Todo es tan relativo...
Hace cien años, Albert Einstein publicó cinco artículos científicos que revolucionaron la ciencia. Uno de esos artículos contenía una teoría que fue rechazada por la Universidad de Zurich, por ser un tanto esotérica, era la teoría de la relatividad, que se resume en la famosa ecuación E=mc2 . En otro de los artículos descubría el efecto fotoeléctrico y por él recibió el Premio Nobel de Física en1921.
A golpe de matemáticas y sin hacer un solo experimento, Einstein se cargó todos los postulados científicos básicos del siglo XIX. El tiempo no es un valor absoluto idéntico para cada reloj, sino un valor relativo que depende del movimiento del reloj. El espacio no está lleno de un éter que represente un sistema básico de referencia, más bien al contrario, todas las medidas dependen del movimiento relativo del observador.
Einstein amplió su teoría de la relatividad para explicar la fuerza gravitatoria en la llamada teoría de la relatividad general. Según esta teoría, la masa de una estrella curva el espacio-tiempo y determina desde el movimiento de los planetas hasta la trayectoria de la luz. El eclipse de sol de 1919 confirmó que la luz de una remota estrella se había curvado tal y como Einstein decía y le llegó la fama. Desde entonces, innumerables experimentos han confirmado las predicciones más inverosímiles de la relatividad: Si un automóvil viaja a 100 Km. por hora en sentido contrario de otro que va a 80 Km. por hora, su velocidad relativa es de 180 Km. por hora. Sin embargo, la velocidad relativa de la luz de sus faros no es mayor que la velocidad de la luz.
La única velocidad absoluta verificable es la de la luz, aunque tal velocidad sea físicamente inalcanzable para cualquier observador. El número de la realidad es pues 299.792.458, la velocidad a la que viaja la luz: 299.792.458 Km/s. Un número tan propio como lo es el 273,15ºC del cero absoluto. La velocidad de la luz es constante e insuperable para cualquier fenómeno real, como lo es el cero absoluto, límite inferior de todas las temperaturas. La luz es el elemento más rápido de la realidad que vivimos, se puede acelerar cualquier cuerpo, pero no se puede acelerar la luz. Según esto, si la velocidad máxima es finita, los relojes de dos observadores con velocidad v relativa entre sí no pueden sincronizarse instantáneamente, ya que instantáneo significa velocidad infinita. Es decir, dos sucesos en dos lugares distintos del espacio que son simultáneos para un observador no lo son en general para el otro, y viceversa. La simultaneidad es relativa, y también lo es el tiempo.
Al renunciar a una intuición directa del espacio y del tiempo, que sólo funciona en el estrecho reducto de nuestra actividad cotidiana, Einstein logró una nueva intuición del espacio y del tiempo universalmente válida, que funciona sin excepciones en cada rincón de la gran ciencia. Su la teoría de la relatividad impregna la física experimental y teórica y fue aceptada por la comunidad científica antes de realizarse las primeras confirmaciones, corre el riesgo de ser desmentida por la realidad y, si esto ocurre algún día, habrá que empezar de nuevo.
A golpe de matemáticas y sin hacer un solo experimento, Einstein se cargó todos los postulados científicos básicos del siglo XIX. El tiempo no es un valor absoluto idéntico para cada reloj, sino un valor relativo que depende del movimiento del reloj. El espacio no está lleno de un éter que represente un sistema básico de referencia, más bien al contrario, todas las medidas dependen del movimiento relativo del observador.
Einstein amplió su teoría de la relatividad para explicar la fuerza gravitatoria en la llamada teoría de la relatividad general. Según esta teoría, la masa de una estrella curva el espacio-tiempo y determina desde el movimiento de los planetas hasta la trayectoria de la luz. El eclipse de sol de 1919 confirmó que la luz de una remota estrella se había curvado tal y como Einstein decía y le llegó la fama. Desde entonces, innumerables experimentos han confirmado las predicciones más inverosímiles de la relatividad: Si un automóvil viaja a 100 Km. por hora en sentido contrario de otro que va a 80 Km. por hora, su velocidad relativa es de 180 Km. por hora. Sin embargo, la velocidad relativa de la luz de sus faros no es mayor que la velocidad de la luz.
La única velocidad absoluta verificable es la de la luz, aunque tal velocidad sea físicamente inalcanzable para cualquier observador. El número de la realidad es pues 299.792.458, la velocidad a la que viaja la luz: 299.792.458 Km/s. Un número tan propio como lo es el 273,15ºC del cero absoluto. La velocidad de la luz es constante e insuperable para cualquier fenómeno real, como lo es el cero absoluto, límite inferior de todas las temperaturas. La luz es el elemento más rápido de la realidad que vivimos, se puede acelerar cualquier cuerpo, pero no se puede acelerar la luz. Según esto, si la velocidad máxima es finita, los relojes de dos observadores con velocidad v relativa entre sí no pueden sincronizarse instantáneamente, ya que instantáneo significa velocidad infinita. Es decir, dos sucesos en dos lugares distintos del espacio que son simultáneos para un observador no lo son en general para el otro, y viceversa. La simultaneidad es relativa, y también lo es el tiempo.
Al renunciar a una intuición directa del espacio y del tiempo, que sólo funciona en el estrecho reducto de nuestra actividad cotidiana, Einstein logró una nueva intuición del espacio y del tiempo universalmente válida, que funciona sin excepciones en cada rincón de la gran ciencia. Su la teoría de la relatividad impregna la física experimental y teórica y fue aceptada por la comunidad científica antes de realizarse las primeras confirmaciones, corre el riesgo de ser desmentida por la realidad y, si esto ocurre algún día, habrá que empezar de nuevo.
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