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Cierzo

La columna

La columna

Han quedado en una cafetería para verse. No son una pareja de enamorados, pero se quieren, se quieren con ese afecto que une a dos almas tocadas por la fatalidad, que han visitado idénticos infiernos. Ella llega primero, le busca y no le encuentra. Él entra, la busca y no la encuentra. Transcurren lentos los minutos. Ambos se preguntan: ¿sabrá que es aquí donde hemos quedado?, ¿le habrá surgido un imprevisto? Miran el reloj. El tiempo avanza. El otro no llega. Una hora ya. Qué raro, ¿no? Si conocieran el número de sus respectivos móviles podrían llamarse, pero ninguno de los dos ha caído en la cuenta de dárselo al otro. ¿Qué hago ahora? ¿Vendrá? Quizás no pueda. Los dos se levantan para marcharse. Han perdido la esperanza de encontrarse. Entonces, él la ve a ella. Entonces, ella repara en él. Una hora aguardando separados, solo porque una maldita columna se interpuso entre ambos.

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