El globo globalizado
Lejos de armonizar el mundo, la globalización lo ha fracturado en mil pedazos y se ha convertido en una cruz para los países subdesarrollados.
El modelo de economía neoliberal, potenciado y expandido por la globalización de su doctrina, fractura lo que toca. Fractura la política, el tejido social, las economías regionales, los países, el mercado y las condiciones laborales, las ciudades, la educación. Lo alarmante es que cada una de estas fracturas provoca una desigualdad atroz y creciente. Sin embargo, hoy en día, muchos de los teóricos positivistas de la globalización siguen hablando del mundo con el concepto de Marshall Mc Luhan de "aldea global". El eufemismo, como toda artimaña retórica, resulta poderoso y convincente puesto que una aldea remite a un imaginario de armonía, de justicia, de paz, de igualdad, de familia, de unidad, y sobre todo, de bienestar. Pero basta con mirar un poquito a nuestros vecinos del Norte para descubrir que el mundo está en las antípodas de ser una aldea, a no ser que sea una aldea africana o latinoamericana, en la que todos seguimos siendo esclavos de los mismos jefes de siempre.
Los pregoneros del libertinaje económico se han lanzado con toda su furia a convencer a los gobiernos sobre las virtudes de aplicar el modelo neoliberal. Y no importa si se trata de sociedades tan disímiles como las de Rumanía, Filipinas o Bolivia, todos deben hacer lo mismo, la receta es una sola: ajuste fiscal, privatización indiscriminada, apertura total del mercado interno, libertad a los movimientos de capital especulativo, reducción del estado, pago de los intereses de la deuda, desregulación del capital y del trabajo.
Esto lleva a que todas las sociedades se parezcan cada vez más, y a que los partidos políticos no se diferencien. A los partidos políticos sólo les queda el rol de legitimar frente al pueblo los paquetes de medidas que ya vienen armadas desde los mercados de capitales, y como todos los países tienen un déficit en su capacidad de ahorro interno y necesitan atraer inversiones para cumplir con sus metas, deben adoptar una receta ortodoxa. La lógica capitalista global asemeja a todos los partidos políticos así ganan las elecciones. Esto explica el descreimiento que hay hacia la clase dirigente y la falta de esperanza en un cambio: se sabe que el verdadero poder no está en el gobierno de turno.
La tremenda injusticia que provoca la desigual distribución de la riqueza es la consecuencia natural y previsible de este tipo de economía, ahora llamada con el inofensivo nombre de "economía social de mercado". La búsqueda del máximo de ganancia en la menor cantidad de tiempo y en la mayor cantidad de países, la ausencia de marcos regulatorios que permitan defender la economía nacional, y la presión leonina sobre cualquier intento de independencia productiva, han favorecido la concentración obscena del capital. Porque es hora de decirlo: nunca el mundo fue tan desigual como ahora, nunca tantos tuvieron tan poco, nunca el capitalismo mostró tan impunemente su verdadero rostro.
El modelo de economía neoliberal, potenciado y expandido por la globalización de su doctrina, fractura lo que toca. Fractura la política, el tejido social, las economías regionales, los países, el mercado y las condiciones laborales, las ciudades, la educación. Lo alarmante es que cada una de estas fracturas provoca una desigualdad atroz y creciente. Sin embargo, hoy en día, muchos de los teóricos positivistas de la globalización siguen hablando del mundo con el concepto de Marshall Mc Luhan de "aldea global". El eufemismo, como toda artimaña retórica, resulta poderoso y convincente puesto que una aldea remite a un imaginario de armonía, de justicia, de paz, de igualdad, de familia, de unidad, y sobre todo, de bienestar. Pero basta con mirar un poquito a nuestros vecinos del Norte para descubrir que el mundo está en las antípodas de ser una aldea, a no ser que sea una aldea africana o latinoamericana, en la que todos seguimos siendo esclavos de los mismos jefes de siempre.
Los pregoneros del libertinaje económico se han lanzado con toda su furia a convencer a los gobiernos sobre las virtudes de aplicar el modelo neoliberal. Y no importa si se trata de sociedades tan disímiles como las de Rumanía, Filipinas o Bolivia, todos deben hacer lo mismo, la receta es una sola: ajuste fiscal, privatización indiscriminada, apertura total del mercado interno, libertad a los movimientos de capital especulativo, reducción del estado, pago de los intereses de la deuda, desregulación del capital y del trabajo.
Esto lleva a que todas las sociedades se parezcan cada vez más, y a que los partidos políticos no se diferencien. A los partidos políticos sólo les queda el rol de legitimar frente al pueblo los paquetes de medidas que ya vienen armadas desde los mercados de capitales, y como todos los países tienen un déficit en su capacidad de ahorro interno y necesitan atraer inversiones para cumplir con sus metas, deben adoptar una receta ortodoxa. La lógica capitalista global asemeja a todos los partidos políticos así ganan las elecciones. Esto explica el descreimiento que hay hacia la clase dirigente y la falta de esperanza en un cambio: se sabe que el verdadero poder no está en el gobierno de turno.
La tremenda injusticia que provoca la desigual distribución de la riqueza es la consecuencia natural y previsible de este tipo de economía, ahora llamada con el inofensivo nombre de "economía social de mercado". La búsqueda del máximo de ganancia en la menor cantidad de tiempo y en la mayor cantidad de países, la ausencia de marcos regulatorios que permitan defender la economía nacional, y la presión leonina sobre cualquier intento de independencia productiva, han favorecido la concentración obscena del capital. Porque es hora de decirlo: nunca el mundo fue tan desigual como ahora, nunca tantos tuvieron tan poco, nunca el capitalismo mostró tan impunemente su verdadero rostro.
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