Resiliencia literaria
Se llama resiliencia y es la capacidad del ser humano para restañar sus heridas emocionales y seguir viviendo, pese a todo.
Una infancia infeliz no determina la vida. La orfandad, el abandono, los abusos sexuales, la violencia, la explotación laboral, el hambre, la tortura psicológica... Se puede superar la infelicidad, se puede sobrevivir a una infancia terrible.
Existen dos malas estrategias: olvidar y recordar. Si olvidamos, reprimimos emociones y el trauma aflora en el momento menos pensado. Si recordamos, somos prisioneros del pasado, unas víctimas de por vida. Los traumas deben integrarse en la persona, se han de metabolizar, y una buena terapia es expresarlos, no callarlos.
Son muchos los escritores que han utilizado la literatura para desarrollar su personal resiliencia, es una forma de recuperar la voz, de retomar el desarrollo emocional, de no morir por dentro. La literatura ha resucitado a numerosos muertos vivientes: Henry James, Christopher Frank, Günter Grass, Baudelaire, Charles Bukowski, Norman Mailer... a estos y a otros, porque para ser resiliente es preciso haber sentido estar muerto. Es el caso paradigmático de Kafka, que escribió cuentos memorables compuestos desde el odio, algunas de sus obras tienen el esqueleto calcificado por el odio, es un odio que apenas se ve, pero sin el cual Kafka no se hubiera muerto de cáncer a los cuarenta y dos años de edad, sino que se habría suicidado a los veintiocho.
La obra de Kafka es un ejercicio de catarsis, de resiliencia. Alguna vez ha empleado el procedimiento del odio para ganar brutalmente en las últimas líneas de un relato, pero, por lo general, su combate es del estilista: va golpeando con lento ensañamiento, desmoronando al adversario no con urgencia sino con placer, morosamente, de un modo sádico, sistemático, casi mimoso y, al final, el adversario está derrumbado, y él, el victorioso, se vuelve de espaldas con pudor, para que nadie vea que la tristeza del combate, la tristeza de la victoria, la tristeza de la vida, le ha dejado en las mejillas unas lágrimas indignadas e infortunadas.
Si hacemos una lectura psicológica de cualquier obra, descubriremos aspectos reveladores de la personalidad de su autor y podremos comprobar hasta qué punto la literatura le sirve de terapia, pues son numerosísimos los escritores que vuelven a "vivir" gracias a un ejercicio de resiliencia literaria. Hemingway lo confesó abiertamente: "Mi psicoanalista es mi máquina de escribir".
Una infancia infeliz no determina la vida. La orfandad, el abandono, los abusos sexuales, la violencia, la explotación laboral, el hambre, la tortura psicológica... Se puede superar la infelicidad, se puede sobrevivir a una infancia terrible.
Existen dos malas estrategias: olvidar y recordar. Si olvidamos, reprimimos emociones y el trauma aflora en el momento menos pensado. Si recordamos, somos prisioneros del pasado, unas víctimas de por vida. Los traumas deben integrarse en la persona, se han de metabolizar, y una buena terapia es expresarlos, no callarlos.
Son muchos los escritores que han utilizado la literatura para desarrollar su personal resiliencia, es una forma de recuperar la voz, de retomar el desarrollo emocional, de no morir por dentro. La literatura ha resucitado a numerosos muertos vivientes: Henry James, Christopher Frank, Günter Grass, Baudelaire, Charles Bukowski, Norman Mailer... a estos y a otros, porque para ser resiliente es preciso haber sentido estar muerto. Es el caso paradigmático de Kafka, que escribió cuentos memorables compuestos desde el odio, algunas de sus obras tienen el esqueleto calcificado por el odio, es un odio que apenas se ve, pero sin el cual Kafka no se hubiera muerto de cáncer a los cuarenta y dos años de edad, sino que se habría suicidado a los veintiocho.
La obra de Kafka es un ejercicio de catarsis, de resiliencia. Alguna vez ha empleado el procedimiento del odio para ganar brutalmente en las últimas líneas de un relato, pero, por lo general, su combate es del estilista: va golpeando con lento ensañamiento, desmoronando al adversario no con urgencia sino con placer, morosamente, de un modo sádico, sistemático, casi mimoso y, al final, el adversario está derrumbado, y él, el victorioso, se vuelve de espaldas con pudor, para que nadie vea que la tristeza del combate, la tristeza de la victoria, la tristeza de la vida, le ha dejado en las mejillas unas lágrimas indignadas e infortunadas.
Si hacemos una lectura psicológica de cualquier obra, descubriremos aspectos reveladores de la personalidad de su autor y podremos comprobar hasta qué punto la literatura le sirve de terapia, pues son numerosísimos los escritores que vuelven a "vivir" gracias a un ejercicio de resiliencia literaria. Hemingway lo confesó abiertamente: "Mi psicoanalista es mi máquina de escribir".
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