Shakespeare, el genio
¿Alguien busca lírica pura? Ahí están las canciones de Los dos caballeros de Verona. ¿Acaso gustaría más de unos preciosos sonetos? Tiene ciento cincuenta para elegir. ¿Prefiere conmoverse con una tragedia o quizás disfrutar de una excelente comedia? Hay treinta y seis obras espléndidas para deleitarse con la literatura más brillante: la que Shakespeare nos legó.
Pero Shakespeare no fue sólo un creador de poesía, fue, eminentemente, un creador de personajes, y en esto ningún otro literato puede comparársele. Nadie como él ha sabido crear hombres y mujeres nobles, viles, orgullosos, humildes, alegres, trágicos... y es que la clave de que los personajes de Shakespeare aún mantengan plena vigencia es que están dotados de una perfecta psicología que los hace próximos, reales.
Un buen dramaturgo es aquel que sabe meterse dentro de la piel de sus criaturas de ficción y recrear un mundo rico, veraz y fascinante; es, asimismo, capaz de explicar, y todavía más, de hacer experimentar al lector los sentimientos de los seres más contradictorios y extraños, y mostrarnos el origen de sus conductas; es, en definitiva, un gran y verdadero psicólogo. Y no hay mejor psicólogo que Shakespeare.
Descritos por cualquier otro autor, los personajes no son sino palabras, sin embargo, los personajes de Shakespeare son poesía, viven, por eso nos emocionan como pocos lo hacen. Ven, dulce noche; ven noche amante y sombría, tráeme a mi Romeo; y cuando él muera, córtalo en estrellas diminutas, y volverá tan bella la bóveda celeste que el mundo entero se enamorará de la noche, dice Julieta apasionada. Oh, mi buen Horacio, qué nefasta memoria quedará de mi nombre, si estos hechos no son bien conocidos: si alguna vez me amaste, apártate algún tiempo de la felicidad, y en este mundo cruel, extrae del dolor la fuerza suficiente para contar mi historia, pide Hamlet a su amigo. Mirad, mujeres mías: la corona del mundo se ha fundido. ¡Mi señor! ¡Oh! El laurel de la guerra está marchito, ha caído la estrella polar de los soldados: las adolescentes se igualan con los hombres, los mejores se han ido, y no queda ya nada que merezca la pena bajo el impulso de la luna, clama Cleopatra. La lista podría ser mucho más extensa, pues Shakespeare logró reunir un nutrido elenco de retratos humanos: Ricardo II, Ricardo III, Enrique V, Lear, Otelo, Yago, Falstaff, Bruto, Cordelia, Desdémona, Beatriz, lady Macbeth...
Leemos a Shakespeare porque sus obras están impregnadas de su esencia, del hombre que él fue, de su sabiduría, de su ingenio, de su cordura, de su equidad, de su alegría. Y leemos a Shakespeare porque siete años después de su muerte sus amigos Heminge y Condell terminaron la tarea que él les había encomendado: la publicación de sus obras en un solo volumen. Sacaron los valiosos manuscritos del depósito de los Hombres del Rey (nombre de su compañía teatral) y buenas copias y las imprimieron en una edición in folio. Gracias al esfuerzo de estos dos hombres se recuperaron Noche de Reyes, Macbeth, Antonio y Cleopatra y La tempestad; y no desaparecieron Enrique V y otras tres obras más, de las que nos habrían quedado unas versiones mutiladas.
En el monumento funerario de Shakespeare en la iglesia de la Santísima Trinidad se dice de él: Un Néstor en el juicio, un Sócrates por su genio, y en el arte un Virgilio. La tierra le cubre, la gente le llora. Ya pertenece al Olimpo. Es una excelente definición para un hombre que consagró su vida a la literatura y al teatro, para un alquimista de la palabra.
Pero Shakespeare no fue sólo un creador de poesía, fue, eminentemente, un creador de personajes, y en esto ningún otro literato puede comparársele. Nadie como él ha sabido crear hombres y mujeres nobles, viles, orgullosos, humildes, alegres, trágicos... y es que la clave de que los personajes de Shakespeare aún mantengan plena vigencia es que están dotados de una perfecta psicología que los hace próximos, reales.
Un buen dramaturgo es aquel que sabe meterse dentro de la piel de sus criaturas de ficción y recrear un mundo rico, veraz y fascinante; es, asimismo, capaz de explicar, y todavía más, de hacer experimentar al lector los sentimientos de los seres más contradictorios y extraños, y mostrarnos el origen de sus conductas; es, en definitiva, un gran y verdadero psicólogo. Y no hay mejor psicólogo que Shakespeare.
Descritos por cualquier otro autor, los personajes no son sino palabras, sin embargo, los personajes de Shakespeare son poesía, viven, por eso nos emocionan como pocos lo hacen. Ven, dulce noche; ven noche amante y sombría, tráeme a mi Romeo; y cuando él muera, córtalo en estrellas diminutas, y volverá tan bella la bóveda celeste que el mundo entero se enamorará de la noche, dice Julieta apasionada. Oh, mi buen Horacio, qué nefasta memoria quedará de mi nombre, si estos hechos no son bien conocidos: si alguna vez me amaste, apártate algún tiempo de la felicidad, y en este mundo cruel, extrae del dolor la fuerza suficiente para contar mi historia, pide Hamlet a su amigo. Mirad, mujeres mías: la corona del mundo se ha fundido. ¡Mi señor! ¡Oh! El laurel de la guerra está marchito, ha caído la estrella polar de los soldados: las adolescentes se igualan con los hombres, los mejores se han ido, y no queda ya nada que merezca la pena bajo el impulso de la luna, clama Cleopatra. La lista podría ser mucho más extensa, pues Shakespeare logró reunir un nutrido elenco de retratos humanos: Ricardo II, Ricardo III, Enrique V, Lear, Otelo, Yago, Falstaff, Bruto, Cordelia, Desdémona, Beatriz, lady Macbeth...
Leemos a Shakespeare porque sus obras están impregnadas de su esencia, del hombre que él fue, de su sabiduría, de su ingenio, de su cordura, de su equidad, de su alegría. Y leemos a Shakespeare porque siete años después de su muerte sus amigos Heminge y Condell terminaron la tarea que él les había encomendado: la publicación de sus obras en un solo volumen. Sacaron los valiosos manuscritos del depósito de los Hombres del Rey (nombre de su compañía teatral) y buenas copias y las imprimieron en una edición in folio. Gracias al esfuerzo de estos dos hombres se recuperaron Noche de Reyes, Macbeth, Antonio y Cleopatra y La tempestad; y no desaparecieron Enrique V y otras tres obras más, de las que nos habrían quedado unas versiones mutiladas.
En el monumento funerario de Shakespeare en la iglesia de la Santísima Trinidad se dice de él: Un Néstor en el juicio, un Sócrates por su genio, y en el arte un Virgilio. La tierra le cubre, la gente le llora. Ya pertenece al Olimpo. Es una excelente definición para un hombre que consagró su vida a la literatura y al teatro, para un alquimista de la palabra.
0 comentarios