Un desastre sin sentido
En Estados Unidos arrecian las críticas contra la guerra de Iraq y su excesivo coste en vidas y dinero, crecen las denuncias por el uso sistemático de torturas a los presos iraquíes, se acusa a Rumsfeld de embustero, cae en picado la popularidad del presidente Bush, el Pentágono reconoce que se usó fósforo blanco como arma contra los focos de insurgencia, llueven pruebas por el enriquecimiento abusivo de las empresas contratistas y cada día se destapan nuevos escándalos: cárceles secretas de la CIA para supuestos terroristas en veinte países, muerte de presos en Guantánamo y prohibición de que representantes de la ONU visiten el centro de internamiento...
Mientras tanto, Iraq es un desastre sin sentido. Igual que lo fue hacer una guerra sin motivo, pues todas las guerras son injustificables. Lo más triste es que dos años después de la caída del régimen de Saddam Hussein, en Iraq sigue sin haber electricidad ni agua potable, todo está devastado. Aún no ha acudido ni un solo país con ayuda humanitaria para edificar o reconstruir lo que se ha destruido. En Iraq sólo hay muerte, desolación, miseria, falta de sanidad y seguridad… Esta situación no debe prolongarse por más tiempo. El país necesita médicos, inversiones o apoyo, más que soldados, porque las ayudas prometidas en Madrid, en la Conferencia de Donaciones, son un engaño que sirve para mantener en Iraq a los ejércitos del “Eje del Bien”. Con esos fondos no se construyen hospitales, ni escuelas ni viviendas, se mantiene activa la ocupación y la guerra.
Pero el mundo está narcotizado, se han callado las voces multitudinarias que desde todos los lugares del mundo protestaban contra el abuso imperialista, nos hemos olvidado de toda esa gente inocente que sufre, que sobrevive como puede entre el caos. Creemos que por salir a la calle para tratar de impedir la invasión de Iraq ya cumplimos, pero no basta, la realidad obliga a actuar. Lástima que tengamos otras cosas en la cabeza.
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