Invirtiendo el enfoque
Invirtiendo el enfoque freudiano que afirma que las neurosis femeninas surgen de la frustración que origina la ausencia de pene, podemos preguntarnos si los hombres no se sienten frustrados ante su incapacidad de gestar un hijo. ¿No será la envidia de la maternidad un complejo más antiguo y arraigado que esa absurda envidia del pene? Porque existen pruebas.
El hombre ha tenido miedo de la singularidad femenina: de la menstruación, de la capacidad intuitiva y del conocimiento innato de la mujer, miedo también del deseo incontrolable que provocan sus curvas y le deja a merced de sus encantos sexuales, y de esos órganos reproductores escondidos y misteriosos que le provocan las más terribles fantasías.
Los indios americanos asustaban a sus hijos con historias de vaginas asesinas dispuestas a arrancar el miembro viril con la fuerza de sus dientes afilados. Los médicos del antiguo Egipto creían que el útero femenino se desplazaba por el interior del cuerpo de la mujer produciendo un trastorno emocional que luego los griegos denominarían histeria y que, según ellos, estaba asociado a la falta de relaciones sexuales.
¿No tendrá envidia el hombre de ese vínculo único que nace entre una madre y su hijo desde la concepción? ¿No será por envidia, por miedo a la propia inferioridad, por lo que el hombre se ha empeñado en demostrar la inferioridad de la mujer?
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