Creyentes y no creyentes
Todos creemos en algo. No hay nadie que no crea en algo. En definitiva, todo es fe. ¿Qué diferencia hay entre creyentes religiosos y no creyentes?
Unos creen lo que ven, otros creen que ven. ¿Qué diferencia hay, repito, entre creyentes y no creyentes? Unos y otros creen por igual, si bien en cosas distintas y a veces contrarias. Todos ellos son creyentes en el sentido en que podríamos decir también que todos los hombres, tanto los ricos como los pobres, son pobres, pues todos son indigentes y mortales. Todos creemos mucho más de lo que sabemos.
No hay descreído que no crea en algo. Ciertamente, los que profesan alguna religión tienden a pensar mal de los que no profesan ninguna; quien no tiene creencias, dicen, tiene supersticiones. Me parece excesivo. De hecho, sin embargo, siempre que decae lo religioso se desata la pasión por lo mágico, lo cabalístico o hermético, las alucinaciones artificiales, la astrología. El huérfano se ve obligado a llamar padre a su padrastro. Está escrito: nada más fácil que dar muerte a Dios, lo difícil es deshacerse del cadáver. Jean Rostand, biólogo y ateo, sostenía que los creyentes no piensan en la presencia de Dios con tanto ardor como ellos, los ateos, piensan en su ausencia. Seguramente hacía extensiva su propia conducta, un caso extremo de honestidad intelectual, al común de los no creyentes, mientras tomaba como modelo de creyentes al tendero de la esquina. Todos incurrimos fácilmente en ese mismo error metodológico, el de comparar un turco desnudo con un desnudo griego y no con un griego desnudo, que sería lo justo. La verdad sea dicha, tanto creyentes como no creyentes suelen pensar de ordinario en otras cosas, los tenderos en el inspector de Hacienda y los biólogos en la secretaria del departamento de Biología. El mundo es así. Por lo demás, ya se sabe que hoy predominan con mucho los agnósticos sobre los ateos, y que incluso algunos ateos prefieren llamarse agnósticos aunque sólo sea por amor a las palabras esdrújulas. Sin embargo, su inhibición respecto al problema de Dios, eso que ellos denominan suspensión de juicio, no significa simplemente una no creencia; la no creencia es un acto y, si persiste, si convierte en actitud, acaba constituyendo una creencia: se cree firmemente que no es posible averiguar nada acerca de dicho asunto.
Unos creen lo que ven, otros creen que ven. ¿Qué diferencia hay, repito, entre creyentes y no creyentes? Unos y otros creen por igual, si bien en cosas distintas y a veces contrarias. Todos ellos son creyentes en el sentido en que podríamos decir también que todos los hombres, tanto los ricos como los pobres, son pobres, pues todos son indigentes y mortales. Todos creemos mucho más de lo que sabemos.
No hay descreído que no crea en algo. Ciertamente, los que profesan alguna religión tienden a pensar mal de los que no profesan ninguna; quien no tiene creencias, dicen, tiene supersticiones. Me parece excesivo. De hecho, sin embargo, siempre que decae lo religioso se desata la pasión por lo mágico, lo cabalístico o hermético, las alucinaciones artificiales, la astrología. El huérfano se ve obligado a llamar padre a su padrastro. Está escrito: nada más fácil que dar muerte a Dios, lo difícil es deshacerse del cadáver. Jean Rostand, biólogo y ateo, sostenía que los creyentes no piensan en la presencia de Dios con tanto ardor como ellos, los ateos, piensan en su ausencia. Seguramente hacía extensiva su propia conducta, un caso extremo de honestidad intelectual, al común de los no creyentes, mientras tomaba como modelo de creyentes al tendero de la esquina. Todos incurrimos fácilmente en ese mismo error metodológico, el de comparar un turco desnudo con un desnudo griego y no con un griego desnudo, que sería lo justo. La verdad sea dicha, tanto creyentes como no creyentes suelen pensar de ordinario en otras cosas, los tenderos en el inspector de Hacienda y los biólogos en la secretaria del departamento de Biología. El mundo es así. Por lo demás, ya se sabe que hoy predominan con mucho los agnósticos sobre los ateos, y que incluso algunos ateos prefieren llamarse agnósticos aunque sólo sea por amor a las palabras esdrújulas. Sin embargo, su inhibición respecto al problema de Dios, eso que ellos denominan suspensión de juicio, no significa simplemente una no creencia; la no creencia es un acto y, si persiste, si convierte en actitud, acaba constituyendo una creencia: se cree firmemente que no es posible averiguar nada acerca de dicho asunto.
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