Lejía, insulina y barbitúricos
Dicen los que saben del tema que no existe el crimen perfecto, pero yo tengo mis reservas. Joan Vila, celador de la residencia de ancianos La Caritat de Olot, lo había conseguido hasta que él mismo confesó haber asesinado a once personas en poco más de un año.
De acuerdo que, si se confirman los hechos, la responsabilidad de estos delitos se atribuiría a título individual al homicida, pero ¿cómo quedará afectado el prestigio de la residencia? Es evidente que algo ha fallado para que tantas muertes hayan pasado desapercibidas, empezando por los facultativos que firmaron el acta de defunción de las víctimas. Recordemos que la muerte número once se detectó por casualidad en el hospital de Olot, cuando el médico que entraba de guardia vio algo extraño. A partir de aquí, la confesión macabra de Joan Vila. Lejía, insulina y barbitúricos, no puede decirse que las “armas” empleadas para matar fueran muy sofisticadas, aunque no se discute su eficacia. Lo que sí es innegable es que nadie sospechó del celador ni puso en duda que los ancianos habían muerto a consecuencia de sus achaques y no caritativamente asesinados.
¿Cómo se certificó la muerte de los ancianos? ¿Cuál fue el protocolo de actuación del geriátrico? ¿Ningún familiar de las víctimas intuyó algo raro? ¿Cuántos cadáveres más podría haber si Joan Vila no hubiera confesado sus crímenes? ¿Basta la edad avanzada de una persona para considerar su muerte como natural? Seguro que el juez encargado del caso también se hace estas preguntas.
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