Reflexiones sobre la actualidad
No solo me inquieta el resurgir del macartismo, pues hay algo más preocupante y misterioso: el hecho de que una política inteligente de la extrema derecha sea capaz de provocar el terror y de crear una nueva realidad subjetiva, una verdadera mística que ha ido adquiriendo resonancia sagrada. Lo que realmente me sorprende es que una causa lamentable y prosaica como la guerra contra el terrorismo, llevada adelante por hombres tan manifiestamente ridículos, pueda paralizar el pensamiento mismo y, peor aún, provocar una marejada tan persuasiva de sentimientos viscerales en la gente. En Estados Unidos es como si todo el país hubiera nacido de nuevo tras el 11 de septiembre de 2001, sin siquiera un recuerdo de algunas decencias elementales que un año o dos antes nadie hubiera imaginado que pudieran alterarse, por no decir olvidarse.
El miedo extendiéndose como una mancha de aceite sin fin que alcanza ya a todos los países, el terror alimentando el sentido de autoconservación y la necesidad de aferrarse a algo, la sumisión social, una nueva religiosidad, una piedad oficial que no se puede conciliar con la libre iconoclastia del pasado de un pueblo.
Todos los meses se crean nuevos pecados que hasta ahora no habían sido considerados específicamente como pecados, y resulta singular lo rápido que son aceptados por la nueva ortodoxia como si hubieran existido desde el principio de los tiempos.
De entre todos los horrores, veo cómo la conciencia ya no es un asunto privado, es una cuestión de administración estatal. Veo a los hombres poner su conciencia en manos de otros y, además, agradecerles la oportunidad de poder hacerlo.
El concepto de unidad, en el que lo positivo y lo negativo son atributos de la misma fuerza, en el que el bien y el mal son relativos, eternamente cambiantes y siempre unidos al mismo fenómeno, continúa reservado a las ciencias físicas y a los pocos que han captado la historia de las ideas. Cuando asistimos a la generalizada, continua y metódica inculcación de la inutilidad del hombre hasta su redención-, puede hacerse evidente la necesidad del Diablo como arma ideada y utilizada una y otra vez, en toda época, para obligar a los hombres a someterse a una determinada iglesia o estado-iglesia.
Nuestra dificultad para creer a cambio de una palabra mejor- en la inspiración política del Diablo, se debe en gran parte al hecho de que él es invocado y condenado no solo por nuestros antagonistas sociales sino por nuestro propio sector, cualquiera que sea éste.
A la oposición política se le da un baño de inhumanidad que justifica entonces la abrogación de todos los hábitos normalmente aplicados en las relaciones civilizadas. La norma política es igualada con el derecho moral y la oposición a aquélla, con malevolencia diabólica. Una vez que tal ecuación se hace efectiva, la sociedad se convierte en un cúmulo de conspiraciones y contraconspiraciones y el principal papel del gobierno cambia para transformarse de árbitro en azote de Dios.
Pero cuando el satanismo crece, las acciones son las manifestaciones menos importantes de la verdadera naturaleza del hombre. El Diablo es astuto y, hasta una hora antes de caer, Dios mismo lo consideró hermoso en el cielo.
El miedo extendiéndose como una mancha de aceite sin fin que alcanza ya a todos los países, el terror alimentando el sentido de autoconservación y la necesidad de aferrarse a algo, la sumisión social, una nueva religiosidad, una piedad oficial que no se puede conciliar con la libre iconoclastia del pasado de un pueblo.
Todos los meses se crean nuevos pecados que hasta ahora no habían sido considerados específicamente como pecados, y resulta singular lo rápido que son aceptados por la nueva ortodoxia como si hubieran existido desde el principio de los tiempos.
De entre todos los horrores, veo cómo la conciencia ya no es un asunto privado, es una cuestión de administración estatal. Veo a los hombres poner su conciencia en manos de otros y, además, agradecerles la oportunidad de poder hacerlo.
El concepto de unidad, en el que lo positivo y lo negativo son atributos de la misma fuerza, en el que el bien y el mal son relativos, eternamente cambiantes y siempre unidos al mismo fenómeno, continúa reservado a las ciencias físicas y a los pocos que han captado la historia de las ideas. Cuando asistimos a la generalizada, continua y metódica inculcación de la inutilidad del hombre hasta su redención-, puede hacerse evidente la necesidad del Diablo como arma ideada y utilizada una y otra vez, en toda época, para obligar a los hombres a someterse a una determinada iglesia o estado-iglesia.
Nuestra dificultad para creer a cambio de una palabra mejor- en la inspiración política del Diablo, se debe en gran parte al hecho de que él es invocado y condenado no solo por nuestros antagonistas sociales sino por nuestro propio sector, cualquiera que sea éste.
A la oposición política se le da un baño de inhumanidad que justifica entonces la abrogación de todos los hábitos normalmente aplicados en las relaciones civilizadas. La norma política es igualada con el derecho moral y la oposición a aquélla, con malevolencia diabólica. Una vez que tal ecuación se hace efectiva, la sociedad se convierte en un cúmulo de conspiraciones y contraconspiraciones y el principal papel del gobierno cambia para transformarse de árbitro en azote de Dios.
Pero cuando el satanismo crece, las acciones son las manifestaciones menos importantes de la verdadera naturaleza del hombre. El Diablo es astuto y, hasta una hora antes de caer, Dios mismo lo consideró hermoso en el cielo.
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