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Cierzo

El hombre es bueno

El hombre es bueno La teoría naturalista de Rousseau de que "el hombre es bueno por naturaleza, es la sociedad la que lo corrompe", surgió en el siglo XVIII a tenor de unas circunstancias culturales y políticas concretas que se vivían en la época y en las que se intentaba combinar el imperativo kantiano con la inclinación natural: "la personalidad libre debe desarrollarse", fue una de las máximas vigentes en aquel tiempo. Todo ser se reduce a una fuerza espiritual eterna (el yo) que se desenvuelve libremente en los actos subjetivos y en la cual el hombre puede elevarse espiritualmente.

De estas ideas, del liberalismo basado en el "Contrato social" de Rousseau, del derecho natural que propugnaban los ilustrados Locke y Montesquieu y afirmaba la Revolución Francesa, surge la confianza en el progreso de la razón, se promueven las libertades individuales, la igualdad jurídica, el estado constitucional, la libertad económica, los derechos de la mayoría, el sufragio universal, la distribución más justa de la propiedad...
Sin duda, "El Siglo de las Luces" fue una etapa dorada en la historia de la humanidad.

Lástima que la realidad, con evidencia reiterada, nos demuestre a diario que si la sociedad es corrupta, lo es porque los hombres que la forman son corruptos o corrompibles, capaces de cometer los actos más sublimes y también las más monstruosas aberraciones. Como muestra, citaré únicamente las absurdas y evitables guerras que a lo largo de los años vienen sacando de madre a la bestia que todos llevamos agazapada en nuestro interior.

El Bien y el Mal son conceptos abstractos y relativos que fluctúan constantemente en el ser humano. El hombre ideal sería un hombre bueno. Todos sabemos lo que esto significa, pero no sabemos explicarlo, pues se trata de una de esas palabras básicas, primordiales, que lo explican todo y no admiten explicación. O bueno o malo, dicen los maniqueos. Tesis o antítesis, dicen los dialécticos. Ni esto ni aquello, pienso yo, que sé que todas las tesis y antítesis no pasan de ser puras hipótesis, productos mentales, fruto de nuestra tendencia a simplificar y exagerar.

Si yo tuviera que clasificar a los seres humanos, los dividiría en buenos, malos y regulares, nacidos en Francia, fontaneros, reyes, amables, ignorantes, etc. Pero si me viera obligada a resumir, dividiría a los hombres en dos grandes apartados: inclasificables y de difícil clasificación. Todos somos tan distintos y tan semejantes que no hay dios que nos juzgue y nos clasifique. Aparecimos en el planeta a principios del Pleistoceno y todavía no sabemos nada de nosotros mismos, por eso creo que deberíamos ser más comprensivos y menos jueces.

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