Encontrarle sentido a la vida
La ausencia de Humanismo de los planes de estudio agrava la vacuidad de las personas, que se enfrentan a la muerte sin saber por qué viven. De hecho, racional y tradicionalmente, solo son posibles dos vías para dotar de sentido a la existencia humana: o vivir con los otros o encerrarse en el propio yo a explorar la existencia. O sea, descubrir que el hombre es un ser que necesita comunicarse, expandirse, interaccionarse, asociarse (en nombre de una ideología o de una religión, es lo mismo); darse cuenta de que la calidad de la vida individual depende de la colectiva y aceptar que de todo individuo, la sociedad espera un poco de colaboración. O por el contrario, averiguar que lo único que da sentido a la vida es el yo, un yo que enferma, que caduca, que muere, un yo melancólico, lábil, autoestimado. Los primeros hacen, los segundos dicen que los que deben hacer son los otros.
Gabriel Celaya, nacido hace cien años, y militante de la poesía social, ya lo dejó escrito: *pobres de los que, pobres, lloramos los sudores, creyéndonos divinos y del existencialismo: pues sí, me estoy muriendo, amigos míos./ ¿Sois felices? Me alegro. Yo, no tanto. Descubrió el poder salvador del amor y le dedicó estos versos a su Amparitxu: Estoy vivo todavía gracias a tu amor, mi amor,/ y aunque sea un disparate todo existe porque existes". Y es que sin amor, nada tiene sentido.
* Poema El martillo de Gabriel Celaya
Cuando el trabajo, cuando lo cotidiano
nos va y nos va golpeando,
se abandonan los bellos disfraces con que un día
jugamos a inmortales. Y el alma queda en nada.
Y el hombre es sólo humano, repetible, cualquiera,
anónimo y sagrado.
Cuando el martillo, cuando lo duro y terco
con tacto y metal seco
ataca destellante, declara hasta la estrella,
claro y seco, sonoro, totalmente inmediato,
lo mínimo y precioso del centro diamantino,
señala en mí el destino.
Dando en el clavo, dando en firme verdades
de claridad constante,
pulveriza implacable la ganga de ideales
y el yo que se inflacciona y espesa gasa a gasa
la opacidad que esconde, durísima, en el fondo,
mi pequeñez más pura.
Dando iracundo, dando a luz con coraje,
me forja mi atacante.
Ya no soy quién con nombre. Ya todo lo doliente
-la sombra que me sigue, la vida que aún me cuento-
trabajado, desnuda su principio intangible:
nadie es nadie si es hombre.
Donde se calla, donde las vidas mudas
fielmente se permutan
y dan una por otra continuo testimonio
de aliento sostenido, de corazón perpetuo,
yo pongo mis pequeñas palabras para todos
y una esperanza en alto.
Donde los días, donde lo lento y largo,
cuenta a cuenta es rezado,
nacido para amar, para morir, aún canto
y apenas perceptible mi voz corre en el fondo
del mundo que sí existe, y es fugaz, y es hermoso.
Soy, perdido, un amante.
Canto la muerte. Canto, libre de engaños,
los días y trabajos,
los oficios humildes que rezan los obreros,
la dureza consciente, los héroes cotidianos,
los hombres que se siguen sin alzar la cabeza,
sin bajarla tampoco.
Manda, martillo. Manda, aunque me duelas.
Levanta en mí la estrella.
Contra mí mismo lucho cuando busco ese estado
de radiante conciencia, de humildad trascendente,
y esa luz sin materia ni yo central clamante
de un dolor bien tallado.
Manda, implacable. Manda tú, necesario.
Formarme con tu rayo.
El aire es un halago cuando muevo los brazos
transporto sin sentarme lo que otros me entregaron
me olvido de mi mismo, tomo y doy -iah!- respiro.
Soy mortal; soy activo.
Duro es mi tiempo. Duro y ciego es mi mundo.
Mas yo seré más duro,
golpeando sin odio, martillando verdades
necesarias, sagradas, salvadores, terribles
como un amor oculto que al fin dice su nombre,
resulta ser combate.
Duro es el sino. Duro, el vivir abrupto.
Duro es también el puño
donde estoy apretando, y ocultando, y formando,
mi voluntad, mi furia, mi decisión de entrega
y el valor de ser hombre.
Contra lo vago, contra lo dulce y triste
que en lo ancho me desvive
y en el agua sin forma de lo total irisa
una leve sonrisa, quizá melancolía,
propongo estrictamente, con una rabia heroica,
lo claro, amargo y frío.
Contra lo blando, contra los mil perdones,
hoy mato corazones.
Soy la luz y el martillo, soy el terco trabajo
de los hombres cualquiera, y ese motor sin pausa
que afirma y más afirma, golpe a golpe labrando
la estatua colectiva.
¡Pobre de ti! ¡Pobre de mí, que a veces,
como tú, siento fiebre.
agiganto mi pulso, me imagino que siempre
durarán por intensos mis mínimos instantes,
lo mío y solo mío, lo ineludible y loco
del verso que ahora apuesto!
¡Pobre de mí! ¡Pobres de los que, pobres,
lloramos los sudores,
creyéndonos divinos, gota a gota acabando
en esa cristalina verdad que transparenta
lo mucho que debemos, lo poco que valemos,
la nada de los nombres!
Canta, martillo. Canta tú hasta matarme.
Contra mí, sé constante,
hasta hacerme y hacerme notar qué poco importo,
y hacerme ver qué poco soy si soy quien se explica,
y cómo cuanto existe se vuelve en mí plausible,
y es en mí, sin yo, vida.
Canta, martillo. Canta claro verdades.
Canta lo irremediable.
He abrazado el difícil destino que me cumple.
Soy como tú. Soy nadie. Soy un hombre clavado.
Mas no cejes, martillo, por mucho que me queje.
Sé mi estampa fulgente.