sus palabras en el Escolio confirman tal posición: “Y esto por lo que concierne a Dios, de quien procede ciertamente hablar en filosofía natural partiendo de los fenómenos”.

Creer en milagros

Creer en milagros

Mi razón atea no tiene nada que oponer a los milagros. Sólo puedo decir que no creo en ellos, aunque me parece bien que otros sí crean. Para sostener lo que supone una derogación inadmisible de las leyes de la naturaleza, sería preciso que éstas fueran totalmente conocidas para nosotros, lo que está lejos de suceder.

Los milagros del Evangelio se pueden clasificar en tres categorías: las curaciones (paralíticos, sordomudos, endemoniados), en este apartado cabrían las reanimaciones (de la hija de Jairo, la del hijo de la viuda de Naím o la famosa "resurrección" de Lázaro; las anomalías (Jesús caminando por las aguas del lago Tiberíades, la multiplicación de los panes y los peces); y los fenómenos sobrenaturales (la Anunciación, la Ascensión, las apariciones de Jesús tras la Pascua).

Los progresos de la medicina, en particular de la neurología, y de la psicosomática permiten dar explicaciones a los milagros de curación; por lo demás, casi todas las enfermedades presentan fases de remisión: los curados del Evangelio pudieron beneficiarse de ello, sin contar que no se sabe si aquellos aquejados recayeron en su mal. Respecto a las reanimaciones basta con señalar que en aquella época los certificados de defunción se extendían por simples apariencias, y que muchos de ellos, según modernas investigaciones, estaban equivocados. El número de personas enterradas vivas en la antigüedad debió ser considerable.

Las anomalías son probablemente efecto de espejismos, ilusiones ópticas (andar sobre las aguas).

En cuanto a los fenómenos sobrenaturales, consisten, verosímilmente, en maneras imaginadas para explicar a las gentes sencillas realidades espirituales demasiado difíciles de comprender.

Por lo demás, no parece fácil imaginarse a Dios contraviniendo las leyes naturales fijadas por Él mismo: sería un pésimo ejemplo para sus criaturas.

Contra todos los valores

Contra todos los valores

Nietzsche es un beligerante oponente de casi todo valor, en términos ilustrados, liberal o democrático. Debemos resistir a toda debilidad sentimental, se recuerda a sí mismo: “La vida misma es esencialmente aprobación, daño, dominación, de los más extraño y débil; supresión, dureza, imposición de las propias formas, incorporación y cuando menos, en el mejor de los casos, explotación…”

 

Debemos endurecernos frente al sufrimiento de los otros, guiar nuestros carros por encima de lo mórbido y decadente. La simpatía, la compasión, tal como nosotros las sentimos, son virtudes enfermizas propias del judeo-cristianismo, síntomas de ese autoodio y disgusto por la vida que los órdenes más bajos, en su rencoroso resentimiento, y a través de un golpe de genio, han logrado que sus propios señores interiorizaran. Dado que los hombres han infectado de forma siniestra a los fuertes su propio y repugnante nihilismo, Nietzsche aboga inversamente por la crueldad y el placer de la dominación, por “todo lo altivo, viril, conquistador, dominador”. Como William Blake, sospecha que la piedad y el altruismo son los rostros aceptables de la agresión, piadosas máscaras de un régimen depredador; de ahí que él no pueda ver nada en el socialismo que no sea una desastrosa extensión de la nivelación abstracta. El socialismo no es suficientemente revolucionario, es una mera versión colectivista de las debilitadas virtudes burguesas, que no acierta a desafiar esos fetiches totales que son la moralidad y el sujeto. Se trata simplemente de una marca alternativa de la ética social, ligada en este sentido a su antagonista político; el único futuro que realmente vale la pena es el que conlleva la transmutación de todos los valores.

 

Premio Limonada

Premio Limonada

Miguel Santa Olalla ha concedido a Cierzo el Premio Limonada por su contenido filosófico. Su blog Boulesis es un referente en la Red. No se lo pierdan, amigos.

¿Qué es filosofar?

¿Qué es filosofar?

¿Qué es filosofar? Una actividad específica de la Filosofía es el pensar, y este término se perfila con otro verbo: “conocer”. El conocer es un principio propio de la ciencia y consiste en la aprehensión intelectual del objeto. El pensar, por el contrario, implica permanecer en las meditaciones, implica la atención al proceso. El filosofar, en este sentido, no tiene objeto, cuando se propone alguno, pensar en torno a él es la llamada reflexión. El pensar interfiere en esa actividad, introduce una cuña, contempla lo que hacen los demás y cómo lo hacen. La labor filosófica no tiene nada propio en que aplicarse. Por eso el pensar no se confunde tampoco con el obrar, si por ello entendemos la transformación de lo real material. El filósofo no transforma nada, excepto sus propios pensamientos. En una sociedad en la que todo el mundo cree intervenir en la realidad: políticos, científicos, periodistas, etc., incluso en una dimensión fundamental de la realidad, el filosofar no interviene en la realidad. El filosofar es contemplativo de la misma manera que la ciencia es neutral. Los filósofos se limitan a interpretar la realidad.

 

Filosofar es una actividad sin supuestos. La mirada religiosa mira el mundo porque en él cree ver a Dios o la manifestación de cualquier otro poder distinto del humano. La mirada científica está mucho más hipotecada todavía que la religiosa, porque añade, a lo supuestos necesarios acerca de un objeto, los referidos a sus instrumentos. Frente a estas miradas, se halla la del filósofo, que sólo dispone de un ojo: el de la razón y la facultad de ver: pensar.

 

El asombro es el origen de la Filosofía, la reacción más limpia de prejucios frente a algo radicalmente nuevo y desconocido. El filosofar toma esta reacción como punto de partida para proceder, porque pensar no sólo es registrar y el filósofo no se conforma con enterarse, desea entender. Y entender es rebajar el asombro sin que se altere nuestra capacidad de ver.

