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Cierzo

Vendida

Empecé a escribir para entretenerme. Luego conseguí aunar técnica y pasión y, sin darme, cuenta estaba escribiendo por necesidad, empujada por una frenética compulsión.

Años más tarde, me contrataron en una revista de cuyo nombre prefiero no acordarme, el sueño de todo escritor: ser leído, se hizo realidad. Escribía con auténtico entusiasmo mi artículo mensual: investigaba, pulía mi estilo, me esforzaba por ofrecerle al lector calidad, temas interesantes, y me sentía orgullosa, realizada y feliz. Un día empezaron a marcarme los asuntos a tratar, el tono, y otro día, por cuestiones de espacio, suprimieron una palabra de mi texto, una explicación, el quid de la cuestión. Sin ese adverbio mis argumentos cambiaron de sentido. Hablé con el director bastante enfadada: "Es mi artículo", reivindiqué. "Es mi revista", me respondió él. Salí de su despacho frustrada y me puse a analizar mi trayectoria. Estaba escribiendo por dinero, por obligación, porque era mi trabajo, escribía falta de esa energía chispeante que antes me hacía sentir pletórica. Había consentido que limitaran mi libertad de expresión. Ver mi obra en portada satisfacía mi vanidad y las buenas críticas inflaban mi ego, pero esto no era motivo suficiente para continuar. Ésa no era mi meta, porque escribir a cambio de dinero o fama no es escribir, es otra cosa. Así que abandoné la revista con la lección aprendida.

Desde el momento en que mi afición fue lucrativa, empecé a prostituirme, vendía mi intelecto a cambio de unas monedas permitiendo que me utilizaran para rellenar un espacio en blanco. Ahora escribo porque es lo que me gusta hacer y colaboro sólo en aquellas publicaciones en las que nadie me condiciona. He conseguido que los premios no se me suban a la cabeza para no creerme mejor de lo que soy y sigo el camino que me he trazado.

Recuerdo haber leído una carta manuscrita de Goya en la que le confesaba a un amigo: no hay nada que odie más que pintar por encargo, pero es la única manera que tengo para permitirme pintar lo que quiero. En esa carta se sobreentendía su malestar por prostituirse de vez en cuando cediendo a los caprichos de la realeza y la nobleza, pintar retratos en la corte era una manera de subsistir, y entonces Goya no se sentía artista, sólo era pintor cuando tenía libertad de acción.

Estas palabras de Goya vienen a corroborar mi idea, se necesita libertad absoluta para crear, y cuando se hace por dinero o por notoriedad la literatura, la pintura, la música... sólo son un patético remedo de Arte.

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