Vidas que no existen
Según la ONU, el planeta cuenta oficialmente con 7.000 millones de habitantes, pero puede haber superado con creces esta cifra, que no incluye a los indocumentados. Es habitual que en países como China, India o Tailandia no se registren los nacimientos, hecho que repercute gravemente en millones de personas a la hora de acceder a la salud y la educación, en la defensa de sus derechos o al casarse y votar.
Los padres chinos no suelen registrar el nacimiento de sus hijas, evitan así pagar la multa y el desahucio que impone el Gobierno como castigo por tener un segundo hijo. También es frecuente comprar la identidad de una mujer muerta, de la que no se notifica el fallecimiento, para que otra la suplante a efectos legales. Afortunadamente, la situación está cambiando y aunque prevalece todavía la preferencia de un descendiente varón, cada vez son más las familias que aceptan tener una hija, sobre todo en las zonas rurales, pues muchas jóvenes consiguen un puesto de trabajo en las fábricas que hay en la ciudad y pueden enviar más dinero a casa. También se da el caso de que, ante la escasez de mujeres que ha producido la selección en el sexo de los hijos, se vendan como esposas o que se prefiera una hija por un factor nuevo: el hijo, para conseguir esposa, debe disponer de una vivienda, generalmente pagada por los padres, un lastre que a ellas no les afecta.
En India es posible que hasta el 70% de los nacimientos de regiones como Rajastán no estén registrados. Los censos que se han efectuado recientemente no han servido para sacar a la luz a millones de indocumentados y desde las administraciones aducen que resulta imposible controlar a toda la población ya que muchísimos niños nacen fuera de los hospitales y muy pocos padres se toman la molestia de inscribirlos.
Desde que en Tailandia no se otorga la nacionalidad por nacimiento, miles de hijos de refugiados y de emigrantes birmanos nacen ilegales. El gobierno tailandés no los reconoce y el birmano, tampoco se hace cargo de ellos. No son de ninguna parte.
Los indocumentados viven en un mundo paralelo que nadie reconoce y al que los gobiernos dan la espalda. Son personas condenadas a vivir en la invisibilidad, a la sombra de unas administraciones que desconocen su existencia.
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