 

Hubo un tiempo en que la actividad filosófica y la científica fueron juntas de la mano, compartían el mismo propósito. Pero la ciencia fue devorada por sus propias respuestas, en el instante en que decide cauterizar el asombro se convierte en una máquina de fagocitar realidad. Sin embargo, a la filosofía no le importa que las cosas se le resistan, no le importa permanecer siempre en un asombro que se renueva perpetuamente. La filosofía quiere descubrir cuál es el mecanismo que rige la realidad, la llave que abre la inteligencia del mundo, pero no se desespera por no hallarla. Esto sólo demuestra que lo que da que pensar excede con mucho lo que somos capaces de pensar.

 

* Imagen: Le philosophe, de Andre Martins de Barros

¿Quién es el diablo?

¿Quién es el diablo?

Satán cayó por la fuerza de la gravedad. Chesterton.

 

 

Desde que me lo presentaron en clase de religión, siempre me ha fascinado el diablo, ese ángel caído con forma humana, alas de murciélago, garras, temibles fauces, ojos inyectados en fuego y larga cola flechada. Así lo representaba la primera ilustración que pude contemplar de “el Maligno”. Luego, el cura encargado de aterrorizarnos con historias infernales, castigos eternos y sufrimientos sin tregua lo describió como un ser malvado, el enemigo de Dios, el causante de todos los males del hombre.

 

En mi mente cartesiana nunca pude acoplar la idea de Dios porque no me parecía lógica, tampoco he podido encajar nunca la figura de Satanás por la misma razón. La combinación de ambas figuras enfrentadas es demasiado para mi cerebro, lo confieso. Veamos, si Dios es todopoderoso, ¿por qué no elimina al diablo? Si Dios es bondadoso, ¿por qué permite que el diablo nos tiente? Si Dios es eterno, ¿el diablo también lo es? En el caso de que la respuesta sea negativa, el diablo puede haber dejado de existir y ya no habría que temerle. Suponiendo que la respuesta sea: sí, el diablo también sería eterno, como Dios. El diablo acecha en todas partes, alerta la Iglesia, de tal afirmación deduzco que, al igual que Dios, posee el don de la ubicuidad. Dios reina en el Cielo y Satán lo hace en el Infierno. Dios encarna al Bien, el demonio al Mal. El diablo pretende corromper a las almas humanas, mientras que Dios intenta salvarlas, al parecer con poco éxito. Hay personas que creen en Dios y personas que practican el culto al diablo, los hay, incluso, que le ponen una vela a Dios y otra al diablo, por si acaso.

 

Nadie ha conseguido aportar pruebas fehacientes de la existencia de Dios, de igual manera, nadie ha demostrado que el diablo exista. ¿La religión se desmontaría de confirmarse que la figura del diablo es infundada?

Enseñar ateísmo en clase de religión

Las religiones deberían enseñarse en los cursos universitarios ya existentes: filosofía, historia, literatura, artes plásticas, lenguas, etc. igual que se enseñan las protociencias: por ejemplo, la alquimia en los cursos de química, la fitognomónica y la frenología en ciencias naturales, el totemismo y el pensamiento mágico en filosofía, la geometría euclidiana en matemáticas, la mitología en historia… O cómo explicar epistemológicamente de qué manera el mito, la fábula, la ficción y la sinrazón proceden de la razón, la deducción y la argumentación. La religión procede de un modelo de racionalidad primitivo, genealógico y datado, reactivar esta historia anterior a la historia induce al retraso, incluso al fracaso de la historia de hoy y de mañana.

 

Enseñar el hecho ateo supondría una arqueología del sentimiento religioso: el miedo, la duda, la incapacidad para mirar a la muerte cara a cara, la imposible conciencia humana de la finitud y de la infinitud, el papel protagonista y motor de la angustia existencial. La religión, creación de ficciones, pediría un desmonte completo de estos placebos ontológicos, igual como en la filosofía se aborda la cuestión de la brujería, de la locura y de los márgenes respectivos para producir y circunscribir una definición de la razón.

Testamento de Aristóteles

Testamento de Aristóteles

"Haya salud; pero por si algo sucediese, dispone Aristóteles en esta forma: ser ejecutor de todo y siempre Antípatro; y hasta que Nicanor se halle en estado de administrar mis bienes, serán curadores Aristómenes, Timarco, Hiparco, Dióteles y Teofrasto (si le pareciere bien y conveniente el serlo) y de mis hijos, de Herpilis y de todo lo restante. Cuando la muchacha sea casadera, se dará a Nicanor en matrimonio; y si muriese (lo que no suceda) antes de casarse, o bien después de casada, sin tener hijos, Nicanor será dueño de administrar, no sólo por lo que mira a mi hijo, sino también las demás cosas, ejecutándolo con la dignidad correspondiente a él y a mí. Cuidará también Nicanor de la muchacha y del niño Nicómaco, de modo que nada les falte, siéndoles como padre y hermano. Si a Nicanor aconteciese el morir (lo que no suceda) antes de recibir en mujer a la muchacha, o bien después de recibida antes de tener hijos, según él dispusiere, así se cumpla. Si Teofrasto quisiese estar con la muchacha, hágase todo como en Nicanor; pero si no, los curadores se aconsejaran con Antípatro, y dispondrán de la muchacha y muchacho según mejor les pareciere. Cuidarán, pues, mis curadores y Nicanor de tenerme en memoria a mí y a Herpilis, puesto que fue muy diligente para conmigo y demás cosas mías. Si quisiese casarse nuevamente, no sea con hombre desigual a mí; y se le dará de mis bienes, sobre lo ya dado, un talento de plata, tres criadas si las quisiere, la esclava que tiene y el niño Pirreo. También si quisiera vivir en Calcis, sea suya la hospedería que está junto al huerto; pero si en Estagira, la casa paterna. Cualquiera de estas dos habitaciones que elija, cuidarán mis ejecutores de amueblársela del modo que les parezca decente y bastante a Herpilis. Cuidará también Nicanor de que el muchacho Mirmeco sea devuelto a los suyos con la decencia a mí correspondiente, junto con el equipaje de él que recibí. Ambracis quede libre, y cuando se case se le den 500 dracmas y la esclava que tiene. También quiero se den a Tale, además de la esclava que tiene comparada, 1000 dracmas. Igualmente a Simo, además del primer dinero dado para comprar un muchacho, se le compre otro, o se le dé el dinero. Tacon será libre cuando case mi muchacha, como también Filón, y Olímpico con su hijito. Ningún niño de mis esclavos será vendido, sino que de ellos deberán servirse mis herederos, y en siendo adultos se les dará libertad según convenga. Cuidarán también de las imágenes mandadas esculpir a Grilón, y cuando estén concluidas se colocarán; como igualmente la de Nicanor, la de Proxeno que pensaba regalarle, y la de la madre de Nicanor. La de Arimnesto, que ya está hecha, se colocará para que les sirva de monumento, puesto que ha muerto sin hijos. La Ceres de mi madre será colocada en el Nemeo, o bien donde le pareciere. Cuando se construya mi sepulcro, se depositarán en él los huesos de Pythia, como ella ordenó. Pondránse también en Estagira los animales de piedra, altos cuatro codos, que ofrecí por voto a Júpiter conservador y a Minerva conservatriz".

