La visión
La visión es algo tan rápido y seguro, tan fiable e informativo y, aparentemente, requiere tan poco esfuerzo, que asumimos de forma natural que, de hecho, no requiere ninguno. Pero el perfecto funcionamiento de la visión, como la soltura que demuestra un patinador olímpico sobre hielo, es engañoso. Tras esta artística naturalidad del patinador se esconden años de riguroso entrenamiento, de la misma manera que detrás del rápido funcionamiento de nuestro sentido de la visión se extiende una inteligencia tan vasta que ocupa casi la mitad de la corteza cerebral. Nuestra inteligencia visual interactúa en gran medida con nuestra inteligencia racional y emocional, a las que en muchos casos precede y canaliza. Comprender la inteligencia visual es entender, en buena medida, quiénes somos.
También significa comprender a fondo nuestra cultura, tremendamente visual, en la que, como suele decirse, la imagen lo es todo. Los efectos especiales nos llevan a los cines y hacen que películas como Matrix o La guerra de las galaxias sean éxitos de taquilla. Los videoclips musicales nos introducen en mundos visuales surrealistas y respaldan la aparición de emisoras televisivas como la MTV. Los juegos de consola atrapan a pequeños y a grandes durante horas y horas a la par que aumentan considerablemente los ingresos de empresas como Nintendo. La realidad virtual nos sumerge en mundos visuales de un realismo sin precedentes y llegará a transformar el mundo, no sólo del entretenimiento, sino el de la arquitectura, la educación, la industria y la medicina. Del mismo modo que una buena obra literaria estimula nuestra inteligencia racional y nos emociona, también buscamos y disfrutamos de los medios de comunicación visuales que desafían a nuestra inteligencia visual. O si no, consideremos el mundo del marketing y la publicidad, que a diario manipula nuestros hábitos adquisitivos mediante sofisticadas imágenes.
Aunque lo más sorprendente de la visión es que no se reduce a una mera recepción pasiva, sino que, en realidad, es un proceso inteligente de construcción activa. Lo que vemos es, invariablemente, lo que construye nuestra inteligencia mediante un sofisticado proceso, y a veces se “equivoca”, nos confunde presentándonos imágenes imposibles, fantasías visuales. Un ejemplo es el famoso “cubo de Necker”, una figura publicada en 1832 por el naturalista suizo Louis Albert Necker. Se trata de una figura plana, pero que parece un cubo a nuestros ojos, un cubo que se convierte en dos, pues va cambiando alternativamente entre dos imágenes. Tampoco nos podemos fiar mucho de los colores que percibimos. Si prestamos atención al color que captamos de un punto determinado de un cuadro o de una fotografía y luego cogemos un tubo largo y estrecho, que sea de un tono gris, y volvemos a mirar ese punto concreto a través del tubo, comprobaremos que el color ha cambiado. Y es que los colores que nosotros construimos en un punto determinado dependen no sólo de la luz de ese punto, sino de un área más amplia del campo visual.
El problema fundamental de la visión es que la imagen que capta la retina del ojo tiene incontables interpretaciones posibles. Esta ambigüedad se da en todos los aspectos de nuestras construcciones visuales, así como al percibir la profundidad, el movimiento, los colores de las superficies y la iluminación. De manera que, ¿cuándo deberíamos confiar en lo que vemos?
Ilusiones ópticas y figuras imposibles
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