Conocimientos
Hace muchos años, trabajé como vendedora en una librería de cinco plantas. Todo lo que abarcaba la vista eran libros con cubiertas tentadoras de brillantes colores: best-sellers, novela negra, libros de cocina, de medicina, manuales de derecho, historia, ingeniería… Un cliente podía pasarse horas mirando y luego marcharse sin haber comprado ni uno. Y, desde luego, el problema no era la variedad.
La librería es una mínima expresión de la sociedad mediática que nos abruma. En este paisaje, los libros ya no son los únicos protagonistas. El aluvión de datos que debemos asimilar proviene de periódicos y revistas, de la radio y la televisión, y eso sin mencionar la sobre estimulación de la capacidad humana para absorber información que supone Internet. Parece que son demasiados conocimientos. Se habla de la sociedad de la información. Cada cinco años se duplica nuestro saber, aseguran. Y cuesta abarcar incluso esta explicación.
Mientras se produce una explosión de contenidos, nosotros sabemos cada vez menos acerca de cómo dominarlos. Antes, al terminar el colegio, salías provisto de todo el bagaje cultural que ibas a necesitar durante el resto de tu vida (éste era el ideal). Los colegios de hoy, deben proporcionar un nivel de conocimiento con el que uno pueda orientarse cuando éste cambie.
Estrenamos el siglo XXI y nuestros conocimientos se asemejan a un océano donde el horizonte siempre es igual de lejano. Quien quiera descubrir una red infinita de referencias y relaciones tiene la oportunidad de hacerlo conectándose a Internet, aunque desde aquí resulta imposible vincular todo el conocimiento entre sí de manera que se conserve una visión de conjunto. En la inmensidad ilimitada del océano es fácil perder el rumbo y por eso hace falta disponer de una brújula.
Inundados de información, padecemos déficits de conocimiento. Esta combinación se define usualmente como “sabiduría de expertos” y lamenta la existencia de “idiotas especializados”. Una calificación injusta si tenemos en cuenta que nuestra sociedad precisa conocimientos específicos. De manera que no es censurable ser un especialista, el único problema es que no basta con esto. El saber específico no es saber cultural. Con éste no es posible comprender la propia cultura. El que lo sabe todo sobre el maíz transgénico o el diseño de páginas web no sabe sobre el concepto de arte o el nacimiento de las civilizaciones prehistóricas.
La selección de información que hacemos se forma con aquello que hemos decidido excluir. No es fácil escoger qué aprender. De cada información nacen nuevas conexiones que conformarán la parte del mundo que cada uno ha de descubrir por sí mismo.
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