El derecho a la duda
Para comprender la relatividad de dos puntos de vista basta con leer los artículos de dos periódicos de distinta tendencia política o deportiva. Para uno la decisión del Gobierno es un acierto, para el otro un fracaso. La decisión arbitral es justa para uno, mientras que para otro supone un insulto.
Sobre las cosas hay siempre dos puntos de vista, dejó dicho Protágoras, que enseñaba el arte de las antilogías, es decir, la contraposición de fuerza igual y contraria: probar lo contrario de lo que sostiene otro, partiendo de su tesis de la duplicidad de los razonamientos y los discursos. Según el espíritu antilógico de Protágoras, nada escapa a la controversia, nada es evidente, indiscutible o inatacable; no existe acontecimiento que no pueda calibrarse desde una perspectiva distinta u opuesta y cada óptica produce una argumentación diferente.
Comparar con entera libertad pareceres y opiniones es un excelente método para crearse opiniones propias. Los diarios harían un buen servicio al lector si confrontaran dos tesis distintas y antagónicas: creacionistas contra darwinistas, ecologistas contra cazadores de focas, monárquicos contra republicanos... en vez de referir siempre una sola. Por tanto, para elegir con fundamento, motivo y razón entre dos interpretaciones que se nos ofrecen en forma de dicho y de contradicho es esencial saber distinguir los argumentos buenos de los malos. Pero bueno significa tanto válido (noción lógica) como persuasivo (noción psicológica).
Cuatro son las posibles combinaciones de validez y capacidad de persuasión: válido y persuasivo, válido y no persuasivo, no válido y persuasivo, no válido y no persuasivo. De entre todas, la más peligrosa es la que encierra un razonamiento no válido y persuasivo porque lleva a un error, a un sofisma o a una falacia. Aquí la persuasión se convierte en una confirmación de la validez.
Del principio de Protágoras se deduce que los juicios opuestos sobre un hecho no son siempre una razón que se contrapone a un error, sino dos razones más o menos sólidas, y que las divergencias y contradicciones son el alma en el intercambio de razonamientos. La cuestión es pues establecer no quién tiene razón, sino quién tiene más razón. O lo que es lo mismo, quién yerra menos.
Sobre las cosas hay siempre dos puntos de vista, dejó dicho Protágoras, que enseñaba el arte de las antilogías, es decir, la contraposición de fuerza igual y contraria: probar lo contrario de lo que sostiene otro, partiendo de su tesis de la duplicidad de los razonamientos y los discursos. Según el espíritu antilógico de Protágoras, nada escapa a la controversia, nada es evidente, indiscutible o inatacable; no existe acontecimiento que no pueda calibrarse desde una perspectiva distinta u opuesta y cada óptica produce una argumentación diferente.
Comparar con entera libertad pareceres y opiniones es un excelente método para crearse opiniones propias. Los diarios harían un buen servicio al lector si confrontaran dos tesis distintas y antagónicas: creacionistas contra darwinistas, ecologistas contra cazadores de focas, monárquicos contra republicanos... en vez de referir siempre una sola. Por tanto, para elegir con fundamento, motivo y razón entre dos interpretaciones que se nos ofrecen en forma de dicho y de contradicho es esencial saber distinguir los argumentos buenos de los malos. Pero bueno significa tanto válido (noción lógica) como persuasivo (noción psicológica).
Cuatro son las posibles combinaciones de validez y capacidad de persuasión: válido y persuasivo, válido y no persuasivo, no válido y persuasivo, no válido y no persuasivo. De entre todas, la más peligrosa es la que encierra un razonamiento no válido y persuasivo porque lleva a un error, a un sofisma o a una falacia. Aquí la persuasión se convierte en una confirmación de la validez.
Del principio de Protágoras se deduce que los juicios opuestos sobre un hecho no son siempre una razón que se contrapone a un error, sino dos razones más o menos sólidas, y que las divergencias y contradicciones son el alma en el intercambio de razonamientos. La cuestión es pues establecer no quién tiene razón, sino quién tiene más razón. O lo que es lo mismo, quién yerra menos.
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