La ciencia desacralizada
En un principio, y sobre todo a partir de la Ilustración, la razón y la ciencia se perfilan como poderosos medios de progreso que liberan a la humanidad del sistema de creencias sobrenaturales en el que había estado sumida en el Antiguo Régimen. Para empezar, Nietzsche critica a la ciencia que eleve sus principios al mismo grado de verdad absoluta que la religión, ese objetivo de verdad incuestionable.
En la primera mitad del siglo XIX, Saint-Simon y Comte ejemplifican bien esa tendencia que no hace sino colocar a la ciencia en el lugar que ocupaba antes la religión. Tanto es así que Comte escribirá una obra titulada “Catecismo positivista” que pretende divulgar la idea de una nueva religión, una especie de catolicismo sin cristianismo que copia la organización de la iglesia católica y establece una clase de sacerdotes que serán los sabios positivos, un Papa y un calendario especial con festividades propias donde la ciencia y su sistema de leyes y verdades vienen a sustituir al dogma de fe; un sistema donde la “razón positiva se caracteriza por la determinación científica de las relaciones entre los individuos y el medio que los rodea”. Porque Comte pensaba que la humanidad había dejado atrás el periodo medieval: teológico, y tras superar un paréntesis revolucionario: metafísico, entraba por fin en una etapa positiva, basada en el individuo y la razón.
Para Nietzsche esa tendencia significa situar la verdad en un plano elevado al que sólo llegarán los iniciados, igual que antes con el cristianismo, y además desprestigiar el mundo de la realidad cotidiana, el plano de los sentidos, del error, al no poder evitar compararse con el mundo verdadero de las ideas. Entonces ocurre que los científicos no son tanto hombres libres, podríamos decir también liberados, al estar atados en ese trabajo de tipo ascético que nunca acaba de aproximarse al mundo de la verdad. El hombre seguiría siendo empequeñecido por la ciencia ya que, en definitiva, lo mismo da que esa insignificancia se la recuerde su sometimiento a una voluntad divina que a una ley científica. Si un rayo cae a nuestro lado, en parte da lo mismo que pensemos que lo manda Dios o que lo causa una ley atmosférica.
Por tanto, lo que se critica es la alienación, la enajenación que produce en el hombre en entronización de la verdad; porque, por decirlo en palabras de Stirner, si uno se pregunta continuamente lo que dirá su Dios, lo que dirá su sentido moral, su conciencia, su sentido del deber, o lo que las gentes van a pensar, entonces, “no escuchan ya ni poco ni mucho lo que Él mismo hubiera podido decir y decidir”. En resumen, puede decirse que lo que desagrada a Nietzsche es la debilidad de refugiarse en el ideal de verdad, aunque sea científica, para no aceptar con valor el carácter de inseguridad y de incertidumbre que tiene la vida.
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