Vidas de filósofos ilustres, Diógenes Laercio.

Belleza

Belleza

La palabra belleza es un término ambiguo cuando se utiliza en su sentido lato, pues engloba las formas más diversas de sensibilidad. Cada cultura define los sentimientos que conforman un juicio estético y que no están desligados de los valores morales.

Los valores austeros de la estética zen se contraponen con el abigarramiento del Barroco. La belleza de lo humilde, lo imperfecto, lo incompleto, el vacío y la belleza de una exagerada monumentalidad, una acumulación de formas y de excesos son formas de interpretar la vida.

Los seres humanos estamos hechos para la belleza, por eso nunca nos cansamos de admirar una rosa, de contemplar la Piedad de Miguel Ángel o de escuchar La flauta mágica de Mozart. La llamada de la belleza no es una urgencia fisiológica, ni tiene valor biológico de supervivencia, pero es inequívoca y constante y guarda una estrecha relación con la aspiración humana a la plenitud.

Stendhal dijo: "La belleza es una promesa de felicidad". Platón decía que el alma humana, a través del amor a la belleza, se eleva desde sus carencias e imperfecciones hasta la plenitud de la verdad y del bien: por eso la belleza y el amor serán los primeros temas de la filosofía. Esto es posible, de entrada, porque el sentir humano es un sentir estético. La estética es la reflexión sobre la capacidad humana de sentir la belleza, que en su origen es siempre percibida por los sentidos, es "la teoría de la sensibilidad", según Baumgarten. Su estudio se aborda desde diferentes ángulos porque la belleza presenta varias caras. Encontramos la belleza en lo natural: en un paisaje; en lo artificial: un edificio; en el cuerpo humano, incluso encontramos bellas ciertas actuaciones humanas: el perdón, la solidaridad...

La belleza no parece responder a ninguna necesidad concreta. Los hombres primitivos modelaron cuencos de arcilla para contener alimentos y bebida, lo que ignoramos es por qué adornaron sus vasijas con cenefas, esta decoración no sirve para nada, no cumple una finalidad práctica ni biológica, por eso mismo nos descubre que los hombres no sólo buscan satisfacer sus necesidades, también intentan que las cosas sean hermosas.

Definir la belleza es posible, aunque siempre tiene un resultado insatisfactorio. Se ha dicho que la belleza radica en la armonía y la simetría, o que se trata de un sentimiento subjetivo, que es el resplandor del bien. Son manifestaciones de la indefinición del concepto. No todos coincidimos en considerar bellas las mismas cosas, más bien llamamos bello a lo que sentimos que debería ser considerado así por todo el mundo.  Si el concepto sirve para identificar y explicar una realidad determinada, afirmar que lo bello carece de concepto significa que no existe un criterio seguro para identificar y evaluar la belleza. Podemos identificar conceptualmente un cielo estrellado o una catedral gótica, pero no tenemos una regla o modelo que nos permita establecer si el cielo y la catedral son hermosos, ni en qué medida, ni por qué lo son. En ambos casos admiramos la belleza. Por esta razón la estética se desarrolla en dos grandes ámbitos de estudio: la naturaleza y el arte.

En defensa de la Filosofía

En defensa de la Filosofía

Para cualquier sistema educativo democrático, como viene señalando la UNESCO desde 1953, resulta básico dedicar un espacio suficiente a la reflexión sobre los contenidos aprendidos en el conjunto de las asignaturas, de modo que los futuros ciudadanos dispongan de la posibilidad de articular racionalmente esa peculiar cultura que les demandará su vida intelectual y laboral (política). Resulta por tanto necesario para un programa de universalización y conocimiento, que defienda la mejora y la calidad de la Educación, la existencia imprescindible de asignaturas en donde los estudiantes adquieran herramientas teóricas y contenidos específicamente filosóficos, asegurando así su adecuado desarrollo intelectual mediante la configuración, articulación y aplicación de los saberes científicos. Distintos sectores de la Sociedad quisiéramos transmitir nuestra preocupación ante la posibilidad de que uno de los pilares de nuestra tradición cultural se vea mermado por las distintas reformas educativas. 

