Por qué la guerra
¿Por qué la guerra?, le pregunta Einstein a Freud. La respuesta es tremenda: "Porque la llevamos dentro desde antes de que estuviéramos erectos, porque el intento de sustituir el poder real -la fuerza- por el poder de las ideas, está condenado al fracaso.
Albert Einstein le escribió a Sigmund Freud desde Postdam, el 30 de julio de 1932. Estaba interesado en saber si existe alguna manera de librar a los hombres de la fatalidad de la guerra y Freud le respondió que a lo sumo "existe la posibilidad de frenar las ambiciones de aquellos que ven en la guerra, la fabricación y el negocio de las armas, una oportunidad de obtener ventajas personales, o sea, de ampliar la esfera de poder personal".
Freud no deja un resquicio para la esperanza de una paz posible. En su carta de respuesta a Einstein, fechada en Viena en septiembre de 1932, tras dos meses de reflexión, argumenta: "Los conflictos de intereses entre los seres humanos se solucionan mediante el recurso de la violencia. Así sucede en todo el reino animal del cual el hombre no habría de excluirse". "Se comete un error de cálculo si no se tiene en cuenta que el derecho fue originariamente la fuerza y que sigue sin poder renunciar al apoyo de la violencia". "El ser viviente protege en cierto modo su vida destruyendo la vida ajena". "La situación ideal sería naturalmente la de una comunidad de personas que hubiera sometido su vida pulsional a la dictadura de la razón. Ninguna otra cosa podría llevar a la unidad más completa y resistente aunque se debiera renunciar a establecer lazos afectivos entre ellos. Pero con toda probabilidad, esto es una esperanza utópica".
Freud nunca ha sido santo de mi devoción. En la facultad de Psicología intentaron convencerme de que era una especie de dios y que sus teorías eran dogmas de fe. Llegué a la conclusión personal de que Freud creó el psicoanálisis con la esperanza de poder curar sus neuras. Siempre he pensado que la fuerza conductora de la vida mental no es el instinto sexual. La ciencia de la conducta incluye la evolución de sistemas biológicos como el cerebro, más los pormenores culturales y la biografía personal. Una teoría psicológica construida sobre el modelo de la física o de la filosofía clásica es un anacronismo. Freud unió todos esos aspectos bajo el control de la sexualidad: el niño que quiere poseer a la madre o al padre, la envidia del pene y la castración; el dominio o la sumisión de quien penetra y quien es penetrado; los niños traumatizados por las relaciones sexuales de los padres. No voy a negar la sexualidad infantil, pero para que a Freud le cuadraran sus teorías sobre el proceso emocional entre adultos y niños tuvo que investir al niño de ideas innatas sobre el sexo y se vio forzado a abusar de nociones como represión y simbolismo inconsciente. Precisamente la inadecuada unificación del aparato mental bajo el control del instinto sexual le costó a Freud su credibilidad básica.
Cuestiones psicológicas aparte, en algo he de darle la razón a Freud, y es en sus argumentaciones sobre la guerra. Ojalá en esto también estuviera equivocado y, con tiempo y esfuerzo, el hombre consiguiera despojarse de una de sus peores lacras: ejercer la violencia más cruel y despiadada con sus semejantes.
Albert Einstein le escribió a Sigmund Freud desde Postdam, el 30 de julio de 1932. Estaba interesado en saber si existe alguna manera de librar a los hombres de la fatalidad de la guerra y Freud le respondió que a lo sumo "existe la posibilidad de frenar las ambiciones de aquellos que ven en la guerra, la fabricación y el negocio de las armas, una oportunidad de obtener ventajas personales, o sea, de ampliar la esfera de poder personal".
Freud no deja un resquicio para la esperanza de una paz posible. En su carta de respuesta a Einstein, fechada en Viena en septiembre de 1932, tras dos meses de reflexión, argumenta: "Los conflictos de intereses entre los seres humanos se solucionan mediante el recurso de la violencia. Así sucede en todo el reino animal del cual el hombre no habría de excluirse". "Se comete un error de cálculo si no se tiene en cuenta que el derecho fue originariamente la fuerza y que sigue sin poder renunciar al apoyo de la violencia". "El ser viviente protege en cierto modo su vida destruyendo la vida ajena". "La situación ideal sería naturalmente la de una comunidad de personas que hubiera sometido su vida pulsional a la dictadura de la razón. Ninguna otra cosa podría llevar a la unidad más completa y resistente aunque se debiera renunciar a establecer lazos afectivos entre ellos. Pero con toda probabilidad, esto es una esperanza utópica".
Freud nunca ha sido santo de mi devoción. En la facultad de Psicología intentaron convencerme de que era una especie de dios y que sus teorías eran dogmas de fe. Llegué a la conclusión personal de que Freud creó el psicoanálisis con la esperanza de poder curar sus neuras. Siempre he pensado que la fuerza conductora de la vida mental no es el instinto sexual. La ciencia de la conducta incluye la evolución de sistemas biológicos como el cerebro, más los pormenores culturales y la biografía personal. Una teoría psicológica construida sobre el modelo de la física o de la filosofía clásica es un anacronismo. Freud unió todos esos aspectos bajo el control de la sexualidad: el niño que quiere poseer a la madre o al padre, la envidia del pene y la castración; el dominio o la sumisión de quien penetra y quien es penetrado; los niños traumatizados por las relaciones sexuales de los padres. No voy a negar la sexualidad infantil, pero para que a Freud le cuadraran sus teorías sobre el proceso emocional entre adultos y niños tuvo que investir al niño de ideas innatas sobre el sexo y se vio forzado a abusar de nociones como represión y simbolismo inconsciente. Precisamente la inadecuada unificación del aparato mental bajo el control del instinto sexual le costó a Freud su credibilidad básica.
Cuestiones psicológicas aparte, en algo he de darle la razón a Freud, y es en sus argumentaciones sobre la guerra. Ojalá en esto también estuviera equivocado y, con tiempo y esfuerzo, el hombre consiguiera despojarse de una de sus peores lacras: ejercer la violencia más cruel y despiadada con sus semejantes.
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