Él es. Yo soy (Confesiones de un psicópata)
Él es un hombre inteligente, educado, apuesto y elegante; posee un fuerte carisma y una personalidad irresistible; es brillante en todo cuanto hace, un empresario hábil, el amigo ideal, el amante soñado... Yo le presto mi cuerpo, vivo oculto en el interior de su alma, una roca inaccesible y fría, mi refugio.
Él es un experto en el difícil arte de seducir, el que se gana las simpatías, el que infunde confianza, transmite seguridad y suscita apasionados amores. Yo le dejo hacer, saboreo sus éxitos, me siento orgulloso de sus logros. Nuestra relación simbiótica es inmejorable hasta que alguien se enamora de él o le toma un afecto especial, entonces yo abandono mi guarida y me hago con el control. Permanezco alerta día y noche, estudio meticulosamente a mi oponente, me introduzco bajo su piel y escruto su cerebro y su corazón hasta que aprendo a pensar como mi adversario e incluso logro anticiparme a sus ideas. Aguardo paciente y siempre atento a que se me ofrezca la oportunidad de lanzar mi ofensiva y cuando se presenta la ocasión, aniquilo a mi enemigo, no puedo soportar que nadie me ame.
No disfruto de mi triunfo ni me regocija la derrota del rival, siento un desprecio profundo por los que me aman, los considero estúpidos por ser tan confiados, por no advertir las señales de peligro, por no descubrir al monstruo que se esconde tras la fachada deslumbrante que es él. Luego prosigo mi camino impasible, sin culpas en la conciencia, he hecho lo correcto, eliminar a alguien peligroso. Al cabo de un tiempo, sin siquiera buscarlo, aparece otra incauta mariposa que revolotea deslumbrada alrededor del hechizo su luz y la historia vuelve a repetirse una vez y otra, hasta el hastío. He perdido la cuenta, desconozco el número exacto de mujeres y hombres que han sucumbido al encanto de él, que han sido destruidos por mí, y es que necesito obsesivamente que me quieran y no puedo resistir el cariño de nadie. Me hallo inmerso en un círculo vicioso del que no logro escapar, soy prisionero de mi delirio.
Antes gozaba con este absurdo juego de seducción y ataque, pero ahora va perdiendo interés, se ha convertido en algo rutinario y demasiado fácil, y es que he depurado mi técnica hasta alcanzar un macabro virtuosismo. Mi última víctima acabó suicidándose, era una buena mujer que cometió el grave error de enamorarse de él, estaba dispuesta a cambiar su vida y a abandonar a sus hijos por permanecer a su lado, llegó a perder la dignidad, lo habría dado todo por él, y a mí me producía asco su dulzura, sus atenciones y su cariño. No tuve más remedio que pasar a la acción, tenía que librarme de su afecto. Hice que rompiera su matrimonio, que renunciase a sus hijos y a su trabajo por él, le prometí el paraíso y la llevé al infierno de la locura. La dejé abandonada en un aeropuerto, esperando a que él se presentara, y desaparecimos. La depresión me allanó el camino, se encontraba sola, sin dinero, vivía en una fétida habitación pintada de amarillo. Habían transcurrido siete meses cuando él la telefoneó para interesarse por su estado y ella estaba loca, pero seguía amándole, pese a todo. Acudió a visitarla con un ramo de flores y una poesía en los labios, ella recobró la ilusión y la esperanza y entonces yo le dije que iba a casarme con otra. Dos días después leí la noticia en el diario, una sobredosis de somníferos le dio a ella la paz y a mí la victoria definitiva.
Desde entonces, mi meta me lleva un poco más lejos, a la muerte. Quien me ama, merece morir. ¿Qué ocurrirá cuando deje de ser atractiva esta variante de mi juego? ¿Qué nuevos alicientes podré encontrar? Tal vez matar, tal vez el placer de ser yo el instrumento ejecutor de mi sentencia...
Sí, no es mala idea. Podría torturar a mis víctimas y llevarlas a la muerte tras una lenta agonía. Quizás su sufrimiento pudiera redimir mi dolor, este dolor lacerante que me tortura sin compasión. Alguien tiene que pagar por ella, por esa mujer que me odiaba y me maltrataba, por esa mujer que me abandonó cuando yo tenía siete años. Puedes ser tú.
Él es un experto en el difícil arte de seducir, el que se gana las simpatías, el que infunde confianza, transmite seguridad y suscita apasionados amores. Yo le dejo hacer, saboreo sus éxitos, me siento orgulloso de sus logros. Nuestra relación simbiótica es inmejorable hasta que alguien se enamora de él o le toma un afecto especial, entonces yo abandono mi guarida y me hago con el control. Permanezco alerta día y noche, estudio meticulosamente a mi oponente, me introduzco bajo su piel y escruto su cerebro y su corazón hasta que aprendo a pensar como mi adversario e incluso logro anticiparme a sus ideas. Aguardo paciente y siempre atento a que se me ofrezca la oportunidad de lanzar mi ofensiva y cuando se presenta la ocasión, aniquilo a mi enemigo, no puedo soportar que nadie me ame.
No disfruto de mi triunfo ni me regocija la derrota del rival, siento un desprecio profundo por los que me aman, los considero estúpidos por ser tan confiados, por no advertir las señales de peligro, por no descubrir al monstruo que se esconde tras la fachada deslumbrante que es él. Luego prosigo mi camino impasible, sin culpas en la conciencia, he hecho lo correcto, eliminar a alguien peligroso. Al cabo de un tiempo, sin siquiera buscarlo, aparece otra incauta mariposa que revolotea deslumbrada alrededor del hechizo su luz y la historia vuelve a repetirse una vez y otra, hasta el hastío. He perdido la cuenta, desconozco el número exacto de mujeres y hombres que han sucumbido al encanto de él, que han sido destruidos por mí, y es que necesito obsesivamente que me quieran y no puedo resistir el cariño de nadie. Me hallo inmerso en un círculo vicioso del que no logro escapar, soy prisionero de mi delirio.
Antes gozaba con este absurdo juego de seducción y ataque, pero ahora va perdiendo interés, se ha convertido en algo rutinario y demasiado fácil, y es que he depurado mi técnica hasta alcanzar un macabro virtuosismo. Mi última víctima acabó suicidándose, era una buena mujer que cometió el grave error de enamorarse de él, estaba dispuesta a cambiar su vida y a abandonar a sus hijos por permanecer a su lado, llegó a perder la dignidad, lo habría dado todo por él, y a mí me producía asco su dulzura, sus atenciones y su cariño. No tuve más remedio que pasar a la acción, tenía que librarme de su afecto. Hice que rompiera su matrimonio, que renunciase a sus hijos y a su trabajo por él, le prometí el paraíso y la llevé al infierno de la locura. La dejé abandonada en un aeropuerto, esperando a que él se presentara, y desaparecimos. La depresión me allanó el camino, se encontraba sola, sin dinero, vivía en una fétida habitación pintada de amarillo. Habían transcurrido siete meses cuando él la telefoneó para interesarse por su estado y ella estaba loca, pero seguía amándole, pese a todo. Acudió a visitarla con un ramo de flores y una poesía en los labios, ella recobró la ilusión y la esperanza y entonces yo le dije que iba a casarme con otra. Dos días después leí la noticia en el diario, una sobredosis de somníferos le dio a ella la paz y a mí la victoria definitiva.
Desde entonces, mi meta me lleva un poco más lejos, a la muerte. Quien me ama, merece morir. ¿Qué ocurrirá cuando deje de ser atractiva esta variante de mi juego? ¿Qué nuevos alicientes podré encontrar? Tal vez matar, tal vez el placer de ser yo el instrumento ejecutor de mi sentencia...
Sí, no es mala idea. Podría torturar a mis víctimas y llevarlas a la muerte tras una lenta agonía. Quizás su sufrimiento pudiera redimir mi dolor, este dolor lacerante que me tortura sin compasión. Alguien tiene que pagar por ella, por esa mujer que me odiaba y me maltrataba, por esa mujer que me abandonó cuando yo tenía siete años. Puedes ser tú.
4 comentarios
Toni -
KANDRA -
van hertz -
jorgelina -
Gracias