Otro año más
Hoy, no sé por qué, estoy de mala leche. Será cosa de la Navidad que llega y de la incomodidad que me causa. El caso es que me pongo a escribir para desfogarme.
Me siento como un cerdo asocial porque detesto que me digan felices fiestas, porque odio el jolgorio festivo, ver como beben los peces en el río, porque detesto esas puñeteras isóbaras que se aprietan entre sí para jodernos de frío, y el belén salpicado de purpurina hortera y lucecillas de colorines, porque no me da la gana de estar alegre y contenta mientras hago cola en el Carrefour de mi barrio y me torturan con villancicos intercalados de ofertas tres por dos, porque no creo en ese amor universal de pacotilla que se les despierta a muchos en estas fechas y que permanece atrofiado durante el resto del año.
No sé. Serán los años. Será que he cambiado. Pero la Navidad me parece un timo. Una fecha estúpida, venal, egoísta, insolidaria y falsa, hecha a imagen y semejanza de nuestra sociedad. Así que durante estos días me siento impotente porque no puedo mejorar esto, y también me siento incapaz de no despreciar una fiesta de la que sólo se salva la cara inocente y embobada de un niño en la Cabalgata de Reyes. Esa pobre criaturita que, tiritando de frío y con la nariz más roja que Rudolph, el reno de Papá Noel, contempla embelesado el desfile de cajas vacías y unos Reyes falsos, pura farfolla. Como ese consumo desenfrenado y esa superficialidad irresponsable que nos convierte en patéticas caricaturas.
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