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Walter Freeman

Walter Freeman

Walter Freeman, psiquiatra, desarrolló un método infalible para curar todo tipo de desórdenes de la conducta humana. Su método mejoraba otro ya existente puesto en práctica el Premio Nobel de Medicina (1949) Egas Moniz y consistía en clavar un punzón justo encima del globo ocular del paciente, golpearlo con un martillo de caucho y atravesar el hueso que forma la órbita del ojo hasta hundirlo unos siete centímetros en el cerebro, luego se cercenaba a derecha e izquierda y se procedía a repetir la operación en el otro ojo. En unos tres minutos se destrozaban los lóbulos frontales del cerebro y el paciente se volvía tranquilo y silencioso, un ser pasivo. Moniz supuso que las ideas delirantes surgían en los lóbulos centrales del cerebro, bastaba, pues, con destruir las conexiones neuronales de esta zona para erradicar los síntomas. Freeman aplicó este sistema para curar depresiones, trastornos esquizoides y paranoides, conductas asociales y violentas, ansiedad severa, tendencias suicidas, desordenes obsesivo compulsivos…

Freeman estaba convencido de que las instituciones psiquiátricas de Estados Unidos eran tan caras de mantener que suponían la ruina del país, por eso, y con el fin de racionalizar los gastos, eligió la lobotomía como remedio para las personas con problemas de salud mental. Aún hizo más, abarató los costes de la intervención que realizaba Moniz suprimiendo la anestesia local y realizándola de forma ambulatoria. La lobotomía experimentó un bum insospechado, se calcula que entre 1936 y 1950 se practicaron unas 20.000. El número de enfermos mentales se redujo considerablemente en Estados Unidos y también el elevado coste que suponía tenerlos encerrados en hospitales psiquiátricos.

Vagabundos, presos peligrosos, amas de casa depresivas, niños hiperactivos se añadieron a la lista de personas lobotomizadas hasta sumar una escalofriante cifra que ronda las 100.000 en todo el mundo. El macabro proceso se detuvo en 1967, cuando ya se había extendido a otros países como Japón, donde se utilizaba especialmente para curar a niños con dificultades de aprendizaje escolar o problemas de comportamiento. Fue una clara vulneración del principio hipocrático: Primun non nocere (Lo primero, no hacer daño). Fue una forma cruel y legal de tortura, una conducta nada ética, una práctica sanitaria contraria a la salud y a los principios científicos. Debería ser un referente a la hora de iniciar cualquier nuevo tratamiento médico.

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