Telebasura
Una buena parte de la programación televisiva se distingue por unos contenidos bochornosos, adobados con gritos e insultos de grueso calibre. Cotilleos sobre famosos, culebrones y casquería pura entretienen a millones de televidentes cada tarde. Hasta tal punto ha llegado la degradación que el Gobierno ha decidido crear un Consejo Audiovisual encargado de vigilar el sector y controlar las emisiones. Se pretende hacer cumplir la ley de Televisión Sin Fronteras, aprobada en 1999, que prohíbe la emisión de programas que puedan perjudicar el desarrollo físico, mental o moral de los menores entre las 6.00 y las 22.00 horas. Aunque no siempre se cumple, la ley también obliga a señalizar con símbolos acústicos y ópticos la programación, incluidas las películas.
Las reacciones a favor y en contra no han tardado en producirse. Asociaciones de telespectadores, tema aparte son los estamentos religiosos que las promueven y financian, lanzan apocalípticos comunicados sobre los males que se avecinan de continuar por este camino. Otros activistas contra la basura televisiva proponen la celebración anual del Día sin televisión como señal de protesta. Los directivos de las cadenas defienden sus intereses mercantiles, porque no hay que olvidar que la televisión comercial es un negocio destinado a vender contactos publicitarios. Arguyen que en España se hace "una gran televisión" y que los padres son los responsables de lo que ven sus hijos. Y los defensores de la libertad se niegan a admitir que el Gobierno instaure una censura que restrinja los contenidos de los programas. Entre tanto, millones de personas se tragan lo que les echen sin rechistar, devorando con avidez enfermiza los líos de faldas del torero de moda, el culebrón que cuenta la historia de una joven de 13 años drogada y violada en un pueblecito de México a la que se acusa de un crimen que no cometió o los resúmenes de Gran Hermano.
En mi opinión, el mejor consejo audiovisual es el sentido común del espectador. Si no nos gusta la oferta televisiva, no estamos obligados a verla. Por si hay alguien que aún no se ha enterado, el televisor dispone de un interruptor que permite desconectarlo cuando te da la gana.
Las reacciones a favor y en contra no han tardado en producirse. Asociaciones de telespectadores, tema aparte son los estamentos religiosos que las promueven y financian, lanzan apocalípticos comunicados sobre los males que se avecinan de continuar por este camino. Otros activistas contra la basura televisiva proponen la celebración anual del Día sin televisión como señal de protesta. Los directivos de las cadenas defienden sus intereses mercantiles, porque no hay que olvidar que la televisión comercial es un negocio destinado a vender contactos publicitarios. Arguyen que en España se hace "una gran televisión" y que los padres son los responsables de lo que ven sus hijos. Y los defensores de la libertad se niegan a admitir que el Gobierno instaure una censura que restrinja los contenidos de los programas. Entre tanto, millones de personas se tragan lo que les echen sin rechistar, devorando con avidez enfermiza los líos de faldas del torero de moda, el culebrón que cuenta la historia de una joven de 13 años drogada y violada en un pueblecito de México a la que se acusa de un crimen que no cometió o los resúmenes de Gran Hermano.
En mi opinión, el mejor consejo audiovisual es el sentido común del espectador. Si no nos gusta la oferta televisiva, no estamos obligados a verla. Por si hay alguien que aún no se ha enterado, el televisor dispone de un interruptor que permite desconectarlo cuando te da la gana.
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