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Cierzo

Virginia Woolf

Es injusto que el nombre de Virginia Woolf haya quedado asociado al feminismo más que a la literatura, sin duda por la gran difusión que tuvo su obra “Una habitación propia”. Este ensayo es, no hace falta decirlo, una pequeña obra maestra en la que la ironía, la capacidad de observación y la marginación en que se encontró como mujer ha nutrido la ideología de la mayoría de mujeres intelectuales posteriores.

 

Pero Virginia Woolf es ante todo escritora, una escritora de creación, y es en este campo donde concentró gran parte de sus meritorios esfuerzos. Ella misma se sentía un poco al margen de las mujeres novelistas contemporáneas suyas, en tanto que se decantaban más por el sustantivo “mujeres” que por el adjetivo “escritoras”: “¿Por qué sale a la palestra [Rose Macaulay] tan innecesariamente? Pero me parece que todas nuestras principales novelistas femeninas hacen aquello que les piden en este sentido, y yo no soy del todo una de ellas”.

 

Esto no significa que olvidase el tema feminista, al contrario. Es un asunto al que hace referencia a menudo y siempre con la inteligencia afilada, pero los verdaderos objetivos de la escritora fueron siempre exclusivamente literarios; el estilo de su prosa de creación y el de sus ensayos y análisis literarios está, además, muy diferenciado. Por otra parte, en la ideología de Virginia Woolf había también un componente antifascista y expresó las dos preocupaciones, por ejemplo, en “Tres guineas”, pero sin contaminar nunca de didactismo sus obras. Es más, detestaba la literatura panfletaria y la que tuviera una finalidad moral, al estilo clásico.

 

En su crítica del libro de R. Brimley Johnson, The Women Novelist, deja claro su pensamiento sobre la discriminación literaria por razones de sexo: “La experiencia parece demostrar que criticar la obra de un sexo como tal no es sino exponer, casi siempre con acritud, una serie de prejuicios derivados del hecho de ser hombre o mujer”. Y añade unas palabras con las que no puedo estar más de acuerdo: “…toda enfatización consciente, sea por orgullo o por vergüenza, del sexo de un escritor no solamente es irritante, sino superflua”.

 

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