A ti, mano
Delicada es tu textura, blanca de color, suave al tacto, refinada y etérea en la caricia, precisa y diestra sobre mi cuerpo, así eres, mano.
Y ocurre en esta noche de magia que esa mano leve se posa en mí y me roza con mimo hasta hacerme vulnerable y ponerme en vilo. Tu temperatura cálida me envuelve y tu calor me convierte en fuego. Tus dedos finos me rodean sin oprimir, captando mi dimensión distinta, agigantada, y es que mi piel receptiva se imprime de tu exquisita huella y me hace tuyo.
Tú, mano, y yo somos uno, trabados así, mediante el placentero anillo del goce que nos liga. Tú, mano, me haces, y yo seré para ti. Creceré y rebosaré de tu palma y por mis canales secos y vacíos acudirá la vida a tu llamada.
Tras la noche la mañana, y la misma mano que me despertó y me durmió, que me guió hasta la entrada de la cueva para que la penetrase, se ciñe a mi renacido volumen con dos dedos anillados, en esta ocasión delimita la profundidad a la que se me permite llegar en esta nueva gruta. Diriges la operación y la interrumpes, me estrangulas y yo encantado, lleno de satisfacción.
Reposo rendido, porque tú, mano, me has ahogado la respiración. Vigilas mi descanso y me contemplas: soy tan distinto de cuando estaba vivo. Con tu liviano peso y enguantada en ternura, percibes el temblor difuso con el que me bato en retirada, pero me tocas y pareces decirme: inténtalo. Tu tersura me contiene y yo tomo forma lentamente, regreso a mi codiciada condición de dios: potente y majestuoso, y te impregno de mi esencia.
No me importa que me veas morir, frágil y desvalido, porque tú me harás renacer mil veces, porque mil veces me rozarás con el mismo cuidado y tu calidez elevará mi ardor, porque tus dedos estilizados jugarán conmigo transformándome en el soberano del placer.
No sé aún cómo llamar a nuestra íntima relación, tú eres la maga que realiza prodigios y yo el rendido esclavo de tu hechizo. Te sueño, te anhelo, sólo deseo despertarme dentro de ti, gracias a ti. Por favor, no me consideres ingrato si comparto con tu compañera los mismos juegos.
Y ocurre en esta noche de magia que esa mano leve se posa en mí y me roza con mimo hasta hacerme vulnerable y ponerme en vilo. Tu temperatura cálida me envuelve y tu calor me convierte en fuego. Tus dedos finos me rodean sin oprimir, captando mi dimensión distinta, agigantada, y es que mi piel receptiva se imprime de tu exquisita huella y me hace tuyo.
Tú, mano, y yo somos uno, trabados así, mediante el placentero anillo del goce que nos liga. Tú, mano, me haces, y yo seré para ti. Creceré y rebosaré de tu palma y por mis canales secos y vacíos acudirá la vida a tu llamada.
Tras la noche la mañana, y la misma mano que me despertó y me durmió, que me guió hasta la entrada de la cueva para que la penetrase, se ciñe a mi renacido volumen con dos dedos anillados, en esta ocasión delimita la profundidad a la que se me permite llegar en esta nueva gruta. Diriges la operación y la interrumpes, me estrangulas y yo encantado, lleno de satisfacción.
Reposo rendido, porque tú, mano, me has ahogado la respiración. Vigilas mi descanso y me contemplas: soy tan distinto de cuando estaba vivo. Con tu liviano peso y enguantada en ternura, percibes el temblor difuso con el que me bato en retirada, pero me tocas y pareces decirme: inténtalo. Tu tersura me contiene y yo tomo forma lentamente, regreso a mi codiciada condición de dios: potente y majestuoso, y te impregno de mi esencia.
No me importa que me veas morir, frágil y desvalido, porque tú me harás renacer mil veces, porque mil veces me rozarás con el mismo cuidado y tu calidez elevará mi ardor, porque tus dedos estilizados jugarán conmigo transformándome en el soberano del placer.
No sé aún cómo llamar a nuestra íntima relación, tú eres la maga que realiza prodigios y yo el rendido esclavo de tu hechizo. Te sueño, te anhelo, sólo deseo despertarme dentro de ti, gracias a ti. Por favor, no me consideres ingrato si comparto con tu compañera los mismos juegos.
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