Arte robado
El arte tiene el valor que uno le concede. Los nazis consideraron que el vanguardismo era un movimiento degenerado y se dedicaron a coleccionar, previa rapiña por toda Europa, obras de artistas considerados sublimes por el régimen. Se requisaron obras del Louvre, los Uffizi o el Ermitage, así como de castillos y mansiones de la aristocracia y de colecciones privadas, que pasaron a las insaciables manos nazis. Estas obras, hablamos de millones de objetos artísticos, iban a ser expuestas en un colosal museo ubicado en Linz, ciudad en la que Hitler pasó su infancia. Luego, al final de la Segunda Guerra Mundial, con el nazismo vencido, fueron los ejércitos aliados, especialmente el soviético, los que se encargaron de saquear, robar y dispersar un patrimonio artístico incalculable.
En el río revuelto de la posguerra, traficantes y contrabandistas se enriquecieron vendiendo las obras expoliadas a coleccionistas y a museos de todo el mundo, pese a existir la Declaración número 18 de las Naciones Unidas, del 5 de enero de 1943, en la que se declaraban "nulas y sin ningún valor toda clase de transferencias y operaciones de bienes, propiedades, derechos e intereses de cualquier clase... situados en los territorios que sufren o han sufrido la ocupación o control directo o indirecto de los países con los cuales están en guerra, o que pertenezcan o hayan pertenecido a personas naturales o jurídicas residentes en tales territorios". El Museo Nacional de Arte Reina Sofía (Madrid) expone el cuadro "La familia en estado de metamorfosis", de André Masson, esta pieza, por la que el museo pagó un millón de dólares, pertenecía a Pierre David-Weill, banquero francés de origen judío, y fue confiscada por los nazis en 1940, apareció de nuevo en 1985.
En una mina de sal de Altausse (Austria), preparada para el efecto, se hallaron ocultas, entre otras muchas obras, 6.755 pinturas de maestros clásicos. El nacimiento de Venus, de Botticelli; La dama del armiño, de Leonardo o el Retablo de Gante, de Van Eyck fueron rescatados, pero miles de piezas continúan en paradero desconocido, como la fastuosa decoración del Salón Ámbar del Palacio de Catalina, en San Petersburgo.
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