No es una crisis, es un drama
Esto que padecemos no es una crisis, es un auténtico drama, una tragedia que afecta a millones de personas. Denominamos a la actual situación crisis, pero es porque no hemos adaptado el nombre a la realidad.
No se trata de un movimiento cíclico de la economía, de un desajuste entre la oferta y la demanda o de la influencia negativa de uno o varios factores. Es un cambio profundo, un terremoto en el mercado económico mundial. El eje político y económico que conocíamos se ha desplazado y la sociedad ha experimentado un vuelco, la riqueza y la pobreza están intercambiando sus respectivos lugares. Los países ricos y poderosos de Occidente ven sobre sus cabezas la sombra de la ruina. Es algo que no estaba previsto que ocurriera a corto plazo. Europa intenta aplicar las medidas tradicionales en los cambios de ciclo: progreso y depresión. Austeridad y estímulo de la demanda para animar los mercados y la producción. Pero la producción y el mercado se hallan ahora muy lejos, en China, Brasil, India… Allí existe oferta masiva y barata y también la capacidad de compra.
Países como Alemania, comenzaron antes que otros a aplicar las medidas de austeridad y mejoraron la producción con talento innovador, y la oferta con más productividad, por eso mandan y son líderes todavía. Pero las previsiones continúan siendo malas. La economía española, por ejemplo, se ha estancado. La Organización Internacional de Trabajo advierte que con cinco millones de parados, aún no se ha tocado fondo. La crisis es mucho más que crisis para estos cinco millones de personas.
Reconocer la realidad comporta aplicar soluciones distintas a las de siempre. Solo la capacidad de adaptación y la inteligencia nos salvarán en un mundo que cambia a toda velocidad. Ya no podremos vivir como ricos y trabajaremos como pobres. Tendremos que producir nuevos y diversos productos y hacerlo, además, a unos precios competitivos. Debemos evitar que haya sectores que cada día se hundan un poco más en la miseria. Para ello, habrá que realizar una planificación política y económica que garantice la justicia distributiva de la riqueza. Todos tenemos derecho a una vida digna y con este sistema actual, cada vez son más los que no tienen ni vida.
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