Cosas de los políticos
A menudo escucho decir a los políticos obviedades tales como: “Queremos lo que es mejor para España”, “Queremos la paz y no escatimaremos medios para conseguirla”, “Estamos en guerra y haremos lo que sea necesario para ganarla”… Son frases solemnes, basadas en la nimiedad conceptual, destinadas a instalarse en el cerebro del ciudadano medio y pronunciadas por un líder mediocre que tiene dificultades para expresar un pensamiento complejo y que carece de criterio propio sobre algún asunto que debería resultarle conocido.
La puesta en escena del discurso obvio tiene una enorme importancia. Recordemos a George W. Bush. Sus enunciados básicos, dichos en un tono grandilocuente para que parezcan solemnes e importantes, resultan sumamente eficaces. Se vistió con uniforme de piloto de combate y desde la cubierta de un portaaviones proclamó el fin de la guerra en Iraq. (Desde que la guerra “acabó” han muerto más de 2.500 soldados norteamericanos y sólo el número de civiles muertos en el otro bando asciende a 32.396, según recuentos no oficiales.) La insistencia de que la libertad prevalecerá una vez más y de que la libertad supera las tinieblas de la tiranía y el terror, y asegura la paz, son mensajes básicos y casi litúrgicos.
En esta línea sutil que toca el bien y el mal como referencias morales de adscripción política se mueve el ex presidente español José María Aznar, que gana una pasta gansa en universidades estadounidenses de prestigio pidiéndole a Almanzor que se disculpe por haber iniciado la conquista de España y al Islam por haber mantenido la ocupación durante ocho siglos. El sagaz pensamiento de este fan de los Reyes Católicos goza de buena acogida entre los alumnos de estas universidades, pues ninguno ha protestado por este tipo de pronunciamientos.
La puesta en escena del discurso obvio tiene una enorme importancia. Recordemos a George W. Bush. Sus enunciados básicos, dichos en un tono grandilocuente para que parezcan solemnes e importantes, resultan sumamente eficaces. Se vistió con uniforme de piloto de combate y desde la cubierta de un portaaviones proclamó el fin de la guerra en Iraq. (Desde que la guerra “acabó” han muerto más de 2.500 soldados norteamericanos y sólo el número de civiles muertos en el otro bando asciende a 32.396, según recuentos no oficiales.) La insistencia de que la libertad prevalecerá una vez más y de que la libertad supera las tinieblas de la tiranía y el terror, y asegura la paz, son mensajes básicos y casi litúrgicos.
En esta línea sutil que toca el bien y el mal como referencias morales de adscripción política se mueve el ex presidente español José María Aznar, que gana una pasta gansa en universidades estadounidenses de prestigio pidiéndole a Almanzor que se disculpe por haber iniciado la conquista de España y al Islam por haber mantenido la ocupación durante ocho siglos. El sagaz pensamiento de este fan de los Reyes Católicos goza de buena acogida entre los alumnos de estas universidades, pues ninguno ha protestado por este tipo de pronunciamientos.
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