Por las barbas del profeta
Desde que al presidente George W. Bush se le ocurrió la “feliz” idea de invadir Iraq, la situación política en Palestina se ha radicalizado y ha originado una crisis sin precedentes con Irán. El mundo islámico se siente agredido por Occidente y, en este contexto, una pequeña chispa puede hacer que prenda un polvorín inmenso.
Lo que ha ocurrido con las caricaturas del profeta Mahoma publicadas en un diario danés y reproducidas por otros rotativos europeos es la constatación de una diferencia de valores, manifestada de manera inaceptable mediante la amenaza y el chantaje. Pero que la respuesta sea inapropiada no justifica la profundidad de la ofensa proferida. Aunque las creencias no sean compartidas no tienen por qué ser menospreciadas. ¿O es que incluso al español más ateo no le molestaría ver a la Virgen del Pilar caricaturizada de prostituta en la portada de un diario musulmán? El dilema entre libertad de expresión y censura, aplicado a manifestaciones injuriosas para credos diferentes, es falso; la censura se aplica a informaciones relevantes para quien las recibe o a manifestaciones artísticas confrontadas con los usos cotidianos hasta constituirse en vanguardia. Pero si la ofensa consiguiente al uso de la libertad afecta a más de mil millones de personas, el respeto por la diferencia debe aconsejar una prudencia y una moderación que sería insensato establecer como censura. Para la convivencia entre culturas diferentes en tiempos históricos desiguales hace falta una gran corriente de diálogo que permita construir síntesis conciliadoras. La intransigencia también lo es cuando se quiere insistir en el ejercicio de un derecho legítimo en el cual las consecuencias son desastrosas para todos.
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