La aplicación de la LOE va a afectar, en general, a la posibilidad de una enseñanza integral y de calidad al devaluarse los contenidos más teóricos de la educación, como son los científicos y los filosóficos. Esto es debido a una orientación hacia la proliferación nada armoniosa de asignaturas optativas en el currículo. Arrastrada por esta inercia, esta reforma afectará a las asignaturas propiamente Filosóficas, alterando tanto los contenidos como la asignación de horas para su desarrollo. Frente a las actuales 2 horas semanales de las que dispone la asignatura de Ética, su sustituta, la Educación Ético-Cívica, sólo dispondrá en la Comunidad de Madrid de 1 hora. A la Filosofía y Ciudadanía, que vendrá a reemplazar a la Filosofía de 1º de Bachillerato, sólo le corresponden (a falta de la publicación del Decreto autonómico que establezca el currículo de Bachillerato en la Comunidad de Madrid) 2 horas semanales. Y la Historia de la Filosofía de 2º de Bachillerato se encuentra en la misma situación.

Esto significa que las asignaturas obligatorias vinculadas a la Filosofía podrían ver reducida su carga horaria en una proporción importante, además de ver recortado su contenido más propiamente filosófico.

No obstante, a la espera de que la Comunidad de Madrid cumpla con su compromiso educativo, en el momento de la determinación del 35 % del currículo que le compete, requerimos que apueste por una enseñanza de calidad, de manera tal que mantenga las horas necesarias para el desarrollo de los contenidos específicamente filosóficos.

Expuesto lo anterior, solicitamos de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid (a la que corresponde el establecimiento definitivo del currículo del Bachillerato en esta comunidad autónoma) lo siguiente:

a) Que la asignatura de Ética de 4º E.S.O. vuelva a contar con sus dos horas semanales de clase. La situación de la Educación Ético-Cívica, con sólo una hora semanal de clase, hará casi imposible un tratamiento de los problemas que no consista en un adoctrinamiento ideológico. Esto, con independencia de cualquier posible característica interna de la asignatura, se debe sencillamente al poco tiempo del que dispondrá: con una hora a la semana será materialmente imposible intentar articular reflexivamente en clase las distintas Teorías Éticas y su fundamentación filosófica.

b) Que la asignatura de Filosofía y Ciudadanía conserve las tres horas semanales de que dispone la Filosofía actual: Los contenidos mínimos establecidos en el currículo de Bachillerato requieren un tiempo suficiente para dotar a los alumnos de las herramientas conceptuales mínimas para articular la reflexión teórica exigida. La permanencia en el currículo de un bloque destinado a la introducción general a la filosofía, junto a los bloques específicos de filosofía política, hace que sea indispensable contar con esta tercera hora en 1º de Bachillerato.

c) Que la asignatura de Historia de la Filosofía cuente con cuatro horas semanales de clase: De entre todas las asignaturas de las que los alumnos tienen que examinarse en la P.A.U., Historia de la Filosofía se encuentra en una situación desfavorable, pues dispone únicamente de 3 horas semanales para su desarrollo frente a las 4 horas de las que dispone el resto. Frente a este clamoroso agravio comparativo se hace necesario disponer de 4 horas semanales para su desarrollo.

Solicitamos, en definitiva, el apoyo de todos: de los profesores, que saben de la importancia de un exigente nivel de contenidos, de alumnos, madres y padres, de las Administraciones Públicas y de todo ciudadano conocedor de los requerimientos de una cultura democrática. Pues no reclamamos sino los medios y la organización necesarios para la formación científica y teórica de los ciudadanos cultos que nuestra sociedad reclama.

 

Para firmar el manifiesto rellene el formulario adjunto en la página: Filosofia.net

Babel

Babel

En vez de considerar que la humanidad está llamada a formar un cuerpo místico que la esperanza kantiana buscaba a través de la razón, la conciencia moderna acepta sólo una especie de Babel donde todos hablan y nadie escucha. Casi todo es común (exteriormente, técnicamente) sin que nadie tenga, de hecho, nada en común (interiormente, humanamente). Unos admiran hasta el éxtasis aquello que otros consideran la peor barbaridad. Se ha constituido un tribalismo cultural donde coexisten diferentes cabilas, como las diferentes especies de un zoo.

Pero este relativismo generalizado tiene una consecuencia inmediata. Porque, si bien nada nos parece más acogedor que esta diversidad, nada produce una segregación más implacable. Aunque no sea una auténtica comunidad, esta Babel es la que nos hace de sociedad. Es preciso, pues, distribuir los papeles, los cargos, las dignidades, los privilegios. Cada uno en su papel, el nuevo tribalismo se lanza con una inflexible lógica de pertenencia o de exclusión. Y la famosa tolerancia, tan proclamada y celebrada, se convierte enseguida en la intolerancia más cínica, más tenaz y más fanática. ¿Qué esperábamos? Cuando se ha repudiado toda razón, recusado toda regla, excluido todo criterio, toda norma, todo principio, ¿cómo podría imponerse el valor o el mérito? Ni la justicia ni el derecho pueden ser razones allí donde la razón ha sido anulada. Y como no podemos determinarnos hacia ningún juicio, sólo nos es posible movernos por pulsiones, inclinaciones, presiones o afinidades. De forma natural, el amiguismo sustituye al derecho y la concurrencia de clanes, la concurrencia de méritos.

Podemos comprender entonces que la república no sea más que un nombre. Donde no nos convoca ni la voluntad general, ni las requisiciones universales de la razón, ni la necesidad de verdad que nos impone la evidencia, ni las exigencias de ninguna esperanza común, la sociedad queda reducida a la contigüidad de tribus y sectas. Nadie tiene más poder ni más derechos que los que le proporciona la fuerza de su grupo. Luego es preciso que nos sometamos a él para que nos resulte útil. Cada uno mira sólo por su propio interés, pero como reconocemos que la utilidad y la eficacia son las justificaciones indiscutibles de cualquier acción, se llega a un modus vivendi, a una coexistencia llena de suspicacias, a una solidaridad desconfiada, a una complicidad antagónica, a esta insociable sociabilidad mediante la cual esperamos sacar partido de los demás y no ceder un ápice si no es a cambio de algo.

