Culpables de la crisis
Todos sabemos que durante la crisis de 1929 afloró de manera brutal en Europa el fascismo. La gigantesca crisis y las consecuencias sociales que produjo provocaron una desesperación angustiosa en gran parte de la clase trabajadora. El poder oligárquico obligó a dirigir la vista hacia los judíos, que no eran responsables de la situación. Primero fueron los chistes de mal gusto y las bromas soeces, después llegaron los actos, el cambio de legislación, el holocausto.
Ahora la crisis financiera mundial y la debacle inmobiliaria en España conducen a lo mismo. Lo lógico sería exigir responsabilidades a los culpables de la catástrofe: los bangsters, las grandes empresas inmobiliarias y los que han generado más deuda privada: las empresas del Ibex 35. En vez de eso, nos obligan a dirigir la mirada a las instituciones públicas, especialmente ayuntamientos y CCAA. Los ayuntamientos españoles no están tan mal gestionados, la prueba es que son responsables de sumarle a la deuda pública 3 puntos del PIB. Las CCAA añaden un 12% más.
Nos quieren hacer creer que la culpa de la crisis la tienen los jubilados, que viven demasiado y no son productivos, pero consumen un montón de medicamentos y cobran unas pensiones muy elevadas; los médicos, que recetan fármacos de manera irresponsable; los del PIRMI, que percibiendo 400 euros mensuales tienen parabólicas en sus pisos; los desahuciados, que son incapaces de asumir el pago de sus deudas y originan tremendos agujeros en las cuentas de los bancos; los locos, que adquirieron una vivienda sobrevalorada con la ilusión de fundar una familia; los ancianos, que compraron obligaciones preferentes sin tener ni idea de jugar en bolsa; los maestros, que se empeñan en forjar mentes libres y no una masa de borregos; los parados, que no quieren trabajar y prefieren vivir de un mísero subsidio de desempleo; los bobos, que aceptan trabajos basura y con la limosna que cobran no gastan ni pueden reactivar la economía del país; los que perciben el SMI, que no resultan competitivos si los comparamos con los chinos, que trabajan más horas por menos dinero; los discapacitados, que aspiran a recibir asistencia social para vivir a costa de los demás; los inmigrantes, que han llegado aquí con las manos vacías y no hacen más que reclamar derechos y pedir ayudas; la clase trabajadora, que ha olvidado cuál es su sitio en el escalafón social y pretende vivir como los ricos; los jóvenes, que son unos vagos y unos comodones, capaces de quedarse en casa de sus padres hasta los 30 años con tal de no mover un palo; los universitarios, que querrían estudiar gratis unas carreras que no interesan a Goldman Sachs.
Todos ellos, y alguno más que seguramente me dejo, son los verdaderos culpables de lo que ocurre y no esos delincuentes que eufemísticamente se denominan economistas ortodoxos o políticos liberales.
Europa necesita una revolución. Mientras llega, afilemos la cuchilla.
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