Casus belli
El alcohol no sólo sirve para acompañar las comidas, sino para hacer olvidar al bebedor sin fondos que ese día no ha comido. Así también el humor tiene su lugar propio y natural tanto entre gente feliz como entre gente desgraciada. De acuerdo, ¿cómo hacer humor dignamente sobre la guerra, el hambre o la pobreza? Pero al mismo tiempo ¿cómo no advertir el absurdo que envuelve esas trágicas realidades? Para el humor, el tema del dolor ofrece campos vastísimos: nuestro empeño de huir de los sufrimientos inevitables y nuestra constante búsqueda de sufrimientos innecesarios. Si nos fijamos, tan ridícula resulta la persona que va corriendo por cubierta en dirección contraria a la que lleva el barco como aquella otra que no deja de presionar con la lengua el diente que le está doliendo.
Repito, ¿cómo no advertir ese gigantesco, formidable absurdo que es la guerra entre los humanos? No me refiero a ninguna guerra pasada o futura, sino a la actual, al estado de guerra permanente decretado en todo el mundo. Conocemos detalladamente el número de víctimas: cincuenta millones de personas mueren de hambre cada año, matanza que podría haberse evitado invirtiendo en alimentos sólo la vigésima parte de los gastos militares correspondientes al mismo periodo. Pero lo que aquí me interesa subrayar es el absurdo, la suma de absurdos que componen ese disparate total de un mundo en pie de guerra: a) el absurdo de un armamento que, antes de poder ser utilizado, tiene que abandonarse por anticuado, pues el mismo proceso de modernización industrial lo va dejando constantemente inservible; b) el absurdo aumenta cuando nos dicen que la finalidad de dicho armamento es puramente disuasoria, puramente teórica: su destino no es hacer la guerra, sino impedirla; c) el absurdo de haber acumulado un arsenal catorce veces inútil, ya que las armas que hoy existen podrían destruir por completo el planeta quince veces.
¿Acaso esta suma de despropósitos no representa una apoteosis del humor? Cualquiera con medio dedo de frente argumentaría así: para que no haya contiendas basta que no haya contendientes, basta que los ejércitos nacionales sean suprimidos y reemplazados por una policía supranacional. Pero alguien con medio dedo de frente es un indocumentado. Ignora que los ciudadanos son para el Estado y no el Estado para los ciudadanos, lo mismo que el pie es para el zapato y no el zapato para el pie; por eso, cuando el zapato resulta pequeño, sólo hace falta amputar un dedo o dos, sin tener que ir a comprar otro zapato más grande. Todo obedece a la misma lógica. ¿Quién ha valorado bien la exquisita delicadeza que supone la bomba de neutrones? Es una bomba que no destruye nada, que lo respeta todo, salvo la vida de esos seres tan perecederos de por sí y a la vez tan fácilmente sustituibles que son los seres humanos.
Repito, ¿cómo no advertir ese gigantesco, formidable absurdo que es la guerra entre los humanos? No me refiero a ninguna guerra pasada o futura, sino a la actual, al estado de guerra permanente decretado en todo el mundo. Conocemos detalladamente el número de víctimas: cincuenta millones de personas mueren de hambre cada año, matanza que podría haberse evitado invirtiendo en alimentos sólo la vigésima parte de los gastos militares correspondientes al mismo periodo. Pero lo que aquí me interesa subrayar es el absurdo, la suma de absurdos que componen ese disparate total de un mundo en pie de guerra: a) el absurdo de un armamento que, antes de poder ser utilizado, tiene que abandonarse por anticuado, pues el mismo proceso de modernización industrial lo va dejando constantemente inservible; b) el absurdo aumenta cuando nos dicen que la finalidad de dicho armamento es puramente disuasoria, puramente teórica: su destino no es hacer la guerra, sino impedirla; c) el absurdo de haber acumulado un arsenal catorce veces inútil, ya que las armas que hoy existen podrían destruir por completo el planeta quince veces.
¿Acaso esta suma de despropósitos no representa una apoteosis del humor? Cualquiera con medio dedo de frente argumentaría así: para que no haya contiendas basta que no haya contendientes, basta que los ejércitos nacionales sean suprimidos y reemplazados por una policía supranacional. Pero alguien con medio dedo de frente es un indocumentado. Ignora que los ciudadanos son para el Estado y no el Estado para los ciudadanos, lo mismo que el pie es para el zapato y no el zapato para el pie; por eso, cuando el zapato resulta pequeño, sólo hace falta amputar un dedo o dos, sin tener que ir a comprar otro zapato más grande. Todo obedece a la misma lógica. ¿Quién ha valorado bien la exquisita delicadeza que supone la bomba de neutrones? Es una bomba que no destruye nada, que lo respeta todo, salvo la vida de esos seres tan perecederos de por sí y a la vez tan fácilmente sustituibles que son los seres humanos.
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