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Cierzo

Que se mueran los feos

Abramos cualquier diario por la página de anuncios clasificados y detengámonos en las ofertas de trabajo. ¿Qué porcentaje de anuncios requiere, exige o valora la buena presencia? ¿Qué es la buena presencia? Digámoslo sin ambages y dejando de lado la maravilla del lenguaje políticamente correcto: ser guapo, tener buena planta, o sea, no ser un adefesio, bajo y/o gordo. ¿No es esto pura discriminación? Sí. Comparable al racismo o a la xenofobia. Entonces, ¿qué actitud tomar ante las consecuencias sociales de ser guapo o feo? ¿Cómo lidiar con esa tácita y difusa tendencia que nos inclina a admirar y a mimar a los más bellos?

Honesto es no negar nuestros prejuicios y, en lo posible, contrarrestarlos. Porque la importancia que le concedemos a la apariencia física, al rostro, a la primera impresión, ha aumentado tanto en nuestra sociedad que estamos dominados por la imagen. No se trata sólo de que el cine, la televisión, la publicidad o las revistas nos ofrezcan constantemente modelos ideales de belleza, difícilmente accesibles para el común de los mortales. Se trata también, de que, por ejemplo, en el cine la bondad o la maldad son, sobre todo, caras, gestos en los que se adivina inmediatamente la bondad o la maldad. El guapo es el bueno de la peli, el héroe. Mientras que al feo le reservan los peores roles.

Somos lo que parecemos. La impersonalidad de la sociedad nos impulsa a juzgar rápidamente al otro a partir de lo que vemos, de esa primera imagen que nos formamos de él, y que pocas veces tenemos ocasión de revisar y corregir. Incluso hemos llegado a especializarnos en el arte de adivinar y catalogar la personalidad que se esconde tras un rostro, una indumentaria, un coche... Es por nuestro aspecto por lo que nos aceptan o nos rechazan de entrada. Y es honesto reconocer que se trata de una injusta discriminación, aunque nos mueva a ella una inercia instintiva.

Sabiendo que se nos discrimina por nuestro aspecto y siendo conscientes de nuestra falta, podremos neutralizar el prejuicio y compensar la desigualdad de oportunidades y las situaciones vejatorias. Los "menos agraciados" deben tener también la oportunidad de demostrar su valía.

 

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