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Cierzo

Augures

El hombre necesita saber a qué atenerse respecto a su futuro. Ya en el mundo antiguo destaca la figura del augur, ministro de la religión que practicaba oficialmente la adivinación, equivalente en Roma a la pitonisa del mundo griego que ejercía de oráculo en Delfos, cerca del Parnaso, desde el que recibía la inspiración de las musas. Los augures son el antecedente inmediato más importante de lo que va a constituir la astrología en la Edad Media, con la diferencia de que la mediación entre el cielo y la tierra la realizan aquí las aves, y no los astros. El ave tiene connotaciones sagradas y hasta místicas, provenientes en primer lugar de su facultad para volar. El hombre siempre tuvo ese anhelo y desde el primer día le sorprendió la capacidad que tenían las aves para desafiar la gravedad, lo que les permitía acercarse al cielo. Sin duda, las aves están más próximas a los dioses y eso las convirtió ipso facto en mensajeros celestes; más tarde se llegó a decir que eran encarnación de los ángeles y en la literatura mística se equiparó el éxtasis a un vuelo del alma.

La connotación simbólica del ave ha llegado hasta nuestros días, oponiéndose, como "reina del cielo", a la serpiente, símbolo del mundo terrestre y encarnación del mal. El ave es luz y vuela hacia la luz, mientras la serpiente vive en el mundo de las tinieblas, y bien sabido es como la polaridad luz-tinieblas orienta la vida humana en su conjunto. Pero esta dimensión simbólica era vivida como algo real por los romanos y el problema estaba en poseer las dotes precisas para leer el mensaje transmitido por estos seres alados, lo que estaba reservado a los augures, caracterizados por su capacidad de interpretación y, en consecuencia, de adivinación del porvenir. El don de augurar, es, pues, el de pronosticar o presagiar el futuro por la observación de las aves. Esta observación se realizaba de muy diversas maneras. El canto y el vuelo eran motivos de especulación muy concienzuda. No es lo mismo que cante el ruiseñor o que lo haga la grulla, ni que lo haga el jilguero o el gavilán; tampoco es lo mismo la hora en que canten o la forma en que lo hagan. Algo parecido ocurre con el vuelo; no es lo mismo el vuelo cíclico sobre un punto, que el lanzamiento vertical hacia el cielo, ni el que lo haga solo o en compañía; no es lo mismo cantar desde la rama de un árbol que hacerlo desde el alféizar de la ventana. Desde luego, no es indiferente la forma de comer del pájaro ni tampoco su color, el cuervo negro, el cisne blanco o el fénix rojo poseen una simbología muy definida respecto a las pulsiones psíquicas que implica cada uno de ellos.

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