Atentados lingüísticos
La globalización, la predominancia de lo global, en vez de lo local; la universalización, también afecta a los idiomas.
Mientras nos acercamos felices hacia ese inglés macarrónico que sustituirá al latín como nueva lengua de la cristiandad, los españoles podemos asistir en estos tiempos de mass media a un fenómeno rarísimo, la muerte en directo de un idioma a manos del mestizaje y los barbarismos.
Cada año mueren idiomas a millares, son idiomas exóticos que se hablan en regiones inhóspitas y que fenecen con el último aliento del anciano que lo hablaba. La "muerte" del castellano es más rara y apasionante para los estudiosos del tema porque la mayoría de sus hablantes seguimos vivos. Los españoles hemos renunciado a la conservación y pureza de nuestra lengua y aquí estamos, tan panchos.
No puede precisarse cuánto durará la agonía del castellano, es posible que aplicándole una respiración asistida aguante un poco más, pero su enfermedad pinta muy mal. Hagamos una prueba, sentémonos ante el televisor y anotemos cada vez que un hablante, ya sea locutor, corresponsal, presentador, entrevistado o anónimo ciudadano, introduzca en su discurso algún elemento no genuino o erróneo y no daremos abasto. Este mismo examen puede efectuarse a las publicaciones escritas y los resultados serán idénticos y desastrosos.
Algún amigo del mestizaje asegurará sonriente que el castellano se está adaptando a los tiempos, aunque los filólogos se echarán las manos a la cabeza asustados por esta falta de genuinidad y esta irresponsabilidad y alegría con la que adoptamos en nuestro idioma palabras y expresiones ajenas. Me temo que no hay marcha atrás.
Pero no sólo en los periódicos y en la televisión se atenta contra el lenguaje, también la literatura sufre constantes agresiones, que de tan frecuentes ya nos pasan inadvertidas.
En el siglo XIX aparecieron una gran cantidad de ensayos destinados al estilo literario, el arte de escribir con belleza. De Quincey, Poe, Stevenson, Baudelaire, Proust y otros explicaron cómo se escribe bien, todos ellos conocían de sobra la retórica de la Antigüedad y del Renacimiento porque el arte de escribir conserva sus raíces.
La literatura es arte, produce música porque tiene cadencia y ritmo, aliteración y homofonía. La armonía de cada parte y el ritmo que rompa las asimetrías, que en la frase llegan a aburrir, convierten a la escritura en arte porque proporciona placer intelectual, aparte de interés por el tema tratado.
Hoy los grandes estilistas casi se han extinguido. Bécquer, Quevedo, Baudelaire..., nos parecen venerables antiguallas. La lengua hablada y la escrita apenas se diferencian, se escribe tan mal como se habla, sin cuidado, con un vocabulario contaminado de barbarismos y de barbaridades.
El fast food ha llegado a la literatura. Hay un lenguaje rápido que llena los periódicos, las novelas de acción y los best-sellers, es el lenguaje que emplea la mayoría: los políticos, los locutores, los periodistas, y que nos influye.
Todos sabemos que la lengua hablada precede a la escrita, que es dinámica, siempre joven y en crecimiento, pero no debe ser una degeneración del lenguaje escrito. No se hace literatura escribiendo en el argot callejero, lo decía Baudelaire: "Me habéis dado barro y lo he transmutado en oro". La literatura exige que la vulgaridad se vista con traje de gala antes de ser presentada al lector.
Mientras nos acercamos felices hacia ese inglés macarrónico que sustituirá al latín como nueva lengua de la cristiandad, los españoles podemos asistir en estos tiempos de mass media a un fenómeno rarísimo, la muerte en directo de un idioma a manos del mestizaje y los barbarismos.
Cada año mueren idiomas a millares, son idiomas exóticos que se hablan en regiones inhóspitas y que fenecen con el último aliento del anciano que lo hablaba. La "muerte" del castellano es más rara y apasionante para los estudiosos del tema porque la mayoría de sus hablantes seguimos vivos. Los españoles hemos renunciado a la conservación y pureza de nuestra lengua y aquí estamos, tan panchos.
No puede precisarse cuánto durará la agonía del castellano, es posible que aplicándole una respiración asistida aguante un poco más, pero su enfermedad pinta muy mal. Hagamos una prueba, sentémonos ante el televisor y anotemos cada vez que un hablante, ya sea locutor, corresponsal, presentador, entrevistado o anónimo ciudadano, introduzca en su discurso algún elemento no genuino o erróneo y no daremos abasto. Este mismo examen puede efectuarse a las publicaciones escritas y los resultados serán idénticos y desastrosos.
Algún amigo del mestizaje asegurará sonriente que el castellano se está adaptando a los tiempos, aunque los filólogos se echarán las manos a la cabeza asustados por esta falta de genuinidad y esta irresponsabilidad y alegría con la que adoptamos en nuestro idioma palabras y expresiones ajenas. Me temo que no hay marcha atrás.
Pero no sólo en los periódicos y en la televisión se atenta contra el lenguaje, también la literatura sufre constantes agresiones, que de tan frecuentes ya nos pasan inadvertidas.
En el siglo XIX aparecieron una gran cantidad de ensayos destinados al estilo literario, el arte de escribir con belleza. De Quincey, Poe, Stevenson, Baudelaire, Proust y otros explicaron cómo se escribe bien, todos ellos conocían de sobra la retórica de la Antigüedad y del Renacimiento porque el arte de escribir conserva sus raíces.
La literatura es arte, produce música porque tiene cadencia y ritmo, aliteración y homofonía. La armonía de cada parte y el ritmo que rompa las asimetrías, que en la frase llegan a aburrir, convierten a la escritura en arte porque proporciona placer intelectual, aparte de interés por el tema tratado.
Hoy los grandes estilistas casi se han extinguido. Bécquer, Quevedo, Baudelaire..., nos parecen venerables antiguallas. La lengua hablada y la escrita apenas se diferencian, se escribe tan mal como se habla, sin cuidado, con un vocabulario contaminado de barbarismos y de barbaridades.
El fast food ha llegado a la literatura. Hay un lenguaje rápido que llena los periódicos, las novelas de acción y los best-sellers, es el lenguaje que emplea la mayoría: los políticos, los locutores, los periodistas, y que nos influye.
Todos sabemos que la lengua hablada precede a la escrita, que es dinámica, siempre joven y en crecimiento, pero no debe ser una degeneración del lenguaje escrito. No se hace literatura escribiendo en el argot callejero, lo decía Baudelaire: "Me habéis dado barro y lo he transmutado en oro". La literatura exige que la vulgaridad se vista con traje de gala antes de ser presentada al lector.
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