Guerra eterna
"Nos apoya la voluntad colectiva", dijo el presidente Bush al iniciarse la operación Libertad duradera, el 7 de octubre de 2001. Desde entonces, el mundo vive en guerra permanente: Afganistán, Iraq, Filipinas, Egipto, Marruecos, Túnez, España, Londres, Argel, Yemen... Cada día los terroristas van cortando vidas y Estados Unidos y sus amigos aún no han hecho nada eficaz para impedírselo. "Misión cumplida", manifestó Bush cuando las fuerzas de la coalición acaudilladas por su país, resultaron ¿victoriosas? en el campo de batalla en Iraq. ¿Acaso la misión era desestabilizar el mundo, extender el caos, sembrar el miedo...? Porque, en este caso, habría sido un rotundo éxito.
La victoria del terrorismo se debe a la imbecilidad de su máximo adversario: arrogante y pésimo estratega, gracias al cual Al Qaeda difunde su ideología y gana adeptos en el mundo musulmán. El enfrentamiento nunca debió ser militar, sino ideológico, contra un totalitarismo anclado en el pasado, que a quien primero perjudica es a la sociedad árabe y musulmana. Pero se pretendió atajar el mal con mano militar y Al Qaeda no es un ejército regular, sino miles de personas dispuestas a morir matando aquí y allá.
El epicentro del problema se halla en Oriente Medio y genera el odio islamista contra el planeta. La solución del conflicto ha estado desde siempre en manos de Israel y Estados Unidos, dos países que si por algo se caracterizan, es por pasarse sistemáticamente por el arco del triunfo el derecho internacional y la justicia. Mientras ellos no permitan que Palestina sea una nación libre, acabe la ocupación de Iraq y Afganistán tenga un gobierno democráticamente elegido, existirán los actos de violencia indiscriminada. Seis años de guerra deberían ser suficientes para que Bush cediera ante la evidencia, pero no hay tonto más tonto que el que se empecina en su error. Lo peor es que ahora todos somos víctimas en esta guerra que se intuye eterna.
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