Imaginar que la vida de cada persona no pueda justificarse más que por su transfusión en la universal, que el servicio del estado ha de ser entendido como un sacerdocio y el sacerdocio como un sacrificio, este sueño de la razón parece hoy tan quimérico y obsoleto como la metafísica que lo inspiró.

Ateo

Ateo

La palabra "ateísmo" data de 1532; "ateo" existe desde el siglo II de nuestra era entre los cristianos que denuncian y estigmatizan a los atheos, aquellos que no creen en su dios resucitado al tercer día. De aquí a concluir que estos individuos con criterio, que no se dejan embaucar con historias para niños y no veneran a ningún Dios, sólo hay un paso, que se da enseguida. De manera que los paganos (los que rinden culto a los dioses del campo -lo confirma la etimología- pasan por ser unos negadores de los dioses y, por tanto, de Dios. El jesuita Garrasse convirtió a Lutero en un ateo, y Ronsard hizo lo mismo con los hugonotes...

La palabra equivale a un insulto absoluto: el ateo es inmoral, el personaje inmundo que se convierte en culpable de querer saber más o de estudiar los libros una vez le ha caído encima el epíteto. No basta con una palabra para impedirle actuar. Funciona como el engranaje de una máquina de guerra que se lanza contra aquellos que no evolucionan en la línea de la más pura ortodoxia católica, apostólica y romana. Ateo y hereje son, finalmente, una misma cosa. Y esto incluye a un montón de gente.

Epicuro tuvo que hacer frente bien pronto a acusaciones de ateísmo, pero lo cierto es que ni él ni los epicúreos niegan la existencia de los dioses. Formados de materia sutil, éstos son numerosos y ocupan mundos intermedios, impasibles, despreocupados del destino de los hombres y de la marcha del universo, verdaderas encarnaciones de la ataraxia, ideas de razón filosófica; modelos susceptibles de generar sabiduría por imitación, los dioses del filósofo y de sus discípulos existen con todos los puntos y comas, además, en un número considerable. Pero no como los de la polis griega, que convidan, por medio de sus sacerdotes, a doblegarse a las exigencias comunitarias y sociales. Ésta es su única culpa: la naturaleza antisocial.

Así pues, la historiografía del ateísmo, escasa, lenta y más bien mala, comete un error cuando lo data en los primeros tiempos de la humanidad. Las cristalizaciones sociales apelan a la trascendencia: el orden, la jerarquía (etimológicamente, el poder de lo sagrado). La política y la polis funcionan con mayor facilidad cuanto más apelan al poder vengativo de los dioses, representados presuntamente en la Tierra por los dominadores que, muy oportunamente, disponen del mando.

Los dioses (o Dios) embarcados en una empresa de justificación del poder, pasan por ser los interlocutores preferidos de los jefes de la tribu, de los reyes y príncipes. Estas figuras terrenales pretenden hacer creer que su poder les viene directamente de los dioses, que ellos le confirmarían mediante unas señales descodificadas, obviamente, por la casta de los sacerdotes, también interesada en los beneficios del ejercicio de una fuerza supuestamente legal. A partir de aquí, el ateísmo se convierte en un arma útil para llevar a éste o a aquél, a poco que se resista o proteste, a la prisión, a la mazmorra o, incluso, al patíbulo.

El ateísmo no comienza con aquellos que la historiografía oficial condena e identifica como tales. El nombre de Sócrates no puede figurar con una justificación en la historia del ateísmo. Ni el de Epicuro y los suyos. Ni tampoco el de Protágoras, que se contenta con afirmar en "Sobre los dioses" que él, respecto a este tema, no puede llegar a ninguna conclusión, ni de la existencia ni de la inexistencia. Algo que, como mucho, define un agnosticismo, una indeterminación, un escepticismo, si se quiere, pero de ninguna manera el ateísmo, ya que éste supone una clara afirmación de la inexistencia de los dioses.

El dios de los filósofos entra a menudo en conflicto con el de Abraham, Jesús y Mahoma. Para comenzar, porque el primero procede de la inteligencia, de la razón, de la deducción, del razonamiento, y después porque el segundo comporta un dogma, la revelación, la obediencia (a causa de la colusión entre los poderes espiritual y temporal). El Dios de Abraham define sobre todo el de Constantino, después el de los papas o de los príncipes guerreros muy poco cristianos. No tiene nada que ver con las elucubraciones extravagantes compuestas con causas incausadas, con los primeros motores inmóviles, con ideas innatas, con armonías preestablecidas y otras pruebas cosmológicas, ontológicas o psicoteológicas.

Con frecuencia, cualquier veleidad filosófica de pensar en Dios sin ceñirse al modelo político dominante se convierte en ateísmo. Así, cuando la Iglesia corta la lengua al sacerdote Jules-César Vanini, lo cuelga y después lo envía a la hoguera en Toulouse, el 19 de febrero de 1619, asesina al autor de una obra que lleva por título "Amphithéâtre de l'éternelle Providence divino-magique, christiano-physique et non moins astrologico-catholique, contre les philosophes, les athées, les épicuriens, les péripatéticiens et les stoïciens" (1915).

Pasando por alto que el título no es muy adecuado, es una equivocación, si atendemos a su longitud, hay que entender que este pensamiento oximórico no recusa la providencia, el cristianismo, el catolicismo, sino que, en cambio, rechaza claramente el ateísmo, el epicureismo y otras escuelas filosóficas paganas. Pues bien, la suma de todo esto no da como resultado un ateo -motivo por el que se le condena a muerte-, sino más probablemente un tipo de panteísmo ecléctico. Algo que de todas maneras es herético porque es heterodoxo.

