Resurrección
I. Todo espanto tiene su umbral de tolerancia, hasta que se vuelve insoportable. Gira la vida entre miedo y silencio, como si no pudiera ser de otro modo. Hasta que reparas en ello y todo encaja y se hace evidencia con una lógica que hasta ese momento permanecía escondida y los demás se aterran de tragedia. La cruda miseria humana, la sanguinaria faz de la locura, la desgracia de una vida y los desgraciados renglones que supuran gusanos.
II. ¿Qué palabra le debo a mi padre en su cobardía de hombre? Algún día tendré que dar fe de que él ha sido mi dador, el veneno líquido de mi fuego.
III. Los ojos fijos en los del otro, sin lágrimas ni sollozos, sólo el libérrimo fluir de la emoción seca y árida, como si quisiera hacerse perdonar los errores y torpezas, toda esa trenza de infamias perpetradas, al fin y al cabo, contra sí mismo. El pasado, ahora sí, finiquitado, sin pena ni rencor, pues ya de nada sirve desde hace tiempo. Y ese anciano que me mira con emoción contenida y orgullosa, con ese sentimiento de tratar de averiguar si seguimos siendo enemigos, entidades independientes, con el vínculo de sangre en suspenso. Esa extrañeza suya, porque no sabe que él es todo lo que he vivido antes de salvarme.
II. ¿Qué palabra le debo a mi padre en su cobardía de hombre? Algún día tendré que dar fe de que él ha sido mi dador, el veneno líquido de mi fuego.
III. Los ojos fijos en los del otro, sin lágrimas ni sollozos, sólo el libérrimo fluir de la emoción seca y árida, como si quisiera hacerse perdonar los errores y torpezas, toda esa trenza de infamias perpetradas, al fin y al cabo, contra sí mismo. El pasado, ahora sí, finiquitado, sin pena ni rencor, pues ya de nada sirve desde hace tiempo. Y ese anciano que me mira con emoción contenida y orgullosa, con ese sentimiento de tratar de averiguar si seguimos siendo enemigos, entidades independientes, con el vínculo de sangre en suspenso. Esa extrañeza suya, porque no sabe que él es todo lo que he vivido antes de salvarme.
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