Dios también está en crisis
Hace unas cuantas décadas el periodista y ex sacerdote brasileño Juan Arias publicó el libro El Dios en quien no creo. Era una crítica al concepto tradicional de Dios que ofrecía la jerarquía eclesiástica antes del Concilio Vaticano II y que, por desgracia, todavía perdura. La obra, sin embargo, sintoniza con las tesis del Concilio y con el aplazamiento que propugnaba. Pese a las críticas de los más integristas españoles, se tradujo a diez idiomas y todavía se sigue reeditando. El texto rezuma toda la energía, la esperanza y el aire de renovación que impulsaba el Concilio Vaticano II. El difunto cardenal Giovanni Benelli manifestó que el Concilio conseguía romper con aquellas imágenes negativas y deformadas de un Dios que nos manda al infierno, que quiere el dolor y que exige que nos flagelemos para redimir nuestras culpas, el Dios que bendice y proporciona riquezas a los buenos y maldice y castiga con enfermedades, miseria y marginación a los que son malvados.
Han transcurrido más de cuarenta años y en este tiempo han cambiado muchas cosas. Quizá uno de los cambios más significativos sea la evolución de la sociedad occidental hacia la razón y hacia un discernimiento que ha facilitado que se desprendiera de la influencia negativa de la religión, de la religión católica en particular. Es palmario que la Iglesia ha querido enterrar la doctrina del Concilio, en un intento por conseguir nuevas imágenes negativas, también más rebuscadas en el desgraciado catálogo de caras de Dios que nos ofrece.
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