Voces globalizadas
En el mercado literario global hay de todo y para todos los gustos: literatura reivindicativa, gay, judía o rusa.
En el mercado literario global todo vale y todo tiene su público. Pudiera parecer que la expresión individual que debería suponérsele a cualquier texto literario artístico está en auge y que la literatura se ha enriquecido por las múltiples aportaciones individuales, que las técnicas literarias son más fértiles y variadas y las percepciones ofrecidas son únicas, sin embargo, ha ocurrido lo contrario. Las voces individuales son cada vez más raras. Cada voz, cada texto, se inserta en el nicho del mercado correspondiente al momento, se adapta a la palabra moda, a los códigos del mercado. Para ser escuchado, el escritor modula su voz, consciente o inconscientemente, según las exigencias del mercado o de sus posibles lectores. Aunque jamás se le pase por la cabeza, aunque lo niegue, esta traducción al lenguaje del mercado se produce al margen de su control: en el propio mercado, en la recepción de los textos, en la lectura, etc. Así el derecho a la autenticidad del “otro” rebota en el escritor y en su texto como un bumerán.
En su intento por escapar de una trampa, el escritor se ha metido en otra. Hoy está más vestido que nunca de etiquetas de identidad, las cuales determinan su lugar en el mercado y la comprensión que pueda haber entre él y sus lectores. Admitamos que las identidades facilitan la comunicación en el mercado, pero también rebajan terriblemente el significado del texto, lo empobrecen, cuando no lo distorsionan. El texto literario se lee cada vez más en clave: masculina o femenina, racial, nacional, cultural, sexual o política. Su valor es disminuido por un mercado que vende libros como cualquier otro producto, únicamente sobre las bases de unas categorías.
El escritor contemporáneo con aspiraciones de alta literatura queda confundido ante la ausencia de un sistema de valores, y al lector se le hace cada vez más difícil orientarse ante esta misma ausencia. El escritor “serio” vive una especie de vida clandestina, oculta sus elevados intereses y sus gustos literarios por temor a ser acusado de elitismo. Porque ocurre que los promotores de la cultura de masas, numéricamente superiores, los ciberapasionados, los optimistas de la cultura y los antielitistas se abalanzan sobre cualquier “muermo literario” de esos que tienen en su escritorio un retrato de Wilde.
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