El fuego redentor
Cada libro quemado ilumina el mundo. R. W. Emerson
Los biblioclastas (destructores de libros) son tan antiguos como sus víctimas. En el año 213 a. C. el emperador Shi Huandi mandó destruir todo libro que pudiera recordar el pasado. Cuando en 2003 las tropas estadounidenses llegaron a Bagdad no quemaron un millón de libros de la Biblioteca Nacional, pero tampoco la protegieron, y su indiferencia permitió que grupos de criminales la incendiaran y la saquearan el 14 de abril de ese año.
Un libro se destruye para aniquilar la memoria que encierra, es decir, el patrimonio de ideas de una cultura. El libro no se destruye como objeto, se elimina por lo que representa, porque puede suponer una amenaza en una sociedad dogmática, que se aferra a una concepción del mundo uniforme, irrefutable o atemporal. Mientras unos pocos libros, llámense Biblia, Corán o el programa de un movimiento político, artístico o social, son considerados “definitivos” y no admiten conjeturas porque explican una realidad absoluta, otros, los que discrepan con la postura totalitaria, merecen perecer en el infierno.
El fuego, al que se ha condenado desde antiguo a los libros, es un elemento purificador que forma parte de numerosos ritos en todas las culturas. También representa el poder destructor. El fuego proviene de los dioses y, al destruir con fuego, el hombre juega a ser dios convirtiéndose en amo del fuego y de la muerte.
Si pensamos que sólo los hombres ignorantes y cargados de odio son capaces de eliminar libros, nos equivocamos. Eruditos, escritores o filósofos se han mostrado partidarios de un apocalipsis de fuego para los libros. René Descartes pidió a sus lectores que quemaran los libros antiguos. David Hume exigió la supresión de todo libro que tratase de metafísica. Martin Heidegger entregó a sus discípulos las obras escritas por Edmund Husserl que tenía en su biblioteca para que las quemasen. Vladimir Nabokov quemó el Quijote ante más de seiscientos alumnos. Borges le hizo decir a uno de sus personajes del El libro de arena: “Cada tantos siglos hay que quemar la biblioteca de Alejandría”. Quemar el pasado para renovar el presente.
*Imagen: Quema de libros. 10 de mayo de 1933. Opernplatz. Berlín.
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