Campanas
En España es frecuente escuchar el tañido de una campana, colocada habitualmente en la torre de una iglesia. Antes de que se implantase el manejo eléctrico de las campanas, valientes y expertos campaneros se exponían osadamente al hacer auténticas acrobacias para graduar sus movimientos y detener los volteos. Sirviéndose de cuerdas y cuñas o incluso montados en la misma campana, las armonizaban con habilidad realizando juegos peligrosos al balancearse sobre el abismo.
Existen diversos toques de campana, a menudo peculiares de cada parroquia, y forman un peculiar idioma en cada demarcación. Todos sabemos que en su día sirvieron para difundir las mismas informaciones que hoy proporcionan medios mucho más sofisticados: nacimientos, defunciones, pedriscos, fuegos, riadas y, en caso de apuro, la convocatoria del somatén. La expresión a rebato proviene del árabe er-rabita, denominación de las incursiones moras. Hasta la hora de la siesta se anuncia en algunos pueblos a toque de campana.
También existen campanas en China y Japón, pero luego ya no aparecen en el vasto territorio asiático que alcanza hasta el Mediterráneo. Los musulmanes son adversos a ellas, ya lo dice Don Quijote al comentar el retablo de Maese Pedro. Creían que el tañido de las campanas asusta a los espíritus vagabundos y priva a los muertos del descanso eterno. Por eso se mostraron siempre reacios a que las hubiera en los territorios por ellos conquistados. Así como los musulmanes hicieron enmudecer las campanas que hubiera en sus territorios, después de la Reconquista las campanas se multiplicaron por todo el territorio cristiano.
La poesía arábiga expresa la repulsión mahometana hacia las campanas. En 1238 el poeta Ibn-ul-Abbar recitó una kásida ante el príncipe de los Hafsidas que decía:
Los cristianos, por mofa, nos cambian las mezquitas
en conventos, llevando por doquier la destrucción,
y doquier suceden las campanas malditas
a la voz del almuédano que llama a la oración.
Existen diversos toques de campana, a menudo peculiares de cada parroquia, y forman un peculiar idioma en cada demarcación. Todos sabemos que en su día sirvieron para difundir las mismas informaciones que hoy proporcionan medios mucho más sofisticados: nacimientos, defunciones, pedriscos, fuegos, riadas y, en caso de apuro, la convocatoria del somatén. La expresión a rebato proviene del árabe er-rabita, denominación de las incursiones moras. Hasta la hora de la siesta se anuncia en algunos pueblos a toque de campana.
También existen campanas en China y Japón, pero luego ya no aparecen en el vasto territorio asiático que alcanza hasta el Mediterráneo. Los musulmanes son adversos a ellas, ya lo dice Don Quijote al comentar el retablo de Maese Pedro. Creían que el tañido de las campanas asusta a los espíritus vagabundos y priva a los muertos del descanso eterno. Por eso se mostraron siempre reacios a que las hubiera en los territorios por ellos conquistados. Así como los musulmanes hicieron enmudecer las campanas que hubiera en sus territorios, después de la Reconquista las campanas se multiplicaron por todo el territorio cristiano.
La poesía arábiga expresa la repulsión mahometana hacia las campanas. En 1238 el poeta Ibn-ul-Abbar recitó una kásida ante el príncipe de los Hafsidas que decía:
Los cristianos, por mofa, nos cambian las mezquitas
en conventos, llevando por doquier la destrucción,
y doquier suceden las campanas malditas
a la voz del almuédano que llama a la oración.
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