Ayuda "humanitaria"
El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los refugiados y la ONG Save the Children han recogido cientos de testimonios de niñas menores refugiadas que explican los abusos sexuales que sufren por parte de trabajadores de ONGs occidentales y de las fuerzas de paz de Naciones Unidas.
A cambio de un kilo de arroz, o incluso a cambio de una galleta, se pueden obtener los favores sexuales de una niña, tal es el estado de necesidad que los refugiados sufren en países como Sierra Leona, Liberia o Guinea. Una mujer guineana afirma que en su campo nadie puede tener acceso a la comida sin antes tener relaciones sexuales y que cuando alguien ve a una mujer portando comida ya se sabe cómo la ha obtenido. Los cascos azules son los que mejor pagan, llegando a ofrecer hasta 350, paga uno y luego todo un grupo abusa de la misma niña.
La miseria y la falta de alimentos obliga a las refugiadas a permitir los abusos sexuales, convirtiéndose la prostitución en el único medio de supervivencia en los campos. Esta vergonzosa situación no es nueva, ya en 1996 la ONU acusó a sus cascos azules de violar y entregar niñas a la prostitución en África. Lejos de solucionarse, el problema se ha agravado, arraigando esta indeseable costumbre entre los trabajadores humanitarios, que puestos a elegir las prefieren muy jóvenes y vírgenes.
Deben tomarse medidas inmediatas para que hechos tan execrables cesen de una vez por todas. Deben garantizarse la seguridad y los alimentos en los campos de refugiados. Deben establecerse mecanismos para que las niñas puedan denunciar a sus violadores y que éstos no queden impunes. Deben ofrecerse garantías sanitarias para evitar los numerosos embarazos no deseados y las enfermedades. Debe hacerse algo más por esos miles de personas que se hallan en condiciones deplorables, algo que no sea enviarles ese tipo de "generosa ayuda humanitaria".
A cambio de un kilo de arroz, o incluso a cambio de una galleta, se pueden obtener los favores sexuales de una niña, tal es el estado de necesidad que los refugiados sufren en países como Sierra Leona, Liberia o Guinea. Una mujer guineana afirma que en su campo nadie puede tener acceso a la comida sin antes tener relaciones sexuales y que cuando alguien ve a una mujer portando comida ya se sabe cómo la ha obtenido. Los cascos azules son los que mejor pagan, llegando a ofrecer hasta 350, paga uno y luego todo un grupo abusa de la misma niña.
La miseria y la falta de alimentos obliga a las refugiadas a permitir los abusos sexuales, convirtiéndose la prostitución en el único medio de supervivencia en los campos. Esta vergonzosa situación no es nueva, ya en 1996 la ONU acusó a sus cascos azules de violar y entregar niñas a la prostitución en África. Lejos de solucionarse, el problema se ha agravado, arraigando esta indeseable costumbre entre los trabajadores humanitarios, que puestos a elegir las prefieren muy jóvenes y vírgenes.
Deben tomarse medidas inmediatas para que hechos tan execrables cesen de una vez por todas. Deben garantizarse la seguridad y los alimentos en los campos de refugiados. Deben establecerse mecanismos para que las niñas puedan denunciar a sus violadores y que éstos no queden impunes. Deben ofrecerse garantías sanitarias para evitar los numerosos embarazos no deseados y las enfermedades. Debe hacerse algo más por esos miles de personas que se hallan en condiciones deplorables, algo que no sea enviarles ese tipo de "generosa ayuda humanitaria".
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