Duda, opinión y certeza
Duda, opinión y certeza son los tres grados de validez que otorgamos a nuestro conocimiento.
La duda consiste en fluctuar entre la afirmación y la negación de una determinada proposición. Por encima de la duda está la opinión: admite una proposición sin excluir la posibilidad de que sea falsa. Se trata pues de un asentimiento débil. El hombre se ve obligado a opinar porque su conocimiento le impide alcanzar siempre la certeza. El futuro es casi siempre opinable, ya que está abierto a diversas posibilidades, igual que todo aquello que depende de la libertad humana. Sin embargo, no todas las opiniones valen lo mismo. Séneca recomienda que las opiniones no deben ser contadas sino pesadas.
No todo es opinable. Lo que se conoce de manera inequívoca no es opinable, es cierto. Y no hay que tomar lo cierto como opinable, ni viceversa. No se puede opinar que el Sol es más grande que la Luna, ni asegurar con certeza que el capitalismo es el mejor sistema económico. Si la duda y la opinión no son criterios de verdad, la certeza sí lo es. La certeza se basa en la evidencia y la evidencia no es otra cosa que la presencia evidente de la realidad.
La evidencia puede ser inmediata o mediata. Es mediata cuando no se da en la conclusión sino en los pasos que conducen a ella. No conozco a los padres de Luis, pero la existencia de Luis es para mí una certeza inmediata; la existencia actual o pasada de sus padres, a los que nunca he visto, también me resulta evidente, pero con una evidencia mediata, que me llega por medio de su hijo.
La condición limitada del hombre hace que la mayoría de nuestros conocimientos no se realicen de manera inmediata. Pocos son los que han visto las moléculas, el suelo lunar o la Antártida. La mayoría no conocemos a Mahoma, a Aristóteles o a Luis XIX. Sin embargo, sabemos con certeza de su existencia. Esta certeza se funda en un tipo de evidencia mediata: la proporcionada por un conjunto unánime de testigos, por la comunidad científica, por las imágenes que nos proporcionan los medios de comunicación... Esto pone de manifiesto que la certeza se apoya en la evidencia, en la tradición y autoridad cualificadas.
Las evidencias mediatas no se sustentan en razonamientos propios, sino en los de segundas o terceras personas. Si no admitiéramos su valor, si no creyéramos a nadie no podrían educarnos, la ciencia no avanzaría, estudiar no tendría sentido... Si sólo concediéramos valor a lo que nosotros conocemos directamente, la vida social sería imposible y estaría integrada por individuos ignorantes.
¿Puede tener certeza quien cree? La certeza nace de la evidencia. ¿Qué evidencia tiene el que cree? Una, la de la credibilidad del testigo. El que no ha visitado China cree en los que sí han estado y atestiguan su existencia. Los que nunca han visto a Napoleón creen a los que sí lo vieron. En todos los casos es evidente la credibilidad de los testigos.
La duda consiste en fluctuar entre la afirmación y la negación de una determinada proposición. Por encima de la duda está la opinión: admite una proposición sin excluir la posibilidad de que sea falsa. Se trata pues de un asentimiento débil. El hombre se ve obligado a opinar porque su conocimiento le impide alcanzar siempre la certeza. El futuro es casi siempre opinable, ya que está abierto a diversas posibilidades, igual que todo aquello que depende de la libertad humana. Sin embargo, no todas las opiniones valen lo mismo. Séneca recomienda que las opiniones no deben ser contadas sino pesadas.
No todo es opinable. Lo que se conoce de manera inequívoca no es opinable, es cierto. Y no hay que tomar lo cierto como opinable, ni viceversa. No se puede opinar que el Sol es más grande que la Luna, ni asegurar con certeza que el capitalismo es el mejor sistema económico. Si la duda y la opinión no son criterios de verdad, la certeza sí lo es. La certeza se basa en la evidencia y la evidencia no es otra cosa que la presencia evidente de la realidad.
La evidencia puede ser inmediata o mediata. Es mediata cuando no se da en la conclusión sino en los pasos que conducen a ella. No conozco a los padres de Luis, pero la existencia de Luis es para mí una certeza inmediata; la existencia actual o pasada de sus padres, a los que nunca he visto, también me resulta evidente, pero con una evidencia mediata, que me llega por medio de su hijo.
La condición limitada del hombre hace que la mayoría de nuestros conocimientos no se realicen de manera inmediata. Pocos son los que han visto las moléculas, el suelo lunar o la Antártida. La mayoría no conocemos a Mahoma, a Aristóteles o a Luis XIX. Sin embargo, sabemos con certeza de su existencia. Esta certeza se funda en un tipo de evidencia mediata: la proporcionada por un conjunto unánime de testigos, por la comunidad científica, por las imágenes que nos proporcionan los medios de comunicación... Esto pone de manifiesto que la certeza se apoya en la evidencia, en la tradición y autoridad cualificadas.
Las evidencias mediatas no se sustentan en razonamientos propios, sino en los de segundas o terceras personas. Si no admitiéramos su valor, si no creyéramos a nadie no podrían educarnos, la ciencia no avanzaría, estudiar no tendría sentido... Si sólo concediéramos valor a lo que nosotros conocemos directamente, la vida social sería imposible y estaría integrada por individuos ignorantes.
¿Puede tener certeza quien cree? La certeza nace de la evidencia. ¿Qué evidencia tiene el que cree? Una, la de la credibilidad del testigo. El que no ha visitado China cree en los que sí han estado y atestiguan su existencia. Los que nunca han visto a Napoleón creen a los que sí lo vieron. En todos los casos es evidente la credibilidad de los testigos.
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jorge -