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Cierzo

Anarquismo, nuevo concepto

Pienso que el anarquismo es una de tantas políticas utópicas, ni mejor ni peor que las otras, y que atrae por su fe en el hombre. El ideario anarquista gira básicamente alrededor de dos premisas: La primera es que los seres humanos son, por naturaleza, razonables e íntegros y, por tanto, pueden autoorganizarse sin necesidad de que una autoridad les indique cómo. La segunda es que el poder corrompe. Así que basta con tomar los principios simples de la moral común por los cuales nos guiamos y seguirlos hasta sus conclusiones lógicas para crear una sociedad anarquista.

Durante milenios los gobiernos no existieron y las diversas sociedades funcionaron sin necesitar de uno. Las personas se dedicaban a vivir. Tal vez nosotros, atrapados en esa tela de araña envenenada que es la sociedad de consumo, tecnológica, egoísta, deshumanizada, competitiva y globalizada, hayamos olvidado qué es vivir, no estar al servicio de los burócratas, de los políticos, de los abogados, de los financieros, de los publicistas… Es obvio que las sociedades modernas, formadas por millones de individuos, necesitan de una compleja organización para funcionar, por eso los anarquistas abogan por la asociación voluntaria de los miembros a un grupo que se rige por el consenso, teniendo en cuenta la situación o las necesidades particulares del otro. En esta sociedad no tiene cabida un sistema piramidal de poder detentado por una autoridad y una cadena de mandos, no es necesario.

Cada uno de nosotros nos consideramos capaces de comportarnos de una manera razonable, sin embargo, dudamos que los demás puedan ser igualmente razonables, por eso hemos creado ejércitos, cuerpos policiales, cárceles y gobiernos que ejerzan un control y nos defiendan de individuos a los que calificamos como antisociales. La injusticia de pensar que los otros son agresivos, estúpidos o irresponsables vuelve a la sociedad injusta y menos libre e igualitaria porque es imposible mantener unas relaciones paritarias cuando unos individuos tienen poder sobre otros.

Dale poder a alguien y abusará de él de una forma u otra, sostienen los anarquistas, y aquí se contradicen. Porque si, como mantiene su premisa básica, el hombre es bueno por naturaleza y siempre íntegro, bajo ninguna circunstancia se aprovechará de sus semejantes. El anarquismo también sobrestima la capacidad del ser humano para organizarse, especialmente en grandes grupos, en sociedades constituidas por millones de individuos. La prueba evidente la tenemos ante nuestros propios ojos, ninguna sociedad pasada o presente es perfecta, más bien todo lo contrario. Sin la amenaza de una sanción, no se respetan las normas de convivencia. Los acuerdos por consenso, el reconocimiento recíproco y el compromiso alcanzado tomando en cuenta las necesidades particulares de todos son una maravillosa fantasía.

Los anarquistas tienen muchas ideas sobre cómo una sociedad saludable y democrática debería autogobernarse, pero no saben cómo llevar el ideal a la práctica. Los anarquistas tienen fe, creen en la capacidad del hombre para resolver cualquier problema mientras conserve en su espíritu unos principios básicos de decencia humana, pero el hombre sólo posee una intuición sobre el modo en que las sociedades que ha creado deberían ser reformadas y construidas. El anarquismo exige demostraciones contundentes a aquellos que defienden que la autoridad y la dominación son necesarias y si estos no logran argumentar sus afirmaciones, las consideran ilegítimas. Sin embargo, los anarquistas no proponen fórmulas para luchar contra una autoridad injusta.

Para mí, lo más admirable de los ácratas es su imaginación y su incansable espíritu de lucha, gracias a ellos las banderas libertarias siguen ondeando.

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