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Cierzo

Buda y el budismo

“¿Eres un dios?, le preguntaron. No. ¿Eres un ángel? No. ¿Un santo? No. ¿Qué eres entonces? Yo estoy despierto”, respondió Buda, y es que Buda significa “iluminado” o “despierto”.

En torno a la vida de Buda gira una entrañable leyenda. Se dice que cuando nació los mundos se inundaron de luz, los ciegos recuperaron la vista, los sordomudos comenzaron a conversar, los jorobados se pusieron derechos, los cojos caminaron, los presos fueron liberados de sus cadenas, el fuego del infierno se apagó y la paz abrazó al mundo. Únicamente Mara, el Maligno, no se alegró.

Buda nació el año 563 a. C. en lo que es hoy Nepal. Su nombre era Siddharta Gautama de Sakya. Su padre fue rey y le proporcionó una crianza esmerada con todo tipo de lujos. Se casó a los 16 años con la princesa Yasodhara y tuvieron un hijo llamado Rahula. Nada parecía faltar en la vida de Buda y, sin embargo, a los veintinueve años un descontento profundo lo llevó a abandonar todos sus bienes terrenales, se despidió en silencio de su mujer y su hijo, se vistió con harapos y se internó en el bosque en busca de la iluminación. Durante seis años persiguió este fin, estudió con los más destacados maestros hinduistas y aprendió cuanto estos yogis podían enseñarle. Luego se unió a un grupo de ascetas poniendo a prueba su fuerza de voluntad. Dicen que se sustentaba con seis granos de arroz al día, que apretaba los dientes y presionaba la lengua contra el paladar hasta que el sudor fluía por sus poros, que contenía la respiración hasta sentir un fuerte dolor de cabeza. Estas experiencias le enseñaron lo inútil del ascetismo, todas estas experiencias negativas no le aportaron la iluminación, pero aprendió a valorar el Camino Intermedio entre los extremos. Abandonada la mortificación del cuerpo, Siddharta persiguió el pensamiento riguroso y la concentración mística. Dice la tradición que se sentó bajo una higuera dispuesto a no levantarse hasta lograr la iluminación, allí hizo frente a las tentaciones del Maligno, que se presentó primero bajo la apariencia de Kama, Dios del Deseo, y luego con el disfraz de Mara, Señor de la Muerte. Siddharta resistió imperturbable ante tres mujeres voluptuosas y no se inmutó ante huracanes, lluvias torrenciales y aludes de piedras incandescentes, había llegado el Gran Despertar, Siddharta se había transformado en Buda y su dicha fue infinita, tan grande que durante 49 días permaneció extasiado antes de dirigir su mirada gloriosa al mundo.

A Buda aún le esperaba la última tentación. Mara atacó esta vez a su punto más fuerte: la razón, y le propuso un gran reto. ¿Cómo podría mostrar a los demás lo que él había entendido? ¿Cómo poner en palabras visiones imposibles de definir? ¿Cómo enseñar lo que sólo puede ser aprendido y mostrar lo que sólo puede ser encontrado? ¿Por qué perder el tiempo ante un público que no entenderá? Buda respondió: “Algunos habrá que entiendan”, y Mara no volvió a aparecer nunca.

Pasó el tiempo, Buda envejeció predicando su mensaje destinado a destruir egos y a redimir la vida, fundó una orden de monjes para alentar a los desesperados y llevó una existencia dedicada a los fieles y a la meditación. A los 80 años de edad, murió a causa de una disentería.

Leyendo la biografía de Buda uno tiene la impresión de hallarse ante un hombre grande, lleno de sabiduría. Sabía mantener la cabeza fría para pensar con claridad y el corazón cálido para confortar a quien lo necesitaba, era generoso, sencillo, paciente, modesto, compasivo, sentía un profundo respeto por los demás hombres, a los que trataba como iguales, y con su iluminación ejercía un extraño poder espiritual sobre ellos.

Buda acometió la tarea de eliminar supersticiones y rituales para que la verdad hallase una nueva vida, así nació una religión desprovista de autoridad en la que todos los individuos realizaban su propia búsqueda religiosa. “Sed lámparas para vosotros mismos. Quienes, ahora o después de que yo haya muerto, confíen sólo en sí mismos y no busquen ayuda en nadie más que en sí mismos, ésos serán los que llegarán más alto”, dejó dicho. Predicó una religión desprovista de rituales, pues consideraba los ritos adornos irrelevantes, trabas para el espíritu. Evitó la teorización, la especulación infructuosa, para llevar a cabo un programa práctico. Alentó una religión nueva y desprovista de tradición y animó a sus seguidores a deshacerse de la carga del pasado: “No os guiéis por lo que se os trasmite, ni por la autoridad de vuestras enseñanzas tradicionales. Cuando sepáis por vosotros mismos que ‘estas enseñanzas no son buenas, que el seguimiento y la práctica de estas enseñanzas conducen a la desorientación y al sufrimiento’, entonces, rechazarlas”. La religión de Buda se basa en el esfuerzo personal, en la iniciativa propia; cada individuo debe recorrer su propio camino. En la religión de Buda no hay milagros ni hechos sobrenaturales, respuestas rápidas o soluciones simples, los atajos no existen en la tarea de elevarse a sí mismo.

El camino de la iluminación se recorre en ocho pasos. “Aparece alguien en el mundo que suscita la fe. Uno se asocia a esa persona”. Éste es el preámbulo, la transformación arranca de la mano de un iniciado, de alguien que ya se ha sometido a este proceso y de quien se aprende a tener el juicio adecuado, esto es: la convicción de que la razón está satisfecha y sin la cual ningún individuo puede avanzar en dirección alguna; la intención adecuada: que se obtiene cuando el corazón está seguro de lo que queremos; el lenguaje adecuado: el lenguaje que empleamos revela nuestro carácter, por eso en nuestra palabras no ha de haber mentira, charla inútil, calumnia, injuria; la conducta adecuada: que se basa en la objetividad lograda mediante la reflexión sobre los actos y motivos que la provocaron; el medio de vida adecuado: es decir un trabajo que permita el progreso espiritual teniendo en cuenta que el trabajo es un medio de vida y no el objetivo de la vida; el esfuerzo adecuado: dominar pasiones, desarrollar las virtudes, suprimir los pensamientos destructivos y dar cabida a la compasión y a la indiferencia; la mentalidad adecuada: un examen continuo en el que busquemos entendernos a nosotros mismos, un control sobre los sentidos e impulsos, un observar todas las cosas sin reaccionar; la concentración adecuada: que se basa en gran medida en las técnicas del raja yoga y que constituye la última etapa, el fin del camino, cuando la mente reposa en su auténtica condición: el nirvana.

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