Spinoza, otro panteísta, también fue condenado por ateísmo, es decir, por falta al la ortodoxia judía. El 27 de julio de 1656, los "parnassim" con su "mahamad" -las autoridades judías de Ámsterdam- leen en hebreo ante el arca de la sinagoga, el Houtgracht, un texto de una violencia escalofriante: se le imputan herejías horribles, actos monstruosos, opiniones peligrosas, mala conducta, es decir, motivos suficientes para pronunciar un "herem" que nunca se ha anulado.

La comunidad gusta de palabras de una brutalidad extrema: excluido, expulsado, execrado, maldito de día y de noche, mientras duerme y mientras vela, al entrar y salir de su casa... Los hombres de Dios apelan a la cólera de su ficción y a su maldición que se desencadena sin límites ni de espacio ni de tiempo. Para completar el cuadro, los "parnassim" quieren que el nombre de Spinoza sea borrado de la faz del planeta por siempre. No lo han conseguido.

La lista de los pobres desgraciados ajusticiados bajo la acusación de ateísmo en la historia y que eran sacerdotes, creyentes, practicantes, sinceramente convencidos de la existencia de un Dios único, católicos, apostólicos y romanos; la de los testigos del Dios de Abraham o de Alá pasados, también ellos, por las armas en una cantidad increíble por no haber profesado su fe dentro de las normas y las reglas; la de los anónimos que no llegaron a ser rebeldes u opositores a los poderes que invocaban el monoteísmo, ni refractarios; todos estos hechos macabros son testimonio: ateo, antes que definir a quien niega a Dios, sirve para perseguir y condenar el pensamiento del individuo que se ha deshecho, aunque sea de manera mínima, de la autoridad y la tutela social en materia de pensamiento y reflexión. ¿Quién es ateo? Es el hombre libre ante Dios, hasta para negar su existencia.

El arte de la razón

Los grandes artistas son aquellos que combinan soledad y universalidad, subjetividad y objetividad, espontaneidad y disciplina, y quizá sea éste el verdadero milagro del arte, que lo distingue tanto de la técnica como de la ciencia. En todas las civilizaciones que han utilizado el arco, las flechas tienden a adaptarse a él, midiendo dos tercios de su longitud. Esta importante convergencia técnica, sin embargo, no dice nada de la humanidad, sino sólo de su inteligencia, y menos todavía de los individuos que la forman: solamente se debe al mundo y sus leyes. Es invención, no creación, y poco importa el sujeto que la inventa. Nadie duda de que, sin los hermanos Lumière, habríamos tenido igualmente el cine. Pero sin Gorard jamás habríamos tenido Al final de la escapada ni Pierrot el loco. Sin Gutemberg, tarde o temprano, habríamos tenido imprenta. Sin Villon ni un solo verso de la Balada de los ahorcados. Los inventores nos hacen ganar tiempo. Los artistas nos lo hacen perder, y lo salvan.

Lo mismo cabe decir de las ciencias. Supongamos que Newton o Einstein hubieran muerto al nacer. La historia de las ciencias, ciertamente, hubiera sido otra, pero más en lo que se refiere a su ritmo que en su mismo contenido, más en lo que se refiere a sus anécdotas que en su misma orientación. Ni la gravitación universal ni la equivalencia de masa y energía se hubieran perdido: alguien, en algún momento, las hubiera descubierto, y por eso, en efecto, hablamos de descubrimientos y no de creaciones. Pero si Shakespeare no hubiera existido, si Miguel Ángel o Cézanne no hubieran existido, jamás habríamos tenido ninguna de sus obras ni nada que pudiera reemplazarlas. En tal caso, no sólo habrían cambiado el ritmo, los personajes o el transcurso anecdótico de la historia del arte, sino también su contenido más esencial e incluso, en parte, su misma orientación. Eliminemos de la historia de la música a Bach, Haydn y Beethoven: ¿quién puede saber qué hubiera sido de la música sin ellos? ¿Qué habría hecho Mozart sin Haydn, Schubert sin Beethoven o todos ellos sin Bach? Son los genios quienes hacen avanzar al arte, quienes lo constituyen, y son tan insustituibles post facto como imprevisibles de antemano.

Cabría decir lo mismo de la filosofía. Sin Platón, sin Descartes, sin Kant, sin Nietzsche, la filosofía habría sido, y seguiría siéndolo, esencialmente distinta de lo que es actualmente. Esto bastaría para probar que no es una ciencia. Pero, ¿es acaso un arte? Estamos ante una cuestión de definición. No obstante, lo es en la medida en que no existiría, o sería completamente distinta, sin cierto número de genios singulares, es decir, al igual que en el arte, originales y ejemplares: son ellos quienes nos sirven de criterio o regla, como diría Kant, para juzgar acerca de lo que una obra filosófica puede o no ofrecernos. Éste es el arte de la razón, si queremos decirlo así, para el que la verdad posible sería una belleza suficiente.

Belleza

La palabra belleza es un término ambiguo cuando se utiliza en su sentido lato, pues engloba las formas más diversas de sensibilidad. Cada cultura define los sentimientos que conforman un juicio estético y que no están desligados de los valores morales.

Los valores austeros de la estética zen se contraponen con el abigarramiento del Barroco. La belleza de lo humilde, lo imperfecto, lo incompleto, el vacío y la belleza de una exagerada monumentalidad, una acumulación de formas y de excesos son formas de interpretar la vida.

Los seres humanos estamos hechos para la belleza, por eso nunca nos cansamos de admirar una rosa, de contemplar la Piedad de Miguel Ángel o de escuchar La flauta mágica de Mozart. La llamada de la belleza no es una urgencia fisiológica, ni tiene valor biológico de supervivencia, pero es inequívoca y constante y guarda una estrecha relación con la aspiración humana a la plenitud.

Stendhal dijo: "La belleza es una promesa de felicidad". Platón decía que el alma humana, a través del amor a la belleza, se eleva desde sus carencias e imperfecciones hasta la plenitud de la verdad y del bien: por eso la belleza y el amor serán los primeros temas de la filosofía. Esto es posible, de entrada, porque el sentir humano es un sentir estético. La estética es la reflexión sobre la capacidad humana de sentir la belleza, que en su origen es siempre percibida por los sentidos, es "la teoría de la sensibilidad", según Baumgarten. Su estudio se aborda desde diferentes ángulos porque la belleza presenta varias caras. Encontramos la belleza en lo natural: en un paisaje; en lo artificial: un edificio; en el cuerpo humano, incluso encontramos bellas ciertas actuaciones humanas: el perdón, la solidaridad...

La belleza no parece responder a ninguna necesidad concreta. Los hombres primitivos modelaron cuencos de arcilla para contener alimentos y bebida, lo que ignoramos es por qué adornaron sus vasijas con cenefas, esta decoración no sirve para nada, no cumple una finalidad práctica ni biológica, por eso mismo nos descubre que los hombres no sólo buscan satisfacer sus necesidades, también intentan que las cosas sean hermosas.

Definir la belleza es posible, aunque siempre tiene un resultado insatisfactorio. Se ha dicho que la belleza radica en la armonía y la simetría, o que se trata de un sentimiento subjetivo, que es el resplandor del bien. Son manifestaciones de la indefinición del concepto. No todos coincidimos en considerar bellas las mismas cosas, más bien llamamos bello a lo que sentimos que debería ser considerado así por todo el mundo.  Si el concepto sirve para identificar y explicar una realidad determinada, afirmar que lo bello carece de concepto significa que no existe un criterio seguro para identificar y evaluar la belleza. Podemos identificar conceptualmente un cielo estrellado o una catedral gótica, pero no tenemos una regla o modelo que nos permita establecer si el cielo y la catedral son hermosos, ni en qué medida, ni por qué lo son. En ambos casos admiramos la belleza. Por esta razón la estética se desarrolla en dos grandes ámbitos de estudio: la naturaleza y el arte.

Para comprender la naturaleza

Para comprender la naturaleza

Para Leopardi, la imaginación y la sensibilidad son las facultades necesarias para poder comprender, interpretar y conocer la poética de la naturaleza. La razón fría, matemática, analítica puede observar la naturaleza, puede calcularla, medirla, pero nunca podrá conocerla, ya que la naturaleza se muestra a través de unas relaciones que la razón no puede considerar, ni tan solo percibir. Quien percibe las relaciones descubre las armonías ocultas que se manifiestan en el todo, en la unidad de la naturaleza. Leopardi afirma en Zibaldone:

"Cualquiera que examina la naturaleza de las cosas con la pura razón, sin ayudarse de la imaginación y del sentimiento, bien podrá hacer lo que dice el vocablo analizar, que es determinar y descomponer la naturaleza, pero no la podrá recomponer, nunca podrá sacar una gran y general consecuencia de sus observaciones y análisis, ni conseguir de sus observaciones un gran resultado.

La ciencia de la naturaleza no es otra cosa que una ciencia de las relaciones. Todos los progresos de nuestro espíritu consisten en descubrir las relaciones y las armonías más escondidas, es manifiesto que quien ignora una parte, una cualidad, un aspecto de la naturaleza en relación con el todo, ignora una infinidad de relaciones".

Zibaldone, 4 de octubre de 1821

Sensibilidad

Sensibilidad

"El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría", es un aforismo de William Blake, que tal vez recoge la sabiduría de Diderot. Porque Diderot fue un hombre de excesos más que de reglas, de entusiasmo más que de juicio y de pasiones más que de razonamientos. Creyó más en lo que sentía que en lo que pensaba y si alguna vez se sintió orgulloso de algo fue de su sensibilidad y no de su capacidad reflexiva.

Diderot buscó las reglas del corazón recurriendo a la ciencia experimental y a la psicología, a la anatomía, a la cirugía y a las ciencias naturales. Aunque estas ciencias positivas solo le satisficieron momentáneamente, pues no llegaron a aportarle la explicación que buscaba sobre qué es y por qué sucede esa extraña exaltación que le hace ver lo que otros no ven y sentir lo que otros no han sentido nunca. ¿Qué es la sensibilidad? ¿Por qué me emociono ante una brava tormenta, leyendo a Séneca o contemplando una manifestación de ternura? ¿Es una cuestión química o anatómica? ¿De la imaginación? ¿O es una debilidad del espíritu?

"La sensibilidad, según la única acepción que hasta ahora se ha venido dando al término, es, a mi juicio, esa disposición era de la debilidad de los órganos, consecuencia de la movilidad del diafragma, de la vivacidad de la imaginación, de la delicadeza de los nervios, que inclina a compadecer, a estremecerse, a admirar, a temer, a turbarse, a llorar, a desvanecerse, a socorrer, a huir, a gritar, a perder la razón, a exagerar, a despreciar, a desdeñar, a no tener idea precisa de lo verdadero, lo bueno y lo hermoso, a ser injusto, a ser demente. Multiplicad las almas sensibles y multiplicaréis por igual proporción las buenas y las malas acciones de todo género, los elogios y las censuras excesivos". [1]

La sensibilidad y la pasión son el fundamento de las artes y de la moral, son las que dan significado a nuestra existencia, a la vida y a la acción; nada se puede realizar sin ellas, pues sin ellas nada tiene sentido. El escepticismo de Diderot le ha obligado a "demostrar" científicamente el origen de su propia pasión y de su excesiva sensibilidad. Y partiendo de la materia como principio de la naturaleza ha justificado la razón del sentimiento, del entusiasmo, de la pasión, y es precisamente este materialismo el que le permite asumir sin reticencia su propio idealismo.

 

[1] Fragmento de Paradoxe sur le comédien.

Contempla el rebaño

Contempla el rebaño

En uno de sus ensayos, "El uso y abuso de la Historia", Nietzsche expone una reflexión simple pero devastadora: "Contempla el rebaño que ante ti se apacienta. No sabe lo que es ayer ni lo que es hoy; corre de aquí para allá, come, descansa y vuelve a correr, y así desde la mañana hasta la noche, un día y otro, ligado inmediatamente a sus placeres y dolores, clavado al momento presente, sin demostrar ni melancolía ni aburrimiento. El hombre contempla con tristeza semejante espectáculo, porque se considera superior a la bestia, y, sin embargo, envidia su felicidad".

Contemplando cómo el hombre se afana de manera compulsiva en abarcarlo todo, sin cuestionarse si en verdad es útil lo que hace, si tiene algún sentido esta actividad que lo vuelve tan infeliz, uno se pregunta si la verdadera inteligencia no radicará precisamente en disfrutar el presente sin analizar un entorno cuya comprensión se nos escapa.

Anécdota

Anécdota

Durante la fiesta de celebración de su noventa aniversario, una dama inglesa que se sentaba junto a Bertrand Russell, uno de los ateos más famosos del mundo, le preguntó:

-¿Qué hará, Bertie, si resulta que está usted equivocado? Quiero decir si..., bueno, cuando llegue el momento, se encuentra con Él. ¿Qué le dirá usted?

Y Russell, imaginando ese posible diálogo, apuntó con un dedo hacia arriba y respondió:

-Pues bien, le diría: "Nos has dado unas pruebas insuficientes, Señor".

Doctrina sobre el infierno

Doctrina sobre el infierno

La creencia de un infierno futuro para los malvados de esta vida se generaliza en el siglo III. Pero el mundo infernal creado por la imaginación popular se muestra como un todo confuso, cuya única característica segura es el sufrimiento. El espíritu fecundo de los fieles inventó una multitud de suplicios sin preocuparse por dotarlo de una coherencia. Este infierno, mundo arbitrario, fuera de las leyes naturales, poblado por los más extravagantes fantasmas, viene a ser una especie de exutorio para las capas más bajas de la sociedad, siempre humilladas, que pueden desahogarse libremente contra los malvados. Es una pesadilla en la que lo horrible no encuentra límite alguno y ejerce la función capital e incluso necesaria de ser válvula de escape para los fieles sometidos a exigencias morales muy estrictas.

En los periodos de renovación moral, el infierno redobla su crueldad. En los primeros siglos de la Iglesia y en la época de la Contrarreforma del siglo XVII, por ejemplo, la pastoral del miedo explica en parte este endurecimiento: cuanto más rigurosa es la moral, más disuasorias han de ser las sanciones previstas. Paralelamente, cuanto más rigurosa es la moral, mayor es la frustración de los fieles. El infierno expresa en forma de suplicios simbólicos la agresividad y la sexualidad reprimidas de la comunidad de creyentes. Así se explican los infiernos que pintó Jerónimo Bosch en el siglo XV. Las necesidades del clero corren parejas con las de los fieles: el clero, para imponer sus exigencias morales recurre a esas imágenes terroríficas que satisfacen de forma simbólica los deseos reprimidos de los fieles. El gran éxito del infierno se debe en gran parte a esta doble necesidad; las atroces torturas hallan muy poca oposición porque, en definitiva, sirven para los intereses complementarios de unos y otros. La complicidad inconsciente entre el clero y los fieles en la perpetración de esas atrocidades es tanto más fácil cuanto que esos suplicios tienen lugar en la imaginación. Los verdugos son demonios, encarnación del mal, y el infierno es algo permitido por Dios, bien supremo.

Cuánta ignorancia

Cuánta ignorancia

¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué hacemos en este mundo?... Aunque nos parezcan preguntas trascendentales, son las más insignificantes. La grandeza de nuestra ignorancia se manifiesta cuando nos preguntamos qué es la realidad. ¿Existen diferencias entre lo que percibimos como realidad y el mundo real? ¡Hay tantas cosas que hemos asumido como verdaderas y que en realidad son falsas! ¡Hay tantas cosas falsas que pasan por verdaderas! El campo del saber es infinito. La materia, que parece tan limitada, está compuesta por millones y millones de átomos. Cuando manifestamos: "esto está tan claro como el agua", estamos revelando que lo ignoramos todo sobre la complejidad del agua y sobre nosotros mismos, que en buena parte estamos hechos de agua. Si el principio de toda sabiduría, según el oráculo de Delfos, es el conocimiento de uno mismo, estamos arreglados. Y, si es verdad que nos conocemos, ¿cómo se explica que caigamos siempre en los mismos errores?

Admitámoslo, no sabemos nada de nada, y no es por culpa del cerebro, como alguien podría pensar. Al contrario. Nuestro cerebro trabaja día y noche, procesa 400.000 millones de bits de información por segundo. ¿Alguien es capaz de imaginárselo? Asimismo, y posiblemente es una suerte, sólo somos conscientes de unos dos mil bits, los indispensables para ir tirando, mantener una conversación con el vecino sobre el tiempo o el fútbol y poco más. Sabemos muy pocas cosas y algunas de estas pocas cosas las olvidamos fácilmente. Así se explica nuestra pretensión de saberlo todo.

La ignorancia es atrevida, ya lo dijo Gracián. Queremos demostrar que somos sabios y ni siquiera sabemos discernir que la sabiduría consiste en reconocer que "no sé nada", como dijo Sócrates, pero ¿lo dijo de verdad? Vivimos en un mundo del cual sólo se conoce la punta del iceberg. El resto es oscuridad y misterio, por eso buscamos la luz de la trascendencia. El remedio, entonces, resulta peor que la enfermedad. Porque si además de ser ignorantes nos ponemos trascendentes, no hay quien nos aguante.