Tortura
Estoy desayunando. Paso las páginas del diario con indolencia. Hoy el mundo está igual de mal que ayer. Una foto capta mi atención y me sobrecoge. Es un preso de Abu Ghraib con un capuchón en la cabeza y el cuerpo retorcido en una postura imposible para alguien que no tenga la mitad de los huesos descoyuntados. No es la primera vez que contemplo esta imagen, pero ahora me conmueve con mayor intensidad que otras veces. “La tortura, el peor trauma para el cerebro humano”, reza el titular.
Observo a ese pobre hombre atado con una cadena, semidesnudo, plagado de moratones. ¿Qué pasa por la mente de las víctimas? ¿Cómo pueden retomar la vida normal?, se plantea la autora del artículo.
La neuróloga Inge Genefke, fundadora y embajadora del Consejo Internacional para la Rehabilitación de las Víctimas de la Tortura (IRCT), asegura que la tortura “es el peor trauma que puede sufrir un ser humano” y argumenta su aseveración con cinco razones: Por el terrible dolor físico y psíquico que produce. Porque la víctima está sola frente a los cobardes que le torturan y no puede escapar. Porque no puede defenderse. Porque siente miedo constante a morir. Porque es otro ser humano el que le inflinge dolor.
La doctora afirma con esperanza que “aunque ese daño queda para siempre grabado en el cerebro, [a las víctimas] sí se les puede ayudar a superarlo con terapias que hemos definido a lo largo de los años”. A mí me parece la opinión de una ilusa. La tortura no puede superarse, a lo sumo, se integra en la memoria junto con esos recuerdos que no conviene desenterrar para que no dinamiten los débiles pilares de la cordura.
La tortura es ansiedad, miedo constante, culpa, odio. La mente no se rehabilita después de haber sufrido un estrés tan intenso y prolongado. El cuerpo se regenera, desparecen los hematomas, los huesos sueldan, las cicatrices apenas son perceptibles. Pero el cerebro es otra cosa, ha de sobrevivir con la amenaza del recuerdo que se dispara en cualquier momento, por sorpresa y sin control. Como acaba de ocurrirme a mí al ver esta foto. Dieciocho años de sensaciones atroces han desfilado por mi memoria y he podido experimentar el dolor de ese preso, su terror, su rabia y su impotencia. Ojalá ese hombre logre algún día un remedo de vida. Ojalá encuentre la fuerza para no suicidarse y siga adelante. Porque es posible tener algo parecido a una vida después de la brutal experiencia que es la tortura.
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