Bilis negra, enfermedad de los intelectuales
“¿Por qué será que quienes han destacado en filosofía y en otras artes son individuos melancólicos, afligidos por la enfermedad de la bilis negra?” Problemas, Aristóteles.
Esta cita de Aristóteles sugiere la propensión de los intelectuales a la tristeza, basada en la teoría del insigne Hipócrates de Cos que atribuye la melancolía al planeta Saturno. Saturno inducía al bazo a segregar grandes cantidades de bilis negra (melainacole), la cual oscurecía el estado de ánimo.
Si analizamos sólo la rama de la Filosofía, nos encontraremos con intelectuales como Hobbes, Hume, Kant, Nietzsche, Heidegger, Sartre, Ortega y Gasset, Voltaire… Una opinión que comparten estos pensadores es la de que sólo aquellos que no reflexionan sobre la vida pueden conservar la esperanza. De entre todos ellos quizás sea Voltarie quien ridiculizó más agudamente al optimismo. Su obra “Cándido o el optimismo” es la caricatura más famosa de este impulso positivo y en su “Diccionario filosófico” plantea un desafío a quienes no estén de acuerdo con su noción negativa de la vida: “Si se asoman a la ventana, verán solamente personas infelices, y si de paso cogen un resfriado, también ustedes se sentirán desdichados”, presagiaba con ironía el filósofo.
Tuvo que pasar medio siglo hasta que los filósofos se asomaron a las ventanas para ver a sus semejantes en un entorno natural. Cuando Unamuno abrió la ventana de su despacho observó que los españoles “no quieren comedia sino tragedia” y escribió el ensayo que lleva por título “Del sentimiento trágico de la vida”, algo que no le impidió defender más tarde que a las personas optimistas les mueven las ilusiones, por eso “pelean y no se rinden ante la adversidad”, y llegar a la conclusión de que “no suelen ser nuestras ideas las que nos hacen optimistas o pesimistas, sino que es nuestro optimismo o nuestro pesimismo, de origen fisiológico o patológico tanto el uno como el otro, el que hace nuestras ideas”.
Otro gran pensador, Bertrand Russell, que “en la adolescencia odiaba la vida y estaba continuamente al borde del suicidio”, advirtió que los individuos con una disposición positiva y abierta llevan vidas más agradables y se adaptan mejor a las circunstancias que aquellos que se inclinan hacia el negativismo y rechazan lo que les rodea.
Quizás el pesimismo de tantos intelectuales que se dedicaron y se dedican a entender la vida se deba a que encasillan supuestos morales preconcebidos en sus teorías fatalistas.
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