Bilitis
Soy Bilitis, nací a principios del siglo V en Pamfilia, en un pueblecito de montaña en la ribera del Melas. Mi padre era griego y mi madre fenicia. Vivía feliz en este país áspero y triste situado en la falda del altivo Taurus hasta que por culpa de un amor apasionado que acabó como todos: mal, abandoné mi tierra dejando en ella el fruto de este amor.
Me instalé en Lesbos, el centro del mundo. Su capital, Mitilena, era una ciudad más fastuosa que Atenas y más corrupta que Sardes. Durante las noches, los hombres se entregaban a los placeres del vino y de la danza y las mujeres encontrábamos consuelo mutuo a nuestra soledad. Fue entonces cuando conocí a Safo, ella me enseñó a cantar con frases rimadas para legar a la posteridad la memoria de mis amantes. He dejado escritas una treintena de elegías, la historia de mi amor con Mnasidica, una muchacha dulce e inocente con la que compartí mis días y mis noches. Los celos que me provocaban su legión de amantes y admiradores fueron la causa de nuestra ruptura. Encendida por los celos partí hacia Chipre buscando alejarme de dolorosos recuerdos. Allí ejercí de cortesana, entonces las cortesanas no eran criaturas despreciadas y marginadas de la sociedad honorable, sino jóvenes provenientes de las mejores familias a las que Afrodita había dotado de una sin par belleza. Algunos hombres creían contemplar en mí una visión viviente de la diosa del amor y me adoraban casi como a una divinidad. Seguí escribiendo mientras estuve enamorada y al dejar de amar, dejé de escribir.
Cuatro siglos después de mi muerte, M.G. Heim descubrió mi tumba en Paleo-Limisso. Me encontraron junto a dos vasos de perfume, uno de los cuales todavía conservaba su olor, con el espejo de plata pulida en el que me reflejé tantas veces y el estilete que maquilló de azul mis párpados por última vez. Una pequeña imagen de Astaré desnuda, preciosa reliquia, velaba mis restos adornados con oro y marfil. Me había convertido en una rama de nieve, tan suave y tan frágil que en el momento en que me tocaron me convertí en polvo.
He permanecido viva en el recuerdo de algunas almas sensibles a través de los siglos. Seduje a Pierre Louÿs, que me idolatró y tradujo mis obras para que fueran conocidas en todo el mundo, y también creo haber servido de inspiración a otros autores, de cuya pluma vuelvo a tiempos conocidos.
Me instalé en Lesbos, el centro del mundo. Su capital, Mitilena, era una ciudad más fastuosa que Atenas y más corrupta que Sardes. Durante las noches, los hombres se entregaban a los placeres del vino y de la danza y las mujeres encontrábamos consuelo mutuo a nuestra soledad. Fue entonces cuando conocí a Safo, ella me enseñó a cantar con frases rimadas para legar a la posteridad la memoria de mis amantes. He dejado escritas una treintena de elegías, la historia de mi amor con Mnasidica, una muchacha dulce e inocente con la que compartí mis días y mis noches. Los celos que me provocaban su legión de amantes y admiradores fueron la causa de nuestra ruptura. Encendida por los celos partí hacia Chipre buscando alejarme de dolorosos recuerdos. Allí ejercí de cortesana, entonces las cortesanas no eran criaturas despreciadas y marginadas de la sociedad honorable, sino jóvenes provenientes de las mejores familias a las que Afrodita había dotado de una sin par belleza. Algunos hombres creían contemplar en mí una visión viviente de la diosa del amor y me adoraban casi como a una divinidad. Seguí escribiendo mientras estuve enamorada y al dejar de amar, dejé de escribir.
Cuatro siglos después de mi muerte, M.G. Heim descubrió mi tumba en Paleo-Limisso. Me encontraron junto a dos vasos de perfume, uno de los cuales todavía conservaba su olor, con el espejo de plata pulida en el que me reflejé tantas veces y el estilete que maquilló de azul mis párpados por última vez. Una pequeña imagen de Astaré desnuda, preciosa reliquia, velaba mis restos adornados con oro y marfil. Me había convertido en una rama de nieve, tan suave y tan frágil que en el momento en que me tocaron me convertí en polvo.
He permanecido viva en el recuerdo de algunas almas sensibles a través de los siglos. Seduje a Pierre Louÿs, que me idolatró y tradujo mis obras para que fueran conocidas en todo el mundo, y también creo haber servido de inspiración a otros autores, de cuya pluma vuelvo a tiempos conocidos.
0 comentarios