Sidereus Nuncius
Sidereus Nuncius (1610), de Galileo Galilei, es una obra relevante que anuncia una serie de descubrimientos más extraños y significativos que cualquier otra cosa que se hubiera hecho con anterioridad. Al leerla hoy, podemos experimentar, como es lógico, el impacto que causó en su tiempo tan extraordinario mensaje, así como la pasión que arde bajo el estilo sobrio y frío de Galileo:
"Grandes en verdad son las cosas que en este breve tratado propongo a la vista y contemplación de los estudiosos de la naturaleza. Grandes, digo, sea por su excelencia intrínseca, sea por su novedad, jamás oída en todos los tiempos, sea, en fin, por el instrumento mediante el cual esas mismas cosas se han hecho accesibles a nuestros sentidos.
Sin duda es importante aumentar el gran número de las estrellas fijas que la humanidad ha podido contemplar hasta ahora mediante su visión natural, poniendo ante los ojos otras innumerables que nunca antes se habían visto y que sobrepasan a las viejas [estrellas] ya conocidas en un número más de diez veces superior.
Es de lo más hermoso y agradable a la vista contemplar el cuerpo de la Luna, que se halla a una distancia de nosotros de casi sesenta semidiámetros terrestres, tan cerca como si se hallase a una distancia de sólo dos y media de tales medidas.
Cualquiera puede averiguar, con la certeza que suministra la experiencia de los sentidos, que la Luna no está dotada en absoluto de una superficie lisa y pulida, sino que la suya es irregular y rugosa y, como ocurre con la propia faz de la Tierra, está por doquier recubierta por enormes prominencias, profundas hendiduras y sinuosidades.
Por otra parte, no es en absoluto algo de poca monta haber zanjado las disputas a cerca de la Galaxia o Vía Láctea, poniendo su esencia de manifiesto ante los sentidos, así como ante el entendimiento. Además de todo esto, será muy interesante y hermoso mostrar directamente la sustancia de aquellas estrellas que todos los astrónomos han denominado hasta ahora nebulosas, demostrando que es muy diversa de lo que hasta ahora se ha creído.
Mas lo que supera con mucho todo lo que se haya podido imaginar, y que es lo que me ha movido principalmente a presentarlo a todos los astrónomos y filósofos, es nuestro descubrimiento de cuatro astros errantes que nadie antes de nosotros conoció u observó, los cuales, a semejanza de Venus y Mercurio en torno al Sol, poseen sus propios períodos en torno a cierto astro principal que forma parte de los conocidos, ora precediéndole, ora siguiéndole sin alejarse nunca de él más allá de determinados límites. Tales cosas hallé y observé no hace mucho mediante los ‘perspicilli' inventados por mí, iluminado previamente por la gracia divina".
Montañas en la Luna, nuevos planetas en el cielo, novedosas estrellas fijas en número incalculable, cosas que ningún ojo humano había visto antes y que ninguna mente humana había concebido. Y no sólo eso, además de estos hechos nuevos, sorprendentes y totalmente inesperados e imprevistos, estaba también la descripción de un invento asombroso: el primer instrumento científico, el "perspicillum", que hizo posibles todos esos descubrimientos y le permitió a Galileo trascender las limitaciones impuestas por la Naturaleza, o por Dios, a los sentidos y al conocimiento humano.
No es extraño, pues, que en un principio, el "Mensaje de los Astros" se recibiera con recelo e incredulidad y que desempeñase una parte fundamental en todo el desarrollo siguiente de la ciencia astronómica, la cual, a partir de entonces, quedó tan íntimamente ligada a la de los instrumentos que cada uno de los progresos en una de ellas implicó e indujo un progreso en la otra. Se podría decir que no sólo la astronomía, sino también la ciencia como tal, inició con el invento de Galileo una nueva fase de su desarrollo.
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