Corre, corre
Vivimos en un tiempo dominado por la velocidad y obsesionado por la prisa. La historia reciente es una muestra del esfuerzo por conquistar nuevos límites de velocidad: desde los transportes a la velocidad de cálculo, pero también es la rápida sucesión de novedades y modas y la apresurada sustitución de objetos y personas. De nada sirve añorar épocas pasadas, en las que todo parecía más calmado.
"Cuanto antes", "ahora mismo" y "ya" expresan el ritmo de la vida cotidiana. No hay ninguna concesión a la espera o, menos aún, a la paciencia. Ya no quedan elementos intermedios, la conquista de la inmediatez es veloz. Lo que se desea es llegar cuanto antes al destino: al conocimiento, a la riqueza, a la cima social.
El desarrollo tecnológico del siglo XX y de éste va encaminado a reducir el tiempo y las distancias, desde enviar un mensaje de forma instantánea a dar la vuelta al mundo en un trasatlántico, hay que romper límites y fronteras, ser raudo. Aunque ya no basta con esto, ahora hemos incorporado un elemento nuevo a la prisa: la aceleración. El empleo de expresiones como "estar acelerado" o "el ritmo acelerado de la vida" refuerzan esta idea.
"Ir acelerado" supone realizar algo de un modo urgente, y la urgencia, como la prisa, implica llegar a la meta cuanto antes, competir. La competitividad esconde siempre una dosis de violencia. Hacer todo deprisa implicar ser el primero, avanzarse a los demás conociendo las estrategias que permiten ser más rápido y apartar a aquellos que compiten por el mismo objetivo.
La prisa es un movimiento sin sentido, una enfermedad, el mal de esta época que nos impide vivir tranquilos.
1 comentario
Javier -
Trabajo en el sector de artes gráficas y fue tema de conversación reciente. Hace unos años, -momento abuelo cebolleta- los trabajos llegaban y guardaban turno, días e incluso semanas... hoy son todos para YA.